La Noche Americana

Fotograma de La noche americana, de François Truffaut.
Fotograma de La Noche Americana, de François Truffaut.

La noche americana es un recurso cinematográfico de toda la vida que permite rodar escenas nocturnas a plena luz del día. O sea, algo así como La noche americana del pasado martes, 8 de noviembre de 2016, que creó el efecto de un nacional-populismo antisistema cuando, en realidad, se estaba produciendo una imprevista y espontánea rebelión de las masas contra las devastadoras consecuencias de la globalización.

A medida que la noche electoral recorría los Estados Unidos de América de este a oeste, mientras la madrugada europea cruzaba de costa a costa la mítica Route US 66, se hacía evidente que Donald Trumph iba como una moto, como un “Ángel del Infierno” en Harley Davidson, vamos, y Hillary Clinton a lomos del burro demócrata, dicho sea con todos los respetos, con un lento y todavía alegre trotecillo que empezaba a presagiar un triste final como el de “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez. Platero se desplomó al fin a medianoche, hora más hora menos en el reloj de Times Square, y media América y tres cuartos de Europa se sumieron en la melancolía asnal que acompañó al poeta de Palos de Moguer hasta el fin de sus días. Con toda la franqueza que uno se puede permitir cuando reside en Babia, todavía no me explico tanto dolor global por la reparable perdida de Hillary, como si fuese talmente la Zenobia de occidente, oye, en una odiosa comparación con la irreparable pérdida de la genuina musa del ilustre Premio Nobel español.

¿Por qué y por quién doblan las campanas?

Al amanecer de aquella noche de aquel día, ya digo, incluso algunos habitantes de Babia se despertaron reproduciendo la vieja pregunta del Tío Hem: ¿por quién doblan las campanas?  Eso me sigo preguntando yo desde entonces, oye: ¿por qué y por quién doblaban? ¿Tenéis idea de cuántos locos, cuántos versos libres, cuántos lobos esteparios, cuántos sepulcros blanqueados, cuántos ángeles de pacotilla y cuántos demonios disfrazados se han sentado y seguirán sentándose en centenares de despachos ovales de Casas Blancas de la Tierra? El populismo callejero es la punta del iceberg que permite a los Titanic oficiales cambiar el rumbo que precede a los naufragios: ¡cuán gritan esos malditos! Pero las siniestras, inconmensurables y amenazadores masas de hielo sumergidas están compuestas de invisibles, inaudibles e indescifrables gritos del silencio de los corderos. Esa es la novedad que produce temblores de tierra y escalofríos en occidente. No han cambiado los lobos disfrazados de corderos ni los corderos que aúllan como lobos. No. Los que han cambiado son los rebaños de gente corriente cuyos nuevos gritos del silencio preceden a un inesperado Brexit, a un sorprendente desenlace de referéndum por la paz en Colombia, a un frustrado sorpasso de Podemos o a un frustrante cambio de inquilinos en la White House por antonomasia. Occidente está tan pendiente del qué dicen y el cómo dicen las cosas que dicen los diferentes gallos de pelea de la ultra derecha, la ultra izquierda y el ultra populismo, que ya ni siquiera con la ayuda de los expertos augures demoscópicos puede descifrar lo que se callan y el por qué se lo callan, todo eso que se callan los miles de millones de corderos entre una docena (no creo que pase de dos) de miles de especies ideológicas de lobos insaciables.

¡Es la funesta globalización, estúpidos!

Los Trump, los Iglesias, las Marie Le Pen, los Tsypras y sus homólogos en distintos y distantes rincones de occidente, han superado la fase de engañar a algunos todo el tiempo, inician una segunda fase de intentar engañar a muchos algún tiempo y aspiran a la utópica posibilidad de engañar a todos todo el tiempo. Pero ya lo han intentado  antes que ellos un horror de predecesores, Musolinnis, Hitlers, Maos, Stalins, Isabelitas, Fujimoris, Che Guevaras, Rudys El Rojo, Berlusconnis, Maduros, Lulas, Videlas, Fideles, Francos, Salazares y demás especímenes de esos con claros trastornos mesiánicos, dicho sin ánimo de establecer odiosas comparaciones, con los resultados por todos conocidos a más largo o más corto espacio de tiempo histórico. Que no hay mal que cien años dure, que nos lo tienen dicho y lo hemos podido ir comprobando por los siglos de las siglas. Los telepredicadores, los ciberpredicadores, los sermones vía twitter, las involuciones o revoluciones on line antisistémicas son una farsa sembrada de árboles que no dejan ver el bosque. No son los gobiernos conservadores o progresistas los que no permiten que crezca la hierba por donde pasan. Ca. ¡Es la globalización, estúpidos! Hemos hecho, de una buena idea teórica, un devastador tsunami político, económico, social, laboral, cultural, sociológico y patológico. En la paradisíaca Aldea Global los pobres son cada vez más pobres, la clase media cada vez más prescindible, la clase política cada vez más necia, la clase intelectual cada vez más mediocre, los gurús culturales cada vez más dependientes, la clase alta cada vez más mezquina y la inaccesible clase Forbes progresa adecuadamente hacia el suicidio colectivo. La nueva guerra fría global la protagonizan los mismos perros con distintos collares. Antes eran el nacional-capitalismo contra La Internacional-proletaria; ahora es el Nacional-Populismo contra La Internacional-twitera. Lo dicho, los mismos ladridos, los mismos aullidos, los mismos síntomas de rabia con distintos collares manejados por control remoto.

Las autoridades de la Tierra, tan preocupadas ellas de salvar vidas en las carreteras y de advertir sobre los nocivos efectos de la contaminación, del sedentarismo, de la mala alimentación y del tabaco, deberían empezar a confesar a la sociedad que, la Globalización (al menos este modelo de globalización que estamos implantando), mata. Sin prisa, sin pausa, silenciosa e inexorablemente…

Y dos desmentidos
Por cierto, no es verdad que Leonard Cohen haya muerto del susto que se ha llevado por la victoria de Trump. Simplemente ha ido a reencontrarse con Marianne, su viejo amor, su eterna musa de la isla de Hidra, como Ulises regresó a la isla de Ítaca a reencontrarse con Penélope. Se lo había prometido hace años con música, y lo ratificó de puño y letra apenas hace tres meses, cuando ella agonizaba en Oslo: “Si long, Marianne”. ¡Hasta la vista, Leonard...!
Y tampoco es verdad que Donald Trump sea “el Pablo Iglesias de derechas”, como lo bautizó durante La Noche Americana un analista yanqui afincado en la corte del Rey Felipe VI, como Pablo Iglesias no podría ser “el Donald Trump de izquierdas”, a ver si me entiendes. Entre otras cosas porque, a mis escasas luces, ninguno de los dos es de derechas, ni de izquierdas, ni todo lo contrario, aunque se esfuercen un huevo en  aparentarlo ante Dios, la historia y los chicos de la prensa. Ninguno de sus respectivos reinos son de este mundo ni de ningún otro conocido o desconocido. Sólo son ellos, sus peculiares circunstancias y sus inconfesables e inconfesas ambiciones personales, intransferibles e inescrutables.

 

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