Mariano Custer versus las tribus de pieles rojas ideológicos

Mariano Rajoy. / prensalibre.com
Mariano Rajoy

Con un Custer a la gallega, un Toro Sentado de pacotilla y unas tribus improvisadas de pieles rojas ideológicos, nos está saliendo una peli de indios y vaqueros de serie B. El Litle Big Horn de España cañí, se parece un horror a un disparatado capítulo de “La que se avecina”.

Mariano Custer versus las tribus de pieles rojas ideológicos

Algunos columnistas, entre ellos un brillante expolítico gallego al que admiro y aprecio desde hace décadas, han descrito el proceder de Rajoy en los últimos tres meses y pico como el de un paciente astro del ajedrez urdiendo una “jugada maestra”.

Hombre, en el contexto de esta funesta etapa de liderazgos basura, de elegidos para la mediocridad y de electores hechizados por distintos, distantes y farsantes flautistas de Hamelín, ni la política (o como se llame eso que están practicando esos individuos) podía aspirar a más, ni el secular arte del ajedrez a menos. Salvo que el nuevo ajedrez, en un paradigma de mimetismo con la nueva política, consista ahora en mover las piezas para acabar dándose jaque mate a uno mismo, claro.

Apología del “enroque”

Gracias a esos colegas, el personal más optimista puede imaginarse al actual Presidente del Gobierno en funciones devanándose los sesos ante un tablero de ajedrez. Pero mi amigo el expolítico reconvertido en columnista y yo, qué quieres que te diga, sabemos que hay muchas más posibilidades de que esté devanándose los sesos ante el Marca o un canal de televisión que retransmita una vuelta ciclista a donde sea, incluso a Cataluña, al País Vasco, aunque esas dos zonas de España le hayan obligado a darle tantas vueltas a su cabeza.

El problema es que una jugada maestra, repetida cien veces, se convierte en una jugada vulgar, cansina, estéril, que acaba permitiendo a los rivales externos o internos desarrollar un antídoto. Y el único movimiento conocido de Rajoy que, por reiteración, con nocturnidad y alevosía, permite hacer una evocación al ajedrez, es precisamente su obsesión por el enroque, el plasma, el mutismo, el elocuente silencio galaico  que suele ser el preludio de un jugador cuya máxima aspiración es poder finalizar la partida en tablas.

El hombre dispuesto a morir con los votos puestos

De manera que, ¡menos lobos, caperucita! Con todos los respetos para los sesudos analistas, marianistas, polítólogos y profetas que contemplan el panorama nacional como un inmenso tablero de Ajedrez en el que Rajoy juega partidas simultáneas, un servidor sólo es capaz de evocar una inmensa pradera del lejano oeste americano en vísperas de una peculiar y cañí batalla de Litle Big Horn a la española. Rajoy no es precisamente una réplica de Kasparov, sino la reencarnación defectuosa del General Custer. Lo que pasa es que, en su epitafio político, a diferencia del epitafio que podría figurar en la tumba del héroe más cabezota de la historia americana: “murió con las botas puestas”, aparecerá una inscripción descriptiva y prosaica del antihéroe más cabezota de la historia española: “murió con los votos puestos” Hombre, como diría José Mota, si hay que morir, se muere. Pero, morir por morir…Lejos de mí la funesta manía de plagiar la Crónica de una muerte anunciada de Gabi, oye. Pero no me negarán ustedes, con perdón, que Rajoy nos lo está poniendo a huevo.

El timo de los “pieles rojas” ideológicos

Ahora, lo mismo que te digo una cosa te digo la otra. En este Litle Big Horn genuinamente español que, para nuestra desgracia, no va a poder parodiar cinematográficamente el maestro Berlanga, ni llevar al teatro Pedro Muñoz Seca, es que la puede palmar, políticamente hablando, claro, hasta el apuntador, talmente como acontecía en La Venganza de Don Mendo. Porque, vamos a ver, ