El muro mental de la hipocresía

Parte del muro en el sector oeste entre México y EE UU - a la izq. la ciudad estadounidense de San Diego; a la derecha la ciudad mexicana de Tijuana, densamente poblada -. / Wikipedia
Parte del muro en el sector oeste entre México y EE UU - a la izq. la ciudad estadounidense de San Diego; a la derecha la ciudad mexicana de Tijuana, densamente poblada -. / Wikipedia

De momento y a pesar de la orden ejecutiva presidencial, el muro no es más que un proyecto que opera a escala de discurso, y que servirá sobre todo para que se lleven a cabo otras políticas de menor calado mediático que pasarán desapercibidas para la inmensa mayoría.

El muro mental de la hipocresía

Trump ha puesto de moda los muros, las vallas y las fronteras. Su discurso extremista contra México alarma por doquier incluso a políticos de la derecha, de la socialdemocracia y medios de comunicación tan proclives a la desinformación calculada como El País.

Por solo quedarnos en España, De Guindos, actual ministro de Economía, Rodríguez Zapatero, expresidente del Gobierno con el PSOE, y el imperio Prisa a través de un editorial en su cabecera de referencia ya citada se han manifestado contra la construcción del muro en la raya fronteriza entre EE UU y el territorio mejicano, resucitando Iberoamérica como treta dialéctica para apoyar sus argumentos políticos con un barniz de ética panhispánica que tan estéticamente queda de cara a la opinión pública.

No se recuerda tamaña elocuencia y empeño de ninguno de ellos en contra de la desestabilización permanente e ilegal de la CIA en Venezuela, ni tampoco contra el bloqueo ilegítimo de Washington a Cuba que dura ya más de medio siglo y ha sido repetidamente condenado por la ONU sin que la administración estadounidense se haya movido un ápice de sus políticas agresivas hacia la isla, salvo los tímidos gestos de última hora de Obama. Solo EE UU e Israel permanecen estancados diplomáticamente en el antiguo siglo XX y la guerra fría. Contra el mundo, porque ambos lo valen.

Debe ser que Cuba y Venezuela no son genuina Iberoamérica. Por esa razón, los ínclitos personajes antes mencionados y el rotativo de la globalidad en lengua española El País siguen callando selectivamente ante los atentados políticos perpetrados históricamente y a diario contra La Habana y Caracas. Su discurso es oportunista. El muro que separa la verdad de la hipocresía es más importante que las vallas físicas.

Tampoco se sabe de declaraciones contundentes contrarias al muro judío que segrega a los palestinos en un reducido espacio vital ni en el caso de las alambradas con cuchillos incorporados en Ceuta y Melilla. Su moral, por tanto, es de doble filo: hay muros de primera categoría que merecen su atención y vallas de segunda que deben permanecer ocultas y en silencio.

Por supuesto que es preocupante el muro que pretende construir Trump. No obstante, de momento y a pesar de la orden ejecutiva presidencial no es más que un proyecto que opera a escala de discurso, un toque de atención para polarizar el interés populista en un hecho criticable pero que servirá sobre todo para que se lleven a cabo otras políticas de menor calado mediático que pasarán desapercibidas para la inmensa mayoría. Trump sabe muy bien que mientras focaliza las iras en un tema controvertido tendrá las manos libres para manejar el cotarro en otros menesteres a su libre antojo. Cuando despertemos del señuelo del muro, muchos derechos laborales y civiles habrán desaparecido del mapa.

El muro de Trump es más bien de orden psicológico, pretendiendo dividir el mundo en buenos nacionalistas con raíces en la tierra, la familia y las tradiciones y malos progresistas amantes de las utopías, el libertinaje y el ruido reivindicativo. Con ese maniqueísmo estructural hasta los neoliberales renacerán de sus cenizas como amables corderos de dientes mellados. Una estrategia inteligente para desactivar las razones críticas y los pensamientos alternativos. La duda será un crimen, obligándonos a tomar partido por lo malo o lo peor. Los muros dividen todo en un afuera hostil y un dentro cálido. Y no habrá más, los restos que no se acomoden a esta perspectiva dual serán tachados de rebeldes, relapsos o terroristas sin alma: pura delincuencia o locura a exterminar por cualquier medio, lícito o extracontable como diría Bárcenas.

