Una mirada gallega a las elecciones del 15 de junio de 1977

Felipe González y Adolfo Suárez. / Foto histórica de Marisa Flórez en El País
Felipe González y Adolfo Suárez.

El conocimiento que tenían las organizaciones antifranquistas de la sociedad gallega derivaba de su participación en la movilización social desarrollada en los últimos años de la dictadura.

Una mirada gallega a las elecciones del 15 de junio de 1977

En las primeras elecciones generales celebradas después de la muerte de Franco, las personas que habían mantenido una actividad más intensa y militante contra la dictadura tenían una posición asentada sobre dos convicciones básicas. Por una parte no aceptaban las restricciones que caracterizaban esa convocatoria electoral (no legalización de todas las organizaciones políticas, inexistencia de una ruptura total con el régimen franquista, una regulación de los comicios pensada para favorecer a las fuerzas que habían pactado el proceso de transición) pero también querían aprovechar la oportunidad para superar tales limitaciones mediante un buen resultado en las urnas. Por eso, además del PSOE y del PCE, todas las formaciones de izquierda y nacionalistas (excepto las vinculadas a ETA Militar) decidieron participar en la cita de 15 de junio de 1977. El boicot era una opción teórica que no fue asumida por la práctica totalidad del universo antifranquista.

Las fuerzas participantes en la cita electoral sabían que la composición del Congreso y del Senado resultarían determinantes en la futura configuración del sistema político que estaba naciendo. Más concretamente, eran conscientes de que el papel de la nación gallega en la articulación del Estado español dependería de los votos que recibieran las candidaturas que defendían el derecho de autodeterminación y la creación de instituciones de autogobierno.

El conocimiento que tenían las organizaciones antifranquistas de la sociedad gallega derivaba de su participación en la movilización social desarrollada en los últimos años de la dictadura y en el agitado tiempo transcurrido desde la muerte física de Franco (20 de noviembre de 1975). No estaban disponibles -como aconteció después- las herramientas analíticas derivadas de los estudios demoscópicos especializados. Con ese bagaje, tomaron la parte por el todo y pensaron que existía una mayoría social que deseaba una ruptura frontal con el pasado y que, por tanto, no iba a secundar las propuestas formuladas por aquellas opciones que habían pactado un programa moderado de reformas con una parte de los herederos del régimen franquista (dirigidos, primordialmente, por Adolfo Suárez y la UCD).

Los resultados del 15-J fueron un desmentido radical de semejantes expectativas. Ganó la “nueva” derecha creada por los sectores más inteligentes del viejo régimen (y en el territorio gallego el triunfo aún fue más aplastante), fracasaron rotundamente el PCE y los nacionalismos de izquierda y consiguió un peso relevante el PSOE de Felipe González, poco visible en los años duros de la dictadura, dopado financieramente desde la socialdemocracia alemana y depositario de la confianza de los sectores populares que deseaban un cambio pero que tenían miedo a Carrillo, Pasionaria y la otras figuras que evocaban los tiempos de la trágica guerra civil.

El nacionalismo gallego se presentó dividido en aquella cita electoral (PSG, BNPG, PG) a pesar de que un año antes existía una plataforma -el Consello de Forzas Políticas Galegas (CFPG)- que agrupaba fuerzas diversas (UPG, PSG, Partido Gallego Socialdemócrata, MCG y Partido Carlista de Galicia) y tenía un programa con propuestas ambiciosas en los ámbitos de la política y de la economía. La desaparición del CFPG abrió una dinámica divisionista que finalizaría en el comienzo de la década de los noventa con la presencia de un Bloque refundado mediante la convergencia de la casi totalidad de los segmentos antes fraccionados. Fue precisamente en el año 1996 cuando el nacionalismo político consiguió la presencia en el Congreso que no había sido capaz de hacer realidad el 15 de junio de 1977.

La carencia de una representación política nacionalista en el Parlamento que iba a redactar una carta constitucional tuvo, obviamente, importantes consecuencias en el desarrollo posterior del nuevo régimen en Galicia. Pueden apuntarse dos grandes factores explicativos de semejante ausencia:la poca importancia que le dio una amplia mayoría del cuerpo social gallego -a diferencia de lo que sucedió en los territorios vasco y catalán- a la necesidad de una presencia específica del galleguismo en las Cortes y la incapacidad de las formaciones políticas existentes en ese universo para ofrecer una alternativa unitaria y atractiva en un momento tan decisivo de la historia gallega contemporánea.

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