Hacia unos medios públicos como en la era de Zapatero 

Luis Fernández tras su dimisión de RTVE. / RR SS
Luis Fernández tras su dimisión de RTVE. / RR SS

El siguiente paso debe ser lograr que ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas y los propios ministerios dejen de jugar con sus fondos de reptiles.

Hacia unos medios públicos como en la era de Zapatero 

Los medios de comunicación, sean estos audiovisuales o escritos, diarios, semanales o mensuales, no están limpios de sospechas, máxime cuando se trata de lograr que los representantes de las distintas administraciones –incluso del mundo empresarial privado– mantengan una distancia cuando menos crítica respecto del quehacer de esos mismos medios a los que, de una u otra forma, se compensa económicamente o mediante la asignación de cargos para que pervivan en su tarea. No, no son tan lejanos a la "compra" mediante prebendas, procedan éstas de donde procedan.

No pretendo entonar un mea culpa, sino trasladar al lector el sentir de quien durante ya más de cincuenta años participa en el devenir de esos propios medios, bien como trabajador en plantilla o como mero colaborador.

Tengo la suerte de haber vivido etapas convulsas en la radio pública, cuando desde "dentro" intentábamos ser lo que no éramos verdaderamente porque no nos lo permitían. Franco, su gobierno y su política, impedían que la radio pública en la que he trabajado toda mi vida laboral y desde 1963, llegase más allá de lo establecido. Y, sin embargo, se llegaba. Con muchos sobresaltos y llamadas de atención, pero se llegaba.

Murió Franco y se vislumbraron nuevas posibilidades, asfixiadas éstas en las ansias de libertad de unos pocos muchos y estranguladas de raíz por la acción de unos muchos pocos. Aquellos que, por la muerte de Franco, acopiaron víveres para sobrevivir en caso de una guerra civil que veían próxima, eran los que más insistían en la necesidad de "atar corto" a quien, incluso en tiempos de la dictadura franquista, se habían significado en su intento de derribar las viejas barreras que impedían el derecho a la libertad de expresión para ampliar la pequeña rendija abierta –en tiempos de Fraga como ministro– a la libertad de información.

De la democracia a Aznar

Con el advenimiento –bendito– de la democracia y la acción-inacción de los ministros "penenes" de UCD y Adolfo Suárez, la libertad llegó sin ira pero con muchos resquemores. La sociedad caminaba un sendero de miedos y no veía más que "rojos" en los medios, especialmente en los de carácter público (que los privados eran cosa en la que nadie entraba pensando en que la responsabilidad era de sus propietarios o editores.

Comenzamos a saborear, entonces, algo que se parecía muy mucho a esas significativas libertades: las de información, las de expresión, las de prensa. Pero también a probar el amargo sabor de constatar cómo los partidos políticos situaban en esos mismos medios públicos, a sus amigos y palafreneros. La libertad absoluta sabíamos era inalcanzable, pero casi casi la palpábamos y hacíamos cábalas en torno a qué se podría sentir el día en el que la libertad para informar estuviese en nuestras, entonces, jóvenes –aunque expertas– manos. Expertas, porque habían formado callo en la dictadura y sabían escribir con letra menuda –como un día nos había dicho Fernández Asís– para que, leyendo/escuchando/viendo  el más encumbrado profesor sin que este perdiese su condición de crítico como lector/oyente/televidente, el más absoluto analfabeto –entonces todavía existían en número desgraciadamente alto– tuviese la capacidad necesaria para subirse al carro del cambio y apoyase con fuerza una causa que no siempre trascendía.

Los "penenes" del Gobierno de Suárez y posteriormente de Calvo Sotelo pusieron la primera piedra de las libertades conquistadas por una ciudadanía miedosa –¿temerosa?– de que la libertad fuera un exceso.

Llegó el primer gobierno socialista, el de Felipe González. El de la chaqueta de pana, sí, y sonrisa franca. Era la España de la camisa blanca a la que retornaban sin temor exiliados que hablaban de miedos largos, de noches húmedas de lágrimas sin cuento, de negros presentimientos en el país de acogida. Algunos "santones" postfranquistas se abrían las carnes y hacían recuento de los que regresaban a una España matricia que habían abandonado –bien que a la fuerza- casi cuarenta años antes. Los medios podíamos informar de todo, si bien de forma no tan libre como en la etapa de los "penenes" gubernativos. Los periodistas estábamos controlados  sutilmente; pero controlados. Sin que esto, ni mucho menos, tuviese la más mínima comparación a lo           que habíamos vivido durante la etapa de Franco como jefe del Estado.

Ese control fue mucho más evidente en la etapa de Aznar. Los nombramientos de directores o jefes de algún servicio tanto en RNE como en TVE  eran impuestos de modo casi dictatorial. No tenías derecho alguno a poner objeciones o realizar en público simples comentarios sobre el particular. No te echaban a la calle –no podían hacerlo– pero sí te condenaban a hacer pasillos de por vida (si es que aquel que todo lo podía prolongaba también su existencia). Pero aún así, se pudo burlar ese control a veces asfixiante, como aconteció, por ejemplo, en el caso Prestige, donde cada cual informaba a veces contradiciendo en el mismo medio lo que se decía en otros informativos.

La etapa de Zapatero

Pero la mejor etapa, la que más nos aproximó a esa especie de Edén radiotelevisivo fue la que protagonizó en sus dos mandatos al frente del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. No fue, ciertamente, un Nirvana; pero se le pareció. Y es que, a veces, la libertad de informar no es solo cuestión de quien manda en el Gobierno, sino de aquel/aquella que asume la responsabilidad de informar. Y en el nido de abejorros agradecidos, siempre los hay que hacen de su capa un sayo con tal de intentar aparecer ante el mando orgánico como el más efectivo de los doberman.  Radio y televisión han padecido y padecen por tal motivo.

Creado el Consejo de Informativos, las redacciones de RNE y TVE daban un paso adelante decisivo. Pero este paso se cortó en pleno sobresalto tras la sustitución de Zapatero por Rajoy Brey, cuya etapa se significó, sobre todo, por el férreo marcaje al que el personal de redacción se ha visto sometido. Hasta qué punto ha sido así, que el colectivo de mujeres de ambas cadenas públicas hacen pública su disconformidad con lo que la jefatura de Informativos impone en su férreo control: vestidas las mujeres de luto para llamar la atención sobre lo que acontece, los hombres han hecho lo mismo, y el colectivo verá reforzado su papel con la concentración que el personal prejubilado o jubilado del ente llevará a cabo ante la sedes de estos el próximo viernes, día 8, a las 12,00 horas (también en la sede de RNE y TVE, en San Caetano, Santiago de Compostela). Coincide esta movillización con la llegado a la jefatura del Ejecutivo nacional de Pedro Sánchez.

Hasta el momento el nuevo presidente no ha dado un paso adelante para lograr que las señales de radio y televisión estatales dispongan de la misma libertad de las que tuvieron en tiempos de Zapatero. No obstante, la mayoría de los partidos del arco parlamentario se han decidido a plantar cara en su reclamación para que RNE y VE, al igual que los  medios  de titularidad pública de las distintas comunidades autónomas, se rijan por un sistema que impida cualquier nuevo intento de hacer funcionen partidistamente, que es lo que ahora mismo prevalece. El siguiente paso debe ser lograr que ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas y los propios ministerios dejen de jugar con sus fondos de reptiles para hacer que los medios públicos sean su verdadera correa de transmisión. @mundiario

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