No hemos aprendido nada o Venezuela es España

El otro título era “Mil motivos para no votar a Unidos Podemos”, pero he perdido la cuenta y no me parecía bien que no apareciera el número de orden correspondiente.

No hemos aprendido nada o Venezuela es España

El otro título era “Mil motivos para no votar a Unidos Podemos”, pero he perdido la cuenta y no me parecía bien que no apareciera el número de orden correspondiente.

El caso es que de nada nos sirven Cervantes y su Quijote. De nada Oscar Wilde y uno de los momentos de aquel, nuestro Caballero Andante por excelencia, convertido en frase breve y bien construida y hoy truco con el que muchos atrevidos se hacen millonarios. De nada tampoco que la pensara Dalí o que la piense la modelo Rodríguez con las tetas casi al aire. O que la repitan millones cada día. Tampoco que el Papa Francisco denuncie a los habladores con malas intenciones. Y de nada sirve lo que demuestra el marketing más eficaz y sofisticado, ese que si te pones a pensarlo no cuadra, pero vende a mansalva.

Destruyen en la trituradora de palabras las autocríticas de Aguirre tras las derrotas y tiran al contenedor del reciclaje las secuencias de un Sánchez bisoño aprendiendo a pronunciar la marca “Podemos” mientras estamos cenando. De nada sirve que el argumento caribeño no entrara por la ranura de las urnas navideñas. De nada el ajusticiamiento de cinco denuncias políticas en el paredón de las causas archivadas por los juzgados.

Así es. “Que hablen de mí aunque sea mal” es la ley que impera en esta jungla más audiovisual que democrática en la que nos confundimos. Por eso no debería extrañarnos que haya quien elija “Nadie sabe nada” para titular su programa de radio. O que “¡Joder, no hemos aprendido nada!” fuera la conclusión a la que tuvo que llegar el jefe de la CIA, tras quemar lo leído, para poder aclarar al subordinado de turno que si George Clooney intentaba huir a Venezuela era por el motivo más sencillo del mundo y que, por tanto, había que dejarle ir allí, igual daba infierno que paraíso. Y eso antes de autorizar, no le quedaba otro remedio, el pago a McDormand de su embellecimiento, costara lo que costara.

Por todo lo dicho resulta evidente que los líderes viven, cada uno desde su pequeña cima, en mundos especiales. Son muy parecidos entre ellos, pero absolutamente distintos  al nuestro, como si en los suyos no funcionaran ni los relojes de tiempo ni las brújulas para saber dónde estamos. 

Atrapados los cuatro líderes por las cobardías a que les obligaron sus entornos y que les impidieron destapar las cartas que el 20D había repartido, una vez vistos los telediarios no me cabe la menor duda de que tres de ellos, Rajoy, Sánchez y Rivera, se han reunido a oscuras de Iglesias y han decidido que sea este quien lidie con la deuda ingobernable que nos ata y desangra. Hasta la muerte de ambas partes, toro y torero.

No encuentro otra explicación a la estrategia pre electoral desde Venezuela, consistente en que veamos a Pablo veinte veces cada día, y lo imaginemos otras veinte, gracias a sus teóricos adversarios y como si él solo no fuera capaz de llamar la atención lo bastante. ¿Es que acaso esos tres no saben, Agustina de Aragón aún lo recuerda, que ninguna injerencia extranjera ha resuelto nunca ningún problema? Solo me cabe pensar que lo que les anima es la intención de lograr en treinta días que nuestro nuevo “Felipe González”, tan o más ambicioso que el original pero con un DNI más socialista que ninguno, acumule más votos que todos los demás, ellos incluidos. De esa manera tendrán una excusa irrebatible para pasarle los números, todos rojos, a él, y la foto de su cara al jefe de los acreedores de España, que inmediatamente le tomará las medidas. Como a su amigo Tsipras.

El miedo difuso es el mecanismo que se está activando para conseguir el triunfo aplastante de Pablo. No puedo evitar el recuerdo de un susto que sufrimos hace más de treinta años y que funcionó bien para amontonar millones de votos en un solo candidato, el “original”. Fue algo muy distinto y  violento y quizás nunca sepamos lo que pretendía, y si lo consiguió.

Tal como muchos, yo también tengo dudas. Estaba casi seguro que el 26J no votaría a ninguno de los tres listos pero, como soy rebelde, ahora creo que tampoco elegiré Podemos. Así me vengaré de los confabuladores que se quieren quitar de encima el “muerto” de España y colocárselo, todo, al de la Complutense y sus colegas. No creo que lo consigan. Desde 1982 algo hemos aprendido los de abajo. Si insistimos en votar lo que nos guste y no lo que nos pidan para “utilizar”, conseguiremos que los de arriba terminen aprendiendo a pactar.

Comentarios