El ministro Ábalos imparte lecciones de realismo político

El ministro Ábalos, en Galicia. / Mundiario
El ministro Ábalos, en Galicia. / Mundiario

El Gobierno de Pedro Sánchez quiere llegar a las próximas elecciones con credibilidad social y expectativas favorables, frente a una oposición dividida y radicalizada, con el problema catalán igual, en el peor de los casos, o mejor, en el deseable. 

El ministro Ábalos imparte lecciones de realismo político

El ministro de Fomento, uno de los miembros de mayor solvencia política en el Gabinete de Sánchez, ha venido a Galicia para dar un baño de realismo a todos sus interlocutores, entre ellos el Presidente de la Xunta y los dirigentes territoriales socialistas.

Sin alharacas ha defendido el continuismo en la política de su ministerio, el más inversor. El ferrocarril de altas prestaciones o  las obras en varias autovías seguirán con el calendario previsto por el anterior gobierno. Ni hay recursos adicionales para alterar ese calendario ni se espera que haya Ley de Presupuestos Generales. Por otra parte la autovía no será rescatada, algo elemental pero que por estos pagos se prefiere no creer. Tampoco será transferida, básicamente porque el Gobierno anterior se opuso así como todos los que en la democracia han sido. Las políticas de Estado suelen transcender a los Gobiernos. De la financiación del puerto exterior de Coruña, ni una palabra, ni del acceso ferroviario a los puertos. Hay lo que hay, o sea, lo que había.

El pragmatismo del ministro Ábalos es de agradecer y transmite mejor que cualquier discurso el programa político del Gobierno estatal que podemos resumir como sigue: a) no hay mayoría parlamentaria alternativa y el CIS confirma que no la habrá tras las elecciones b) el Gobierno tiene minoría parlamentaria y dificultades para legislar c)  en consecuencia debe prodigar gestos y debates para cambiar actitudes d) el problema catalán no puede resolverse a corto plazo, sólo es posible enfriarlo, aguardando a que la propia sociedad catalana evolucione hacia la moderación e) por todo lo anterior es imprescindible que el Gobierno resista  hasta finales de 2019, incluso sin presupuestos.

Esos principios básicos y un grupo de ministros con experiencia y capacidad política demostradas (Borrell, Ábalos, Celáa o Montero) deben permitir llegar a las elecciones con credibilidad social y expectativas favorables frente a una oposición dividida y radicalizada, con el problema catalán igual en el peor de los casos, mejor en el deseable. Conjugando realismo y expectativas sociales. Por ejemplo, lo deseable, mantener el poder adquisitivo de las pensiones, tropieza con los recursos reales. Se sabe que para lograrlo se debe actuar de forma equilibrada sobre cinco factores: edad de jubilación, período de cómputo, bases de cotización, transferencia de algunas pensiones a los Presupuestos del Estado y reforma fiscal. Pero cada uno de esos factores abre un debate imposible de cerrar en este momento. Por tanto ganemos tiempo para 2019, como hizo Rajoy para 2018. Después de las elecciones se podrá plantear un programa más ambicioso.

En Galicia, Feijóo ha escuchado. Dejará las críticas para los socialistas gallegos, cogidos en una pinza incómoda, como es habitual cuando gobiernan en España, entre sus demandas del pasado y el realismo de la situación descrita. Por otra parte, el socialismo gallego, tribalizado y desdibujado, no es relevante para los resultados estatales. Su principal dirigente, el alcalde vigués, no forma parte ni es apreciado por la dirección gallega, pero es el único necesario para el Gobierno central, en la medida en que pueda intentar ganar las elecciones en su circunscripción provincial.

Frente al realismo del ministro de Fomento, la fantasía del Presidente catalán, ansioso por inmolarse en algún nuevo gesto simbólico y seguir el camino de su antecesor hacia el exilio. Ha reconocido expresamente en el Parlamento que no ocupa su cargo para administrar la autonomía. Sólo está para esa República fantasmagórica que sin embargo va quebrando cada día un poco más la convivencia social. La única salida que se vislumbra es la convocatoria de elecciones que probablemente tampoco cambiarán demasiado los resultados aunque reforzarán la legitimidad de quien gobierne a pesar de que haya perdido rotundamente, como aconteció en 2017. La política catalana se va alejando poco a poco de los parámetros democráticos occidentales ante la pasividad de quienes deberían impedirlo, las élites económicas, intelectuales y sociales de la propia Cataluña, hasta ahora plegadas mayoritariamente al independentismo. @mundiario

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