Ni “los buenos” son todos buenos, ni “los malos” tampoco

Alarmas en España. / Mundiario
Alarmas en España. / Mundiario

Un signo de modernidad social y política es admitir que la realidad no es tan maniquea como algunas versiones quieren establecer.

Ni “los buenos” son todos buenos, ni “los malos” tampoco

Es difícil moverse con optimismo realista cuando en nuestro entorno cultural se promueven tabúes profundos, incrustados en nuestra vida con sistémicos métodos de educación retrógrada, y referencias constantes de los medios a supuestos valores sagrados.

Qué sean los tabúes y cómo pesen en nuestras vidas lo ha recordado recientemente Juan Soto Ivars, a partir del recuerdo de una definición de Wundt, en que lo sagrado y lo impuro están íntimamente unidos; esta coincidencia limita nuestra capacidad de razonamiento, nos coarta y autocensura, y nos lleva a decisiones frecuentemente irracionales. El miedo y la consiguiente parálisis de la libertad casi siempre andan por medio y nos enredan en un juego en que siempre perdemos en nuestra capacidad de autonomía.

El recurso al tabú siempre ha andado suelto en la historia de la humanidad, pero en los tiempos que corren, tan aptos para las perspectivas apocalípticas que suelen acompañar a todos los miedos –como estudió Delumeau-, corremos el riesgo de que se acentúe la parálisis que esta pandemia ha traído consigo. Ciñéndonos estrictamente a lo que las elecciones a la Comunidad de Madrid están propagando en un momento tan enigmático, es sorprendente que nadie en el entorno de la candidata del PP se oponga a ese eslogan viejuno que pretende que quienes tengan la facultad de votar  elijan entre “libertad o socialismo”.

El publicista de esta mujer pretende que la veamos como una especie de Juana de Arco o Agustina de Aragón dispuesta a defender y ampliar ese preciado bien, mientras sus oponentes, socialistas y gentes de izquierdas, serían sus redomados enemigos, capaces de destruirlo o vilipendiarlo todo. Desde la revolución parisina de 1830, en que Delacroix pintó la Libertad guiando al pueblo, ha pasado un tiempo; pero en este relato que ha empezado a prodigarse desde el mismo anuncio del anticipo electoral, la realidad de lo que acontece parece no importar nada. Les sobra con que la gente que se guía por los medios se crea el cuento, mientras  ponen en marcha los sutiles caminos propagandísticos de otrora, de más de ochenta años de existencia, en que los republicanos de entonces eran presentados como unos vendepatrias, encomendados al taimado complot judeomasónico para deshacer las sagradas esencias de la patria, anteriores incluso a la reina castellana Isabel la Católica, que erigieron además, en sostén y modelo de feminidad a punto de llegar a los altares, como consta en el archivo catedralicio de Valladolid.

Los nuestros

En la pelea dialéctica actual, la España de “los nuestros” y “los otros” sigue viva; sigue implícito en el relato neoconservador que los demás no parecen desear para la colectividad ningún bien sino el mal, mientras que lo poco o mucho que se haya enriquecido en el transcurso de los años se debe exclusivamente a “los nuestros”, incluida la propia “libertad democrática”; en esta historieta, ni las peleas antifranquistas han existido, ni las transacciones y pactos de la Transición. “Los nuestros”, herederos de la Victoria proclamada el 04.04.1939, son los únicos detentadores del bien y la verdad e, independientemente de las tergiversaciones, engaños y zorrerías zafias en  que puedan haber andado, siguen siendo los buenos; “Los otros”, por naturaleza, son siempre los malos.

Los madrileños se encuentran ahora con un gran problema antes de decidir votar a esta hipotética heroína rediviva. Por un lado, tienen este soniquete de “los buenos”, recibido por herencia familiar o por el impacto de la partitura que entonan los beneficiados por el caprichoso uso de la libertad de mercado. Por otro, las alusiones que en la calle se pueden oír de continuo, acerca del trato lesivo  que los gestores de esta libertad agresiva han dado a la Sanidad, la Educación de los hijos o a la la tercera edad. Para reconsiderar la veracidad de estos otros relatos que, al parecer propagan “los malos”, todos los oyentes y opinantes  debieran considerar los datos que en esta Comunidad de Madrid se están generando, cuando andamos en los inicios de la cuarta ola, respecto a la gestión de la pandemia de la Covid-19. Para calibrar mejor la calidad de unos u otros relatos y no caer en esquizofrenia, basta repasar qué no han hecho estos “buenos” de ahora y cómo, pese a ello, piden responsabilidades a otros para que suplan lo que no han hecho en el transcurso de este año pasado; por ejemplo, en el descontrol de la contención de movimientos de los ciudadanos mientras la muerte no era tenida en cuenta, como si de una variable independiente se tratara. Y, tampoco debieran obviarse los datos relativos al empleo que hayan hecho de la supuesta libertad para dañar los intereses comunes, ni torcerse la memoria sistemáticamente cuando los hechos reales indican poco aprecio por la democracia; por mucho que se quiera presumir de ella en exclusiva -sin acuerdos con los demás-, se sobrepasan sus frágiles líneas rojas.

Bailando con lobos

Se ha de recordar, en fin, que cuando no había libertad, los que iban a la cárcel o padecían en carne propia el autoritarismo franquista nunca tuvieron a gala presumir, en nombre de la libertad, de su esforzada oposición a quienes les impedían su ejercicio; su pelea les llevó a la carecer de ella mientras que quienes ahora presumen de lo que no había, les echan en cara aquel afán, tan duro y costoso. Sería de agradecer un mínimo respeto y veracidad en la pelea política por el poder, además de alguna consciencia de que jugar con las trampas de los tabúes acarrea amargas experiencias.

La versión publicitaria de Díaz Ayuso recuerda al Fraga enfadado vendiendo a los gallegos la posibilidad de que, si no le votaban a él, les quitarían la vaca… Aunque hayan pasado más de 40 años, la alta misión que se arrogan quienes estos días  dividen el mundo entre partidarios de la libertad y del socialismo, no puede ocultar que entre los que ellos llaman malos hay muchísima gente buena, ni que entre los que suponen buenos sucede exactamente lo contrario. Hasta en las películas del Oeste era perceptible la falsa divisoria cuando la película era de pacotilla; el guión de esta, ni de lejos se parece a Bailando con lobos, en que Kevin Costner se sentía más a gusto entre los indios sioux que entre los de su propia estirpe. Pues eso. @mundiario

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