El nacionalismo español centralista confunde la unidad nacional con la uniformidad

Cadena independentista en Cataluña.
Cadena independentista en Cataluña.

Este colaborador de MUNDIARIO publica hoy el primero de una serie de dos análisis sobre la situación de Cataluña en España, sobre la base de dos nacionalismos malos de avenir.

El nacionalismo español centralista confunde la unidad nacional con la uniformidad

Este colaborador de MUNDIARIO publica hoy el primero de una serie de dos análisis sobre la situación de Cataluña en España, sobre la base de dos nacionalismos malos de avenir.

 

Uno de los problemas que debía resolver la Constitución del 78 era el reparto del poder territorial del Estado. Visto lo visto, el arbitrio transaccional ideado por las Constituyentes puede considerarse fracasado: la amplísima autonomía no sirvió para que vascos y catalanes (a los gallegos nos sobra toda) dieran tierra a sus pulsiones independentistas.

Incluso un lego en politológicas descubre la causa: por falta de voluntad política, los actores de la Transición renunciaron a vertebrar España sobre un modelo federal sin amaños caseros, y  engendraron en pecado un texto ambiguo fruto del Miedo y de la Desconfianza. La amenaza de los sables salvapatrias y la incertidumbre ante lo nuevo parieron un acuerdo que se limitaba a trocear el bacalao competencial y a multiplicar las ventanillas, concesión graciosa pronto cercenada por las leyes loaperas y el café autonómico para todos. Una manera de ganar tiempo a costa de hacérselo perder al país.

Asentada la democracia, el acuerdo permitió que los partidos nacionales y nacionalistas cambiaran cromos en nombre de la estabilidad y con cargo a la bolsa común. La cosa tiró hasta que el presidente Aznar decidió laminar a los que le habían facilitado la primera investidura, pretexto para los desafíos estatutarios de Ibarretxe y Maragall (mal gestionado por Zapatero), y la crisis económica forzó el órdago del señor Mas. Cuya gravedad aumentaría si se despacha   la movida como un expediente atípico para averiguar hasta dónde llega la solidaridad española con Cataluña.

Los intereses económicos si cuentan, pero en el fondo se trata del enfrentamiento entre dos nacionalismos malos de avenir: el centralista que confunde la unidad nacional con la uniformidad y el periférico que reclama la gestión de su singularidad. Sorprende mucho que a un observador tan atento de nuestra realidad política como Mario Vargas Llosa se le haya escapado la existencia de aquél y solo denueste los vicios de éste (ver El País, 22/09).

Aventura el gran escritor peruano que los nacionalismos malos podría destruir el porvenir de España. En ese caso, la culpa mayor recaería en el nacionalismo bueno, incapaz de articular políticamente una nación de naciones.

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