Resulta paradójico conocer que Venezuela desde Chávez es un país reconocido por las principales instancias internacionales donde la desigualdad ha disminuido con mayor intensidad en las últimas décadas gracias al gasto público en sanidad y educación. Cuba, por su parte, ha suscitado los mayores elogios objetivos desde hace tiempo por las mismas instituciones gracias a sus sistemas educativo y sanitario modélicos. Ningún infante pasa hambre. Nadie es analfabeto. Estos datos contrastan vivamente con el resto de países de su entorno geográfico donde la pobreza y la violencia campan a sus anchas neoliberales al dictado del FMI y el Banco Mundial.

La guerra sucia en México nunca es objeto de portadas en los más señeros mass media del mundo. Podría hablarse con rigor de estado fallido, esa nomenclatura técnica del poder para satanizar a países díscolos con el orden establecido, que luego son invadidos o intervenidos con hilos sutiles para hacerlos regresar a la democracia capitalista a través de elites autóctonas serviles a los mercados globales.

Ese México tan querido está en guerra y sus muertos por violencia extrema se sitúan al mismo nivel, cuando no superior, a los caídos en los conflictos de Afganistán, Irak o Siria. Desde 2006, aproximadamente 170.000 occisos entre civiles (muchos periodistas y mujeres), militares, policías y sicarios del narcotráfico. ¡Y 300.000 desaparecidos a día de hoy! Pero México es una democracia formal amante de la libertad, la fraternidad, la solidaridad… y el capitalismo salvaje. Es Iberoamérica, sin duda alguna.

Otro caso sangrante de la hipocresía de muro y mente blanda de acomodo ideológico neoliberal de los próceres de la Unión Europea y EE.UU. es Filipinas, una base estratégica para amenazar veladamente al gigante chino y el pretexto recurrente de maldad absoluta de Corea del Norte y de paso a cualquier veleidad izquierdista en Asia. Nos referimos a Filipinas y su fascista presidente Duterte.

Desde que accedió al poder el primer mandatario filipino ya han sido asesinadas 7.000 personas por su presunta vinculación al narcotráfico. Cuando tengamos perspectiva saldrán a colación que muchos de los ajusticiados a balazos eran opositores al régimen dictatorial impuesto democráticamente en Filipinas. Y nos daremos golpecitos morales en el pecho. Siempre a posteriori, como debe ser. Y saldrá a la palestra un nuevo presidente que pedirá perdón por los pecados cometidos en el pasado. Y será portada magnífica en El País y en otros medios similares que silencian la verdad en presente y se hacen democráticos, de repente, a toro pasado. Otra hipocresía más de la conducta habitual de los voceros del statu quo.

Pero Filipinas no es objeto de titulares a lo grande. Solo es tratado como una excepción singular, quizá poco estética pero aceptable para la globalización de los mercados. Asesinos son Raúl Castro y Nicolás Maduro. ¡Faltaría más!

Un mundo futuro sin vallas ni fronteras está muy lejos de ser realidad. Y hay que luchar con denuedo y decisión por erradicarlas allí donde se intente levantarlas. También en la conciencia porque en la mente se edifican muros invisibles que nos pueden hacer caer en la hipocresía y en la irracionalidad más deleznable. La era Trump quiere dividirnos en malos y buenos, buenos ciudadanos sumisos al discurso vacío y las bajas pasiones individualista y malas personas de rebeldes sin causa. Derribar los muros interiores es más complicado que acabar con los físicos. He ahí el Muro de Berlín para corroborar esta tesis.

 

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