Ni la situación económica mejora ni la crisis sanitaria que la ha provocado se supera

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España, un país en crisis.
La tendencia innata de la actividad política –contentar al mayor número posible de demandantes– se compadece mal con la necesidad de reorientar la actividad económica en favor de la industria más competitiva y con capacidad tractora. / Análisis del malestar social y su expresión política.
Ni la situación económica mejora ni la crisis sanitaria que la ha provocado se supera

Los ciudadanos italianos acaban de votar en referéndum para reducir drásticamente el número de miembros de las cámaras legislativas. El resultado, fácilmente previsible, ha sido ampliamente favorable a la reducción. En tiempos de crisis, la función de varios centenares de diputados y senadores, con un régimen retributivo muy generoso y habitualmente distanciados de sus electores, ni es fácil de percibir, ni es considerada útil. No es difícil suponer que una consulta similar en España, donde además sumamos un millar de diputados autonómicos, tendría un resultado parecido. Es la expresión inmediata del malestar social. 

Ni la situación económica mejora ni la crisis sanitaria que la ha provocado se supera. La renuencia a adoptar medidas contundentes sobre las reuniones y el ocio nos mantiene en un estado que comienza a parecerse al de la pasada primavera, con una curva de fallecidos y contagiados claramente superior a la de cualquier otro país europeo. Sin embargo el debate político está dominado por otros asuntos: la ausencia del Presidente del Gobierno en las Cortes o del Jefe del Estado en Barcelona, los indultos a los presos secesionistas, o la tan socorrida memoria histórica.

No forman parte del debate político las carencias de médicos, especialmente de familia y pediatras, y  de enfermeros, profesiones en las que la precariedad es máxima, los salarios bajos y la presión laboral muy intensa. Incluso asistimos a la emigración de dichos profesionales atraídos por mejores condiciones en otros países. Por otra parte la formación de médicos, muy costosa, está sujeta a acuerdos entre Administraciones tanto para el acceso a la carrera como para la determinación de las plazas MIR en hospitales. Ante las carencias actuales, que se agudizarán en los próximos años por la jubilación masiva de profesionales reclutados en los años de expansión del sistema, la única alternativa a corto plazo es la contratación de médicos extracomunitarios, principalmente latinoamericanos. Parece que tampoco Sánchez y Ayuso consideraron oportuno debatir sobre esas minucias.

En el frente económico las propuestas de reputados expertos que alertan de la necesidad de presentar proyectos industriales relevantes para la ejecución de los fondos europeos, tampoco están teniendo eco en el mundo político. La tendencia innata de la actividad política –contentar al mayor número posible de demandantes– se compadece mal con la necesidad de reorientar la actividad económica en favor de la industria más competitiva y con capacidad tractora. Un debate de fondo en el que nos jugamos la evolución de las próximas décadas y que apenas consume tiempo residual en las cámaras legislativas.

No es mayor el nivel de preocupación en el ámbito autonómico, quizás con la excepción, habitual en política industrial, del País Vasco, donde existe una estrategia que viene de muy atrás para no perder posiciones competitivas, actuando simultáneamente sobre varios planos: innovación, exportación, financiación, formación. Las demás comunidades  están en temas domésticos o realmente creen que recibirán un porcentaje de los fondos europeos para la reconstrucción, algo poco probable en la mayor parte de los casos. El debate no es dónde sino en qué, reorientando los esfuerzos territoriales para buscar sinergias en torno a los ejes que se determinen.

España va mal en los dos ámbitos, económico y sanitario. En ambos parecen faltar ideas y sobre todo voluntad para adoptar decisiones. Es cierto que nos consumimos en una polarización política extrema. Más que la causa de la indecisión, es la consecuencia. Rehuimos lo difícil porque compromete y es arriesgado para refugiarnos en lo más fácil, atacar al contrario. Es el triunfo de la banalidad y el caldo de cultivo para el malestar social. Exactamente lo que Vox espera. @mundiario

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