Michel Temer le declara la guerra al poder judicial tras ser denunciado

Michel Temer, rodeado de su equipo de Gobierno. / Twitter.
Michel Temer, rodeado de su equipo de Gobierno. / Twitter.

El presidente insiste en aferrarse a su puesto pese a estar arrinconado por la sociedad civil, empresarios y ahora hasta por su más importante aliado en el Congreso.

Michel Temer le declara la guerra al poder judicial tras ser denunciado

Michel Temer camina ahora mismo sobre un delicado alambre que se sostiene encima de una piscina de tiburones hambrientos. El presidente de Brasil tiene todo en su contra para que el alambre se rompa y él caiga a merced de quienes le devorarán en cuestión de segundos. Pero aun en esa situación, el mandatario se niega a aceptar su destino.

Envuelto en serios problemas judiciales, con la población enardecida en su contra y traicionado por muchos de los suyos, el presidente se niega a renunciar. Temer ha pronunciado un discurso en el que se defendió de la denuncia por cobro de sobrnos presentada en su contra por Rodrigo Janot, el implacable fiscal general de Brasil y dejó claro que se mantendrá en su puesto hasta llegar a las últimas consecuencias. "Quieren parar el Congreso, parar el país. Esto es un atentado contra nuestro país", explicó. "No voy a pemitir que se cuestionen mi honor ni mi dignidad. No huiré de las batallas", advirtió a sus detractores.

No solo se resiste a dar un paso al frente, sino que encima de todo está dispuesto a convocar a la clase política de su país a marchar en su favor para mantenerle en la presidencia. El año pasado, Temer fue uno de los líderes de la rebelión política que se fraguó en el Congreso y que llevó a Dilma Rousseff, entonces presidenta del país, a ser destituida. A Rousseff, de quien el mismo Temer era vicepresidente del Ejecutivo Federal, se le acusaba de cubrir un "crimen de responsabilidad", que es un delito por el que la funcionaria habría ocultado sus maniobras presupuestarias al Congreso a fin de maquillar el déficit público.

Ahora, el actual jefe de Estado está envuelto en una situación mucho más complicada. Janot le ha acusado de recibir sobornos de un poderoso empresario local. Y es precisamente su adversario, el fiscal general, quien le pone todavía más hierro al peso, pues al menos Rousseff debió pelear contra sus adversarios políticos. Su destino, no obstante, es similar, pues su cabeza y su puesto dependerán de una votación en las dos cámaras del Legislativo, tal y como debió pasar la exmandataria. La Constitución reza que para que la denuncia inicie su trámite, deberá ser aprobada por dos tercios de los representantes de la Cámara de Diputados. El presidente está aislado y desolado, pero eso no le impedirá iniciar una guerra política-civil que podría hundir todavía más en el caos a la primera economía de América Latina y la novena del planeta.

Tan sólo horas después de que Janot presentase una solicitud para su procesamiento ante los indicios de que recibió, mediante un tercero, sobornos de Joesley Batista, presidenta del imperio cárnico JBS, el presidente compareció ante las cámaras para ponerse a sí mismo como la víctima de "una trama de telenovela", de una "infamia de naturaleza política", en la cual "se han tirado a la basura las reglas básicas de la Constitución". Posteriormente, acusó a Janot de presentar una acusación sin pruebas reales, para después repartir acusaciones para poner en juicio la honestidad del fiscal. Temer explicó que Batista tiene bajo sus servicios a un bufete de abogados en el que trabaja Marcelo Miller, exfiscal y uno de los hombres de confianza de Janot. El presidente ha dicho que Miller asesoró a Batista para negociar con la fiscalía general una confesión a cambio de inmunidad jdicial y, con ello, "ganó en pocos meses millones que necesitaría décadas para ahorrar". Posteriormente, disparó directo al blanco. "Tal vez esos millones no fuesen solo para el antiguo asesor de confianza (en referencia a Janot)", dijo en una comparecencia transmitida por televisión a nivel nacional. El fiscal replicó en un comunicado asegurando que su actuación es "estrictamente técnica" y que se ha limitado a "cumplir el mandato constitucional de que nadie está por encima de la ley".

Su grupo de ministros, y aduladores, le ovacionaron y felicitaron tras su discurso, secundados por un séquito de diputados. De acuerdo al presidente, todos los presentes estaban ahí pese a ser un acto "extremadamente espontáneo". Pero su intento de demostrar músculo no fue la que él quería aparentar. Pese a que había muchas caras conocidas de la alianza que forjó hace casi un año para enviar a Rousseff a la guillotina, no había ninguna figura de los altos mandos de aquel ejército rebelde en el Legislativo. Tampoco estuvieron quienes hasta día de hoy eran sus dos más fuertes aliados, Rodrigo Maia y Eunício Oliveira, presidentes de la Cámara Baja y Cámara Alta, respectivamente.

Desde que iniciara el proceso contra Rousseff, la coalición entre ambos bandos ha ido perdiendo hombres importantes, pero el punto culminante fue la grabación en la que se escuchaba a Batista conversar con Temer sobre sus irregularidades amparadas por el Gobierno sin que el presidente dijera nada al respecto. A todo esto, el mandatario tiene en su último destino su última arma, pues requiere de un tercio de los votos de la Cámara de Diputados. Muchos de los representantes de esta cámara están envueltos a su vez en escándalos de corrupción semejantes, por lo que en Brasilia corre el rumor de que el mandatario está dispuesto a arrastrarse por los pasillos del Congreso para convencerles de que la unión hace la fuerza. Pero no será tan fácil tampoco. El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el principal socio de Temer, ha dado un drástico giro en su postura y ha pasado de apoyarle deliberadamente, a pedir su renuncia mediante Fernando Henrique Cardoso, líder espiritual de la agrupación.

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