El mundo, ante una nueva era en la política internacional

Un Marine custodiando la entrada del Despacho Oval en la Casa Blanca, lo que significa que el presidente de EE UU está dentro. / NBC
Un marine custodia la entrada del Despacho Oval en la Casa Blanca. / NBC
Todo indica que las potencias occidentales renunciarán al modelo clásico de intervención militar, con presencia física de tropas sobre el terreno, para articular otras formas de gendarmería mundial.
El mundo, ante una nueva era en la política internacional

Los acontecimientos registrados en los últimos días en Afganistán me trajeron a la memoria dos frases muy utilizadas en la literatura sobre las dinámicas sociales. Una de ellas está tomada de Karl Marx cuando afirma (en su obra “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”) que los acontecimientos históricos ocurren dos veces: una como una gran tragedia y otra como una miserable farsa. Está, además, la conocida aseveración de que una sociedad que ignora su historia está condenada a repetirla.

No se trata de buscar la concordancia de lo sucedido en ese país asiático, durante las últimas décadas, con la literalidad de las frases citadas. Las víctimas, directas e indirectas, de las intervenciones militares realizadas en aquel territorio (igual que las desarrolladas en Irak) solo pueden considerarlas como una de las tragedias más relevantes vividas en su historia. El calificativo de farsa resultaría más aplicable al comportamiento de los Estados y organismos internacionales que hicieron posible semejantes desastres.

Hace ahora 30 años tuvo lugar el espectacular y sorprendente derrumbamiento de la URSS. Tal circunstancia, además de provocar una multiplicidad de debates respecto de las causas del fracaso del modelo soviético, representó el final de la llamada guerra fría y propició nuevas prácticas en las relaciones internacionales. Las contenciones existentes hasta aquel momento –para evitar un enfrentamiento total entre los dos bloques– dieron paso a una peligrosa inestabilidad que tuvo sus momentos más críticos en las intervenciones militares de los EE UU en Afganistán e Irak, acometidas con el apoyo y/o complicidad de otros países occidentales y con la evidente ineficacia de una ONU incapaz de reconvertirse en un organismo apropiado para los nuevos tiempos que comenzaban.

La demostración del poderío militar solo consiguió mejorar los beneficios de las empresas fabricantes de armamento

El balance de estas dos actuaciones de las sucesivas Administraciones norteamericanas no puede ser más contundente: la demostración del poderío militar solo consiguió mejorar los beneficios de las empresas fabricantes de armamento o dedicadas a la reconstrucción de las infraestructuras previamente destruidas. Tanto Obama como Trump, y ahora Biden, llegaron a la conclusión de que la victoria anunciada por George Bush era imposible y solo quedaba la opción de instrumentar una retirada lo menos humillante posible.

Todo parece indicar que nos encontramos en el comienzo de una nueva era en la geopolítica internacional en la que las potencias occidentales (los EE UU, la OTAN, la UE y GB) van a renunciar al modelo clásico de intervención militar (con presencia física de tropas sobre lo terreno) para articular formas de gendarmería mundial menos comprometidas para la integridad de sus fuerzas armadas.

Al mismo tiempo, las disputas con China y Rusia para alcanzar una influencia hegemónica en las distintas áreas geográficas se desplazarán a los ámbitos económicos y políticos.

Los procesos de cambio deben partir del seno de las propias sociedades por más que puedan recibir el apoyo solidario de sectores y organizaciones que se ubican en el exterior de esos países

La reciente derrota militar en Afganistán y la consiguiente consolidación de un régimen político basado en una interpretación del Islam que, entre otras consecuencias, elimina la presencia y los mínimos derechos de las mujeres en la vida pública, suscita inquietudes e interrogantes en el seno de aquellos sectores que seguimos abrazando el viejo ideal revolucionario de la “libertad, igualdad y fraternidad”. La opción de una intervención exterior promovida desde una organización internacional –-por ejemplo, una ONU renovada en su contenido y funcionamiento– para evitar la conculcación de derechos humanos básicos sería congruente en el plano teórico, pero no sería viable en el actual estado de cosas que conocemos. Los procesos de cambio deben partir del seno de las propias sociedades por más que puedan recibir el apoyo solidario de sectores y organizaciones que se ubican en el exterior de esos países.

Diversas experiencias recientes –por ejemplo: lo sucedido con la llamada primavera árabe surgida hace 10 años– demuestran las notables dificultades para que se abran paso y consoliden cambios sustanciales en las estructuras políticas y sociales de muchos países, singularmente de aquellos donde el factor religioso forma parte importante de la identidad colectiva construida a lo largo de la historia. Sin embargo, estas evidencias no avalan la utilidad de los atajos tantas veces utilizados y con tantas consecuencias nocivas constatadas. @mundiario

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