Las ministras Nadia Calviño y Yolanda Díaz, las salvavidas gallegas de Pedro Sánchez

Nadia Calviño y Yolanda Díaz. / Mundiario
Nadia Calviño y Yolanda Díaz. / Mundiario
Lo suyo no es un idilio. Tienen sus roces, que se avivaron a propósito de la reactivación de la actividad económica tras el confinamiento, las sucesivas prórrogas de los ERTE o una eventual contrarreforma laboral. Sin embargo, como buenas bomberas no se pisan la manguera.
Las ministras Nadia Calviño y Yolanda Díaz, las salvavidas gallegas de Pedro Sánchez

Las dos ministras gallegas del Gobierno Sánchez salen muy bien paradas en el último Barómetro del CIS. La responsable de Economía, Nadia Calviño, es la mejor valorada y la única que aprueba. La de Trabajo, Yolanda Díaz, sin llegar al aprobado, obtiene una nota más alta que todos sus compañeros de Unidas Podemos, incluidos Pablo Iglesias e Irene Montero, sus verdaderos padrinos políticos. A pesar de provenir de órbitas políticas muy distantes, Calviño y Díaz han logrado una provechosa sintonía compartiendo responsabilidades en la gestión económica y social de la crisis desatada por la epidemia del Covid-19. Ambas, cada una en su ámbito, son percibidas como piezas clave en la estructura que sustenta al primer gabinete ministerial de coalición de la reciente historia democrática española. El presidente les debe mucho y por ello las tiene en gran estima, algo que indisimuladamente escuece a sus colegas, incluso correligionarios.

Nadia Calviño atesora un impresionante currículum como alta funcionaria de la Unión Europea. Conoce los intríngulis de Bruselas como la palma de su mano. A pesar de su impecable trayectoria tecnocrática, era bien conocido su progresismo, que hay quien atribuye a la influencia de su padre, el que fuera primer director general de RTVE durante el felipismo, José María Calviño. Es una socialdemócrata pragmática. Está convencida de que tan o más importante que tener unas ideas progresistas -y saber venderlas- es ser rigurosa a la hora de articular políticas que las conviertan en realidad. No busca la popularidad, ni el reconocimiento social. Trabajadora incansable, de las que "queman" a sus equipos, tiene fama de buena negociadora. Los consensos son su hábitat natural. Y además sabe sacar provecho, como su jefe, de la tranquilidad que su presencia en el Gobierno genera en el empresariado sensato y las autoridades comunitarias.   

Yolanda Díaz, que se ha desvinculado formalmente de Izquierda Unida y ahora va por libre, era casi una desconocida fuera de Galicia cuando se hizo cargo del Ministerio Trabajo. El pacto entre patronal y sindicatos para elevar el salario mínimo interprofesional, del que fue muñidora recién estrenada la cartera ministerial, le dio un primer empujón a su visibilidad mediática. La notoriedad de la abogada laboralista ferrolana ha ido creciendo al ritmo de los sucesivos acuerdos sobre los ERTE y la ley de teletrabajo, fruto todos ellos de negociaciones muy complejas en las que ha acreditado una gran capacidad de interlocución, que al parecer es una de sus principales virtudes profesionales y políticas. Cree en el diálogo social como la herramienta fundamental para consolidar los avances en derechos laborales. Derrotando los prejuicios con los que llegó al cargo, empezando por el de ministra comunista, se afana cada día en ganarse el respeto  de patronal y sindicatos. Su éxito a la vista está.

Lo de Nadia y Yolanda no es un idilio. Tienen sus roces, que se avivaron, por ejemplo, a propósito de la reactivación de la actividad económica tras el confinamiento, las sucesivas prórrogas de los ERTE o una eventual contrarreforma laboral. Sin embargo, como buenas bomberas no se pisan la manguera. Por el contrario, se les nota cierta complicidad seguramente derivada del delicado papel que les tocó en suerte por culpa del dichoso Covid-19. Y, según dicen, han llegado a sintonizar también en lo personal. Gozan casi al mismo nivel la estima del presidente porque, sin ser de su núcleo duro, ni militantes de su partido, son las que le están salvando la cara en la situación crítica por la que atravesamos. Está plenamente satisfecho de la labor de la una y la otra, pero sobre todo de su aportación como eficaces contrapesos de la parte más radical del Gobierno. Son, cada cual a su manera, las polis buenas que le permiten a él, y a otros de sus ministros, jugar a polis malos. Un reparto de papeles con el que (casi) todos parecen contentos. @mundiario

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