Es necesario imponer la ley pero no lo es menos atacar el origen del problema, que es político

Barcelona.
Barcelona.

Vienen días difíciles, especialmente para quienes viviendo aquí, en Barcelona, desde donde escribimos y observamos, no comparten los postulados secesionistas. ¿Vuelven las dos Españas?

Es necesario imponer la ley pero no lo es menos atacar el origen del problema, que es político

El conflicto catalán ha devenido en alteración sistemática del orden público cuando centenares de personas han intentado bloquear la actuación policial, en forma de registros y detenciones, ordenada por la autoridad judicial. Se hace visible uno de los escenarios más preocupantes que puede ser antesala de incidentes violentos. El otro escenario temido, la detención de personalidades públicas, se está evitando cuidadosamente por el momento. La reacción de los partidos independentistas, ha sido la previsible: desaforada y con palabras gruesas. La movilización de la calle muy amplia y bien organizada, desde primera hora hasta la madrugada, incluyendo momentos tan simbólicos como la interrupción de la ópera en el Liceu para entonar el himno catalán. Tintes épicos para un proceso políticamente encallado.

Todo es tan triste como inevitable. Ante la evidencia de un golpe de Estado institucional, pagado con los impuestos, impulsado por las autoridades que ostentan además las competencias de orden público, ni cabe mirar para otro lado ni cabe ceder. Sólo la restitución de la legalidad puede crear las condiciones para retomar el diálogo.

Los partidos secesionistas han amenazado  con retirarse de las Cortes, donde a diferencia del Parlamento catalán gozan de todas las prerrogativas reglamentarias. En su día lo mismo hicieron los separatistas vascos sin que por ello dejase de haber pluralismo político en la representación catalana ante las Cortes.

Una voz tan autorizada como Durán i Lleida, ha resurgido del ostracismo para recordar su propia premonición de estos actos en debate con Rajoy hace años y al tiempo criticar duramente al gobierno catalán por el camino emprendido.

Ser excluido de la tribu no es lo peor, pero ser aislado en el trabajo, observado con desconfianza o simplemente etiquetado de mal patriota no es fácil de sobrellevar

Vienen días difíciles, especialmente para quienes viviendo aquí, en Barcelona, desde donde escribimos y observamos, no comparten los postulados secesionistas. Ser excluido de la tribu no es lo peor, pero ser aislado en el trabajo, observado con desconfianza o simplemente etiquetado de mal patriota no es fácil de sobrellevar. Todos los movimientos totalitaristas lo han hecho, desde los religiosos hasta los políticos pasando por el fútbol. Más de una guerra civil ha comenzado en los estadios.

El hecho más novedoso y preocupante es el regreso de las dos Españas. A un lado los defensores del orden democrático vigente desde 1978. Al otro nacionalistas varios y la izquierda de Podemos, los epígonos del terrorismo como Otegi y todos los que declaran como objetivo abierto acabar con la actual democracia. Un cóctel peligroso que puede desbordarse hacia la violencia en cualquier momento.

Ese cóctel no persigue un objetivo común, sino varios distintos: la ruptura del país en varios trozos, el final del sistema económico, la quiebra de las libertades tal como las conocemos. Que en su conjunto representen un volumen muy notable de votos, añade incertidumbre al futuro inmediato.

Porque el bloque constitucional también está profundamente dividido como se demostró en la votación del Congreso, consecuencia de una irresponsabilidad de Ciudadanos. Y además de dividido no tiene un discurso claro ante la situación actual de desbordamiento emocional. No es fácil, pero la talla de los políticos se mide ante las grandes crisis.

Es necesario imponer la ley, obviamente. Pero no lo es menos atacar el origen del problema, que es político, y al tiempo hacer más atractiva emocionalmente la defensa de la actual democracia. Antes de que los demonios de nuestro pasado fratricida salgan definitivamente del limbo de la historia.

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