La 'Memoria histórica' y la 'Causa General' en la perspectiva de nuestros días

Muerte de un miliciano es una de las fotografías más conocidas de la Guerra Civil española y fue tomada por Robert Capa el 5 de septiembre de 1936.
Muerte de un miliciano es una de las fotografías más conocidas de la Guerra Civil española y fue tomada por Robert Capa el 5 de septiembre de 1936

Se han echado muchas veces las cuentas de los asesinatos y ejecuciones que cometieron unos y otros, e incluso se ha tratado de establecer gradaciones, explica este autor.

La 'Memoria histórica' y la 'Causa General' en la perspectiva de nuestros días

Se han echado muchas veces las cuentas de los asesinatos y ejecuciones que cometieron unos y otros, e incluso se ha tratado de establecer gradaciones, explica este autor.

Por fin este verano, poco a poco,  y reflexionando, me he metido con un libro, con un informe que tenía premeditadamente oculto en el fondo de mi biblioteca. Era como si al no leerlo completo –antes lo había ojeado- quisiera ocultarme a mí mismo una parte esencial de mi decepción ante en qué paró la II República. Y en este sentido,  siempre he tenido presente que, tras la euforia del derrocamiento de la monarquía, hasta el propio Ortega tuvo que decir “No es esto, no es esto”. En contra de lo que algunos se empeñan en hacer creer, ser republicano no significa aceptar la deriva cantonalista de la I República ni el caos en que acabó la II que inevitablemente condujo a la Guerra Civil y no sólo por culpa de los sublevados.

Ese libro es “La dominación roja en España. Causa General instruida por el Ministerio Fiscal”. La versión que poseo es la cuarta edición, de 1961, editada por la Dirección General de Información en 1961. Me dirán que es un informe fascista, parcial, interesado, un recuento desde el bando franquista de los crímenes atribuidos a la República. Pero los crímenes, asesinatos, sacas y ejecuciones que allí aparecen, muy ilustrados con las fotos de aquellas desdichadas personas ocurrieron. Y ya sé que la memoria de estas víctimas ya fue reivindicada y honrada. Y por supuesto que en el banco franquista se cometieron igualmente el mismo o parecido tipo de asesinatos, tropelías y salvajadas impunes que ahora se tratan de reparar a través de la Ley de la Memoria Histórica.

No hay diferencia alguna entre los pistoleros de la Falange o los de la CNT, la FAI o el Partido Comunista de entonces. Es más, creo que cambiados de bando, muchos de estos indeseables habrían hecho lo mismo. La “Causa general” a la que me refiero reconstruye el asesinato de Calvo Sotelo, la ejecución de José Antonio Primo de Rivera (sobre el que acaba de aparecer un interesante libro de José María Zavala, sobre sus últimas horas y los responsables de su muerte), y se extiende por el llamado “terror anárquico” y las terribles “Chekas” del Madrid republicano, alguna tristemente famosa, dirigida por un conocido miembro del PSOE de la época.

Siempre me ha impresionado la impotencia del Gobierno republicano, sin fuerza y sin medios para atajar el terror o evitar la muerte violenta de tantas personas, como está probado que lo intentaron el propio Indalecio Prieto o el mismo Azaña. Pero estos hechos son una realidad histórica que hemos de asumir.

Y en este sentido, somos muchos los que pensamos que la “Ley de la Memoria Histórica” se quedó corta o, como escriben los historiadores Stanley G .Payne y Jesús Palacios “es una ley sesgada”. Es del todo justo y necesario que los familiares de los republicanos que pueblan las cunetas de España recuperen a sus deudos y que se les honre, reivindique y recuerde dignamente. Pero unos y otros son los involuntarios actores de una tragedia nacional que os incumbe a todos.

Es notable la diferencia entre las diversas guerras civiles que hemos librado los españoles. En las carlistas se cometieron barbaridades, como el fusilamiento de la madre de Cabrera. Pero cuando llegaba la paz, era realmente paz. Franco persiguió a los republicanos durante décadas y hasta inicios de los años sesenta se solventaron responsabilidades por su actuación durante la guerra civil, alguna conocida en todo el mundo.

Don Manuel Azaña decía que matar a una persona es lo mismo que matar a cien, “matar es”. En este caso, se han echado muchas veces las cuentas de los asesinatos y ejecuciones que cometieron unos y otros, e incluso se ha tratado de establecer gradaciones entre el terror anárquico y los procesos judiciales, ya fueran tribunales populares o consejos de guerra, “matar es”.

Sólo antes de la guerra civil, fueron muertas entre asesinatos y enfrentamientos de pistoleros de los dos bandos 2.500 personas, como macabro preludio de lo que se avecinaba. Si nos horroriza el terror de las chekas, ¿qué decir de las ejecuciones masivas de republicanos llevadas a cabo por Franco tras la conquista italiana de Málaga, donde logró el tristemente célebre apelativo de “carnicerito de Málaga” el que luego sería presidente del Gobierno Arias Navarro?

Según Palacios y Stanley G. Payne, las estimaciones actuales permiten aventuras que en el banco republicano se cometieron 56.000 asesinatos, cifra que casi se dobla en el bando de Franco, al sumarse las ejecuciones judiciales, derivadas de los consejos de guerra que se prolongaron durante muchos años tras la guerra civil.

Pero ya no es una cuestión de cifras, “matar es”.

Tras el no aclarado del todo intento de golpe de Estado del 23-F de 1981, pregunté al teniente general Gutiérrez Mellado en qué pensaba cuando a cuerpo limpio se enfrentó al golpista Tejero e intento reducirlo y me dijo “Que nunca más en España volviera a producirse una guerra civil”.

Laureano López Rodó.
Laureano López Rodó.

 

Por cierto que en su libro “La larga marcha hacia la monarquía”, Laureano López Rodó diga que el primer acto para la restauración de la misma fue la guerra civil. Curiosa paradoja es que la “Ley de la Memoria histórica” la firmara quién en sí mismo fue su consecuencia: Juan Carlos I, sucesor del Caudillo a título de Rey.

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