No es cierto que el problema catalán se resuelva con la reforma constitucional

Cartel independentista en Cataluña. / D.B.
Cartel independentista en Cataluña. / D.B.

Porque salvo que consagrase para aquel territorio un estatuto similar al vasco, no sería aceptable para las propias fuerzas políticas catalanas. Y para los demás territorios tal pretensión es simplemente imposible.

No es cierto que el problema catalán se resuelva con la reforma constitucional

Alguien escribirá la historia de cómo una buena idea para abrir las fosilizadas estructuras de los partidos  políticos, las elecciones primarias, acabó convirtiéndose en un mecanismo de destrucción incontrolada. Se ha visto en Francia y se está viendo en el socialismo español. Millones de electores que han votado a esas organizaciones, pero no forman parte de su reducido número de afiliados, contemplan atónitos una extraña campaña donde no se discuten los problemas del país, ni los mecanismos para abordarlos con éxito, unos  y otros sustituidos por abstracciones ininteligibles.

Por si no era ya suficientemente agudo el enfrentamiento entre los contendientes, con niveles de agresividad en las redes sociales que dificultarán la paz posterior al día electoral, a los candidatos no se les ha ocurrido mejor idea que proponer la reforma constitucional. Artillería pesada en el momento más inoportuno, con el contencioso catalán en estado crítico. No es un problema fácil, si lo fuera ya estaría resuelto. De hecho dura ya un siglo, pero afortunadamente ha conocido pocos momentos críticos como el actual.

Proponer que la Constitución recoja los hechos diferenciales sólo significa abundar en la confusión. Se multiplicarían los hechos diferenciales, entendidos como la base argumental de la financiación discriminatoria

No es cierto que el problema catalán se resuelva con la reforma constitucional. Porque salvo que consagrase para aquel territorio un estatuto similar al vasco, no sería aceptable para las propias fuerzas políticas catalanas. Y para los demás territorios tal pretensión es simplemente imposible. Proponer que la Constitución recoja los hechos diferenciales sólo significa abundar en la confusión. Se multiplicarían los hechos diferenciales, entendidos como la base argumental de la financiación discriminatoria. Cualquier político que haya dedicado algún tiempo a recorrer el territorio, lo sabe. Para las comunidades rurales sería ese factor, en otras la dispersión poblacional, para algunas la discriminación financiera histórica, para otras la emigración continuada, en éstas la inmigración, en aquéllas el envejecimiento, etc. Todo ello además de los hechos diferenciales ya consagrados en la vigente Constitución: régimen foral, idioma propio, insularidad, derecho civil propio, nacionalidad histórica. Jugar con el narcisismo de la diferencia es lo que han cultivado los partidos nacionalistas, con éxito ciertamente, pero al precio de dificultar los acuerdos y deteriorar los lazos comunes. Exacerbar las diferencias como base de las mejoras, no es buen camino para la convivencia.

Tampoco parece que reformar el artículo 2, para entrar en un debate nominalista sobre las naciones, culturales o políticas, una o varias, resuelva algún problema de fuste. Esos debates fueron resueltos en la Constitución con las ambigüedades que han permitido gobernar a distintos grupos políticos. No parece que hoy exista mayor consenso para abordarlos, que en 1978.

La reforma de la Constitución tiene dos caras, una buena y otra mala. La mala, es imposible hacerla sin un amplísimo consenso político que ni existe ni existirá a medio plazo. La buena, ninguno de los problemas principales de España depende de la reforma constitucional, sino de algo más prosaico, gobernar, con sus derivadas de acuerdos y pactos. Aquí es donde reside el problema actual. Ningún grupo está dispuesto a desgastarse apoyando un gobierno en minoría y éste no está en condiciones de abordar reformas profundas por la ausencia de apoyos. Estamos forzados a una legislatura de mínimos por lo que no se deberían proponer reformas que ni tan siquiera puedan ser esbozadas. Corresponde impulsar, pequeñas reformas, acuerdos puntuales, priorizando  lo importante aunque  sea menos mediático que los escándalos y las grandes palabras. En otras palabras, aprovechar la debilidad del Gobierno para avanzar algunas reformas. Oposición constructiva, como está haciendo el PNV.

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