La monarquía de Felipe VI intenta reinventarse con una campaña de imagen y propaganda

El presidente del Gobierno con el Rey en Palma de Mallorca.
El presidente del Gobierno con el Rey en Palma de Mallorca.

Es un tópico manido que la monarquía es lo que es, y que su única modernización es la república. Un rey es y tiene que ser por su naturaleza distinto de sus súbditos y está por encima de ellos.

La monarquía de Felipe VI intenta reinventarse con una campaña de imagen y propaganda

Es un tópico manido que la monarquía es lo que es, y que su única modernización es la república. Un rey es y tiene que ser por su naturaleza distinto de sus súbditos y está por encima de ellos.

Es evidente que la Monarquía española, dada la  baja cota de aceptación de partida, con que el monarca saliente dejó a su sucesor, intenta reinventarse, con el concurso de todo tipo de edecanes, cronistas de cámara, turiferarios y rapsodas del papel couché. Es un tópico manido que la monarquía es lo que es, y que su única modernización es la república. Un rey es y tiene que ser por su naturaleza distinto de sus súbditos y está por encima de ellos. Los gestos de pretendida nivelación son meras poses que sólo engañan a los incautos.

Examinando en perspectiva los gestos evidentes de la campaña de lanzamiento de imagen a la que asistimos, de propaganda, en suma, podemos ya extraer algunas conclusiones curiosas.

Los presidentes del Congreso y del Gobierno con el flamante Rey.

La primera es la propia contradicción de un monarca católico en un país no confesional, que obliga al monarca a ciertos gestos puramente teatrales, pero a mantener otros usos y costumbres (como la primera visita al Papa). No celebra su proclamación con un Te Deum, pero se va a ver al vicario de Cristo en su primera salida oficial del reino, y así todos contentos.

Luego aparenta tomar una de medidas de regeneración moral de su casa y se anuncia que se prohíbe a las infantas (que son menores de edad) trabajar o que retirará las asignaciones a quienes no realicen función alguna en la familia. A saber: a falta de un Estatuto o Ley de la Casa Real, la cosa se puede ver desde otra perspectiva: Quienes formen parte de la familia y realicen funciones representativas (solamente al Rey corresponden, según la Constitución, las institucionales) se equiparan, a tales efectos, a funcionarios públicos, y quienes lo somos, en este caso, no podemos realizar otro trabajo por cuenta ajena. O sea, que de novedad nada. Es que se hizo y se hace mal, en cuanto a las infantas hijas de Juan Carlos, especialmente la empleada por la Caixa.

En suma, siguen los mismos rituales, cambian los decorados; ahora amplían la base social de las recepciones como si se abrieran al país. La monarquía es la de siempre. No puede cambiar por su propia naturaleza.

Otras veces es explicado que el llamado “imaginario monárquico” es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”. Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes: el Rey es sabio, prudente, valeroso, etc. Felipe es el mejor “preparao”.

Sostiene Rodríguez García que no parece sencillo desbaratar el imaginario monárquico, si se tiene en cuenta las marcas que constituyen, y sobre todo que comienzan a invadir los frágiles territorios de la infancia: “No puede quedarse solamente en los fastos que asombren al pueblo, en una monarquía hereditaria, la masa debía estar constantemente obsesionada con la omnipresencia del titular del poder soberano, debía pensar continuamente en él, sentir por todas partes su voluntad y su presencia, sin que el monarca llegara a confundirse nunca con uno de sus atributos”.

Y añade que el rey, con toda su familia, no podía ser visto en ningún momento, en ninguna circunstancia y en ningún lugar como un simple mortal, como un simple hombre de carne y hueso: “Cada uno de sus actos y de sus gestos, cada uno de sus deseos o manifestaciones de voluntad, estaban precisa y minuciosamente reglados por una etiqueta preestablecida según ritos solemnes y ceremoniosos. De vez en vez, cuando no soportaban más su ficticia existencia y deseaban mezclarse un poco con la masa a fin de vivir algunas semanas como mortal entre los mortales, debería despojarse de sus atributos para emprender bajo un falso nombre “de incógnito” -se decía en otras épocas- un viaje al extranjero”.

Y es lo que estamos viendo, las cosas más sencillas y normales que hacen Felipe o Letizia se nos presenta como algo extraordinario.

En cuanto a relacionarse con el pueblo, es bien conocido, en este caso, que tanto Fernando VII, Alfonso XII o Alfonso XIII, por citar a tres de los más caracterizados borbones, gustaban de mezclarse con los ámbitos más sórdidos de su pueblo en tabernas, prostíbulos y lupanares, y que, especialmente el último citado, incluso utilizaba como hipocorístico un condado, bajo cuyo nombre visitaba a alguna de sus barraganas más conocidas.

Y nada resume mejor la conclusión de que, dentro del ámbito donde planteamos estas reflexiones, un rey lo es, en gran medida por su imagen, como dice Lisón Tolosana:

“La imagen es una figura, una ficción, una representación figurativa que vacía el cuerpo mortal del Rey y lo sustituye por un cuerpo místico; aunque subsista, como no puede ser menos, el primero, lo que importa es la presencia regia allí engastada. La persona y vida particular del Rey vienen silenciadas y narcotizadas por la potencia de la imagen total; cuanto mayor es ésta menos son aquéllas. El Rey debe sacrificarse en su interioridad e idiosincrasia, modos y maneras privadas, por su pueblo. Al ser Rey, se convierte en una figura pública, es una imagen. Más radicalmente: a la pregunta ¿Qué es el Rey?, la respuesta antropológica, concisa, escueta, pero plena de significado es: El Rey es su imagen”.

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