El folklore, la insumisión y el ‘hago lo que me viene en gana’ toman la vida política española

Congreso con algunos "insumisos". / RTVE
Congreso con algunos "insumisos". / RTVE

El Parlamento se parece cada vez más a un mercado donde cada puesto ofrece su mercancía a la búsqueda de comprador mientras estos esperan tranquilamente que lleguen las ofertas.

El folklore, la insumisión y el ‘hago lo que me viene en gana’ toman la vida política española

El mundo siempre estuvo lleno de insumisos, gente que se oponia a determinadas leyes que no eran democráticas o eran injustas por no evolucionar con los tiempos. Así surgieron en España los insumisos contra el servicio militar obligatorio que acabaron logrando su supresión, y así surgieron tambien los movimientos contra la globalización que nadie sabe quien impuso, y que de momento no han podido parar. Lo que ahora avanza a pasos agigantados es la insumisión contra leyes democráticas, aprobadas democráticamente, y que pueden ser modificadas o abolidas por cauces legales.

Lo que era la voluntad democrática de un pueblo se ha convertido en la imposición de unas capas de la sociedad sobre otras. Quizás siempre fue así pero la informática y los sondeos de opinión hacen que ahora se sepa. Por ejemplo, en las elecciones americanas se sabe que el voto estuvo dividido entre ciudadanos urbanos y rurales, hombres y mujeres, jovenes y mayores, o norte y sur, y ahora los alcaldes y jefes de policía de las grandes ciudades se revelan contra el mandato de Donald Trump, que aunque no ganó en ciudades de más de un millón de habitantes, ha sido elegido democráticamente conforme a la ley, como lo fue el referemdum del Brexit que ahora no quieren aceptar los escoceses o Londres cuyos ciudadanos se lamentan de haber votado sin pensar o no haber votado.

No es diferente en España, con la particularidad de que aquí todo es más folklórico. Nuestra Constitución es relativamente reciente y fue refrendada en todas la Comunidades. Las leyes emanan de ella y siempre hay cauces legales para derogarlas, como está sucediendo con la Lomce y sucederá con otras muchas ya que la oposición es mayoritaria en el Parlamento. Sin embargo se nos acumulan los desaires hasta límites que pueden llegar a ser incontrolables. Curiosamente empezó Zapatero no levántandose al paso de la bandera estadounidense, que es la oficial y merece un respeto al margen de ideologías, y que además dañó los intereses nacionales, claro que aquello fue un gesto infantil comparado con lo que vino detrás. La falta de respeto al protocolo por parte de Pablo Iglesias resonó mucho más, y eso que no acudió a ver al Rey en pantalón corto, que podría haber ido, y también resonó, y mucho, llevar niños a amamantar en el Parlamento. Todo ello simples anécdotas comparado con la situación en la que estamos inmersos. 

En Cataluña han decidido abiertamente y sin ocultarse, que no harán caso a las leyes españolas, ni a la Constitución, ni a los jueces, como afirma la CUP que es la que hace al independentismo mayoritario en escaños, que no en votos. por si fuera poco. El presidente de la Generalitat, Puigdemont, junto con Urkullu del PNV, han decidido no acudir a la Conferencia de Presidentes donde se tratarán asustos de financiación y otros fundamentales si pensasen cumplir la leyes, algo que Puigdemont ya dejó claro que no piensa hacer, que solo atenderá la voluntad de los catalanes, aunque tampoco sabemos si los del norte, los del sur, los que ganaron las elecciones, o los que lograron formar gobierno. 

Ahora hay tres partidos que hacen un desplante al Jefe del Estado: ERC, Bildu, y Podemos, negándose a saludarle porque dos no se consideran españoles y el otro es republicano. Ninguno de ellos presentó proyectos de reforma de la Constitución que fuesen rechazados, simplemente pasan de ella, claro que una cosa es que se ausenten y otra diferente que no sigan cobrando sus sueldos y subvenciones. La tolerancia ha llegado muy lejos. Nadie se imagina que en paises civilizados se prometa cumplir la Constitución y las leyes democráticas por imperativo legal, lo que equivale a decir que promete a la fuerza pero no respetará su promesa, claro que hubo fórmulas más directas como decir prometo cumplir para destruir lo que prometo, u otras con semidiscurso que nunca debieron ser aceptadas. 

Ahora solo queda un pacto de estado entre las fuerzas constitucionales, sin dejar fuera a quien se quiera sumar, que con una mayoría suficiente actualicen nuestra Carta Magna y la hagan cumplir. Si alguien quiere cambiarla que presente enmiendas y las defienda. Mientras se deberían guardar hasta las formas.

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