Ni ojo por ojo, ni diente por diente

Gabriel Cruz. / RR SS.
Gabriel Cruz.

Entre el Felix y el Gisele, se nos acolado la borrasca emocional de Gabriel, el niño al que nos imaginamos que nos gustaría que se pareciesen nuestros niños, hijo de una madre a la que nos imaginamos que nos gustaría que se pareciesen nuestras madres. Estoy plenamente convencido de que descansa en paz, mientras intento asimilar una paradoja: ¡qué solos nos quedamos los vivos!

Ni ojo por ojo, ni diente por diente

Nunca como en esta ocasión, mientras el polvo de un chiquillo de 8 años regresa conmovedoramente al polvo, ha tenido más sentido transmitir nuestro dolor por tan irreparable pérdida. Se llamaba Gabriel, nació en España y, con todos los respetos para los seres queridos que van a echar de menos su fugaz pasado, confieso que estos días me ha ido envolviendo la nostalgia imaginándome su ausencia, la ausencia de cualquier Gabriel, en nuestro incierto e impredecible futuro colectivo. Hemos perdido de un solo golpe, en un nuevo arrebato de miseria humana, al hijo de una madre cuyas manos habían mecido la cuna de un esperanzador proyecto de ser humano. Ha quedado vacío un hogar, un peculiar hogar español, en el que se había reservado el derecho de admisión al odio, se habían apuntalado las ventanas a prueba de los vientos de la venganza y crepitaba en la chimenea el amor en estos tiempos de cólera.

Nos hacía falta Gabriel, ¡tantos posibles Gabrieles esculpidos en las entrañas de tantas posibles Patricias!, para poder soñar con aulas sin Bullying, con adolescentes sin mortíferos rifles de repetición, con jóvenes sin tantas papeletas para pasar por la fiscalía de menores, con manadas que simplemente corran a cuerpo descubierto delante de los toros y no con nocturnidad y alevosía detrás de las damas. Deberíamos proclamar a las Patricias Ramírez patrimonio de la humanidad, sabiendo como sabemos que sólo de tales palos podemos esparcir por el mundo tales astillas. Quizá de alguna Patricia recibió el planeta a Stephen Hawking, esa mente prodigiosa que, en vez de desaparecer a los ocho años, acaba de desvanecerse en la historia a los 76, tras varias décadas iluminando lados oscuros de la Tierra. Entre tanta rabia de los nacionalistas españoles ante la hipotética pérdida de Cataluña; tanta rabia de los independentistas ante la interrupción del embarazo de su República; tanta rabia de los partidos políticos que pierden elecciones; tanta rabia de los tifosi cuando su club pierde un encuentro, creo que no deberíamos permitir que la voz de Patricia, esa madre que ha perdido, ¡y cómo lo ha perdido, oh Dios!, a un hijo, se apague clamando en el desierto: “Pido que no se extienda la rabia”.

Eso digo yo, que no se extienda, que no se contagie, que no llegue a darnos vergüenza ser compatriotas de legisladores que fomentan la Prisión Permanente Revisable por miserables puñados de votos de la ira, o de partidos de la oposición que, donde decían digo, dicen ahora Referéndum, no vaya a ser el diablo que el pueblo se incline por el ojo por ojo y el diente por diente. Yo no quiero un Código Penal deshumanizado, incivilizado, ofuscado, en el que acabe haciéndosele un hueco a la Ley del Talión.

El caso de EE UU
Nota.- Entre los diez Estados con mayor índice de criminalidad de United States of América, desde Tennessee (el primero en el ranking) hasta Oklahoma (que cierra tan siniestro top ten), siete de ellos aplican la pena de muerte. Ustedes y sus Señorías verán. ¡Alguien debería volar sobre ese nido del cuco y de los cucos al que llamamos Congreso de los Diputados! @mundiario

 

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