Negro

Diakhaby. / Twitter
Diakhaby. / Twitter
El racismo sigue presente en la sociedad y toma cuerpo, demasiado a menudo, en el fragor de la batalla deportiva.

En el año 2004, Samuel Eto’o, delantero del Barça, lanzó un balón al público de Getafe harto de que repitieran aquél “uh, uh, uh” –imitando el sonido de los monos– con el que tantas y tantas veces se ofendía –y ofende– a los jugadores de color. Dos años más tarde se plantó ante la grada de La Romareda que le abucheaba con gritos racistas; aquél día, Eto’o quiso irse del terreno de juego pero sus compañeros le convencieron de quedarse. Finalmente, celebró su gol en Zaragoza imitando el movimiento de los simios, a ver si tirando de ironía y de calidad conseguía tapar la boca a los bravucones camuflados entre la masa. Naturalmente, no lo consiguió.

A Dani Alves le tiraron un plátano llamándole “mono”. El brasileño cogió el plátano y se lo comió. Era abril de 2014, en pleno reinado de Twitter y las redes de todo el mundo se llenaron de fotos de personas comiendo plátanos, reivindicando el gesto del lateral blaugrana y a la salud de racistas, miserables y cobardes. En agosto de 2016, en la primera jornada de Liga, el árbitro paró el partido en El Molinón , entre Sporting y Athletic de Bilbao por los gritos contra Iñaki Williams; de nuevo “uh, uh, uh”, lo que el colegiado recogió en el acta como “la onomatopeya del mono”. En 2020, el mismo jugador acudió como testigo en una causa abierta por un juzgado de Cornellá ante  los insultos recibidos en un partido frente al Español.

El jugador del Valencia Diakhaby denunció este domingo un nuevo episodio de racismo, al asegurar que un jugador rival, Cala, le había llamado “negro de mierda” (algo que este niega). La inexistencia de videos o audios que recojan lo denunciado y el hecho de que el árbitro no lo escuchó han convertido el incidente en una suerte de “una palabra contra la otra” que ha terminado por dejar al aire, de nuevo, las costuras del fútbol español. Si es compresible que Juan Cala tiene derecho a defenderse y a la presunción de inocencia, resulta inconcebible que el jugador ché se inventase el insulto racista de no haber existido (o, al menos, así haberlo entendido). En todo caso, más allá de la posición de cada jugador, la gestión deportiva y mediática ha demostrado que sigue existiendo un problema real en los deportes de masas, en los que el racismo, el odio o la descalificación del diferente siguen presentes y amparados en el anonimato de la grada o justificados por el “calentón” del momento.

 El Valencia se fue del campo pero volvió, porque lo importante son los puntos; el club ha justificado su vuelta al campo “porque el colegiado les advirtió de que podían ser sancionados”. El comité de árbitros desmiente esto y está “investigando” al Valencia, porque lo importante no es el incidente en sí mismo sino la afirmación del club. El Cádiz mantuvo una suerte de “silencio preventivo” durante 48 horas y su defensa consiste en repetir como un mantra que “no hay pruebas del hecho”. La Liga, como siempre, se investiga y se declara inocente; no hay videos. No han sido pocos los medios e informadores que han restado importancia al hecho, como si un insulto más o menos no fuera relevante o aquellos que insisten en que Diakhaby debía seguir jugando, para demostrar no se sabe bien qué. Finalmente, como siempre hay quien va más allá, un periodista de Canal Sur, Javier Franco,  preguntó a Cala: "¿Crees que con este incidente surgirá la picaresca de jugadores de algunas nacionalidades que digan haber escuchado algo en su contra?". Algunas preguntas retratan a quienes las formulan.

El racismo sigue presente en la sociedad y toma cuerpo, demasiado a menudo, en el fragor de la batalla deportiva o ante cualquier enfrentamiento social. El endurecimiento de la legislación civil y deportiva no ha conseguido erradicar comportamientos que están enraizados y que necesitan mucho más que corpus legal. Necesitan un acuerdo social, coherente y decidido frente al racismo y las expresiones de odio al diferente. En el deporte, en la sociedad, sin excepciones y sin templanzas. Sanciones administrativas (o penales), sanciones económicas y, por encima de todo, sanción social. Porque lo realmente importante no es lo que sucede en un Cádiz-Valencia sino en un partido de alevines en cualquier campo o pista de España donde un chaval, en medio de una jugada bronca le grita a otro “vete a tu país, negro de mierda”; y el ejemplo de lo que enseñemos a nuestros hijos e hijas empieza en las “grandes Ligas” y en el deporte de élite.

No es más importante la Liga que poner freno al racismo y el odio. No son más importantes los puntos que la decencia social. No hay nada más relevante ni más importante ni más urgente que erradicar estos comportamientos, individuales y colectivos. En 1992, Guus Hiddink, entrenador del Valencia, ordenó al Club retirar una pancarta de apoyo a los suyos en Mestalla en la que figuraba simbología nazi. El holandés no se paró ahí y logro que retirasen todos los videos promocionales en los que salía aquella pancarta. Consiguió más él aquél día que la legislación deportiva hasta ese momento. Porque además de la letra de la ley, algunos problemas sociales sólo se atajan desde la valentía y la firmeza. Lo demás son paños calientes. #StopRacismo @mundiario

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