¿Qué nos ha aportado la Operación Palace? Sí, nos mienten, ¿y...?

Évole, en el centro.
Évole, en el centro.

La sociedad ya percibe que vive instalada en una permanente mentira -qué es si no la corrupción– y que en muchas ocasiones se le transmite una adulterada visión de la realidad.

¿Qué nos ha aportado la Operación Palace? Sí, nos mienten, ¿y...?

La sociedad actual ya percibe que vive instalada en una permanente mentira -qué es si no, por ejemplo, la corrupción– y que en muchas ocasiones se le transmite una adulterada visión de la realidad. ¿Su reflexión será de más calidad o pondrá más mecanismos de vigilancia si le falsean su programa de referencia un domingo por la noche?

Operación Palace fue un programa incómodo. Tanto para los que se dieron cuenta del engaño al minuto diez como los que llegaron hasta el final sin percatarse de las numerosas incoherencias transmitidas por los protagonistas recordando el 23-F, en una creencia muy nuestra de que la realidad casi siempre supera a la ficción. En aras de una reflexión sobre la manipulación informativa, los espectadores nos vimos sometidos de forma involuntaria a un experimento de laboratorio con un falso documental cuando muchos pensábamos ya que en el hecho de darle al encendido del televisor para ver a Jordi Évole el domingo iba implícita esa ponderación previa sobre quienes nos mangonean desde el punto de vista informativo y quienes no. Pero quizá los que no reflexionaron tan a fondo sobre la inteligencia de sus espectadores fueron el propio Évole y su equipo, que trasladaron a pleno siglo XXI, en la era del Internet y de las redes sociales, un ensayo similar centrado en otro ‘docuficción’ sobre la llegada del hombre a la luna realizado hace más de 30 años por el canal francés ARTE, o emulando a la Guerra de los Mundos con la que Welles puso patas arriba a la sociedad americana en 1938 al pensar que estaban siendo invadidos por un ejército de alienígenas.

La sociedad actual percibe que vive instalada en una permanente mentira -qué son si no, por ejemplo, la corrupción o las promesas incumplidas de los Gobiernos– y que en muchas ocasiones se le transmite una adulterada visión de la realidad, aunque a veces no vislumbre con la suficiente claridad a qué ocultos intereses obedecen. Que los políticos sean valorados como el segundo de los problemas más graves que padece España o la caída continuada de los lectores de los medios tradicionales deja patente este sentir. Basta con recordar que en 2013 cerraron en España nada menos que 73 periódicos, o que la audiencia prefiere programas que parodian la información como El Intermedio antes que los propios informativos. En el último barómetro Edelman se refleja que España es el país europeo donde menos nos fiamos de los medios tradicionales, que han perdido gran parte de su influencia, y donde más confiamos en las redes sociales como fuentes de información. ¿Tenemos un problema grave de credibilidad políticos y periodistas? Es obvio, tanto como que el espíritu crítico que Évole quiso despertar el domingo ya había madrugado y ha empezado a castigar a medios y políticos. Otro debate es si medios y políticos son conscientes de ello, aunque por sus escasas reacciones parece que aún no les sonó el despertador. Pero, eso, como en la Historia Interminable, es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

Su juego, su riesgo

No creo que haya que llevarse las manos a la cabeza ni escandalizarse por el Salvados del domingo, ni mucho menos pensar que será un hito que se estudie en las facultades de Comunicación. Fue su juego, su llamada de atención y su riesgo, el de una televisión que se considera madura pero no así a su audiencia, y que por eso se ve en la necesidad de abrirle los ojos a sus espectadores, justo a aquellos que confiaron en la credibilidad que Évole ha conseguido a base de ofrecer cada semana buena información e investigación, y que pensaron que quizá él sí pudiese aportar algo de luz al todavía tan complejo y oscuro suceso que fue el 23-F. Y también fue el juego y el riesgo de quiénes decidieron participar en el experimento sociológico. A buen seguro que si Operación Palace no hubiese contado con el apoyo de figuras como Iñaki Gabilondo, Mayor Zaragoza o Fernando Ónega, por citar solo algunos de los profesionales más acreditados de este país reconvertidos a actores, el efecto de  verosimilitud hubiese sido mucho menor. Entonces, cuál es el mensaje: ¿Que no podemos confiar ni siquiera en aquellos que son referentes en la información? Si la respuesta es que sí porque al final de los 50 minutos de programa se admitió que todo era mentira, entonces ¿dónde están los límites? ¿En los tiempos?

Claro que una de las grandes metas del periodismo es ser capaces de crear una sociedad crítica y reflexiva, pero para eso es indispensable tratarla como si estuviese compuesta por seres inteligentes y no por rebaños que se contentan y se dejen guiar solo por las versiones oficiales de los hechos. Y Évole hasta ahora sí ha sabido mantener ese respeto hacia el espectador. En poco tiempo consiguió miles de seguidores, y de detractores, gracias a una mezcla de narrativa y escenificación que es difícil que deje indiferente a nadie. No solo acertó en la selección de los temas que preocupan e indignan a la sociedad, sino que buscó con destreza los testimonios y los expertos que ayudaron a entenderlos con claridad y que, además, permitieron contextualizarlos y humanizarlos. Optó por elegir a las personas y a sus inquietudes como ejes principales sobre los que armar sus programas, mientras él se asignaba el papel de hilo conductor de las historias con una hábil puesta en escena en la que los protagonistas se acababan por definir ellos solos. Évole es capaz de situarlos frente a sus incoherencias y miserias, y lo hace con la pericia necesaria para que sea la audiencia la que saque sus propias conclusiones sin necesidad de evidenciarlas a viva voz.

Despertar las conciencias de los ciudadanos no es solo recordarles que les mienten.  Quizá un programa en donde se les expliquen cuáles son las estrategias que se utilizan para crear interesados marcos de comunicación para luego adoptar determinadas medidas fuese mucho más interesante para el espectador, porque le daría herramientas y conocimientos para ver con cuánta facilidad se puede manejar una sociedad.  Pero es otra historia y quizá no sea contada nunca.

Hace unos meses, Évole le confesó a David Trueba en una entrevista: “El traje de cómico y humorista me venía bastante grande y el de periodista más estricto también me viene grande así que he hecho una mezcla y, lo poquito que sé de cada cosa, lo hago en Salvados, y muy cómodo”. Ahora solo le resta a la audiencia decidir cómo lo verá ahora, si más cómico o más periodista, o si le vale la mezcla. Y esa respuesta sí será la respuesta a su experimento.

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