¿Alguien cree que la moción de censura curará la corrupción?

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. / @sanchezcastejon
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. / Twitter

No podemos conformarnos con una mano de barniz que se limita a crear una apariencia. Es necesario rearmar moralmente nuestra sociedad.

¿Alguien cree que la moción de censura curará la corrupción?

Las noticias y comentarios sobre la corrupción llenan los espacios de medios de comunicación y redes sociales: dureza de la sentencia; voto particular exculpatorio; acato pero no comparto; necesidad de cambiar la legislación; crítica acerba al Gobierno; calificativos inmisericordes a los condenados; rumores generalizados y antiguos sobre la vida y milagros de los condenados, imputados o detenidos provisionalmente; quién daba y quién tomaba; tolerancia y ceguera culpables; diferencia entre condenado y beneficiario a título gratuito –por cierto, un eufemismo de lo más ambiguo-; a qué partidos alcanza la corrupción y cuáles se encuentran como mocitas enteras –tal vez porque no han tenido ocasión de pecar-; responsabilidades políticas y penales; dimisiones, mociones de censura y remoción del Presidente del Gobierno: ¿ya está resuelto el problema?; me temo que no. Esto no es más que un zurcido, un remiendo.

Obviamente, todo el mundo tiene derecho a opinar sobre el asunto; ahora bien, creo que nos conformamos con una mano de barniz, que crea apariencia, pero debajo no hay nada.

No soy un ingenuo y sé que ambición, vanidad, envidia y  egoísmo, entre otros pecados,  son debilidades compañeras del ser humano. Pero, tal vez, el verdadero problema no se encuentre en esas tentaciones permanentes, sino en el abandono sistemático de una serie de valores que deben gobernar la vida de las personas.

Me refiero a principios de derecho natural universales, tales como: respeto, moderación, equidad, libertad, sentido de la responsabilidad en relación con las acciones y actitudes propias, esfuerzo.

También tienen mucho que ver con la corrupción el hecho de que en la sociedad actual tendemos a pretender alcanzar los objetivos que nos marcamos, de forma inmediata, fácil y cómoda.

Finalmente, el relativismo imperante rechaza normas y principios de carácter absoluto y sólo reconoce a la propia conciencia como árbitro de las acciones. 

Obviamente, después de varias generaciones inmersas en esta forma de vida, los comportamientos y actitudes ante cualquier clase de estímulo exterior responden a ese relativismo y carencia de principios. Si a ello añadimos que existe una cierta tendencia a identificar  los principios morales con lo religioso, tenemos el ambiente propicio para la corrupción en ámbitos, por citar sólo algunos, como  cultura, economía, instituciones, política o comportamiento sexual.

Sería necesario un rearme de valores  que se iniciara en   la familia y la escuela hasta llegar a impregnar a la sociedad; y ello, independientemente de corrientes políticas, ideológicas o religiosas. @mundiario

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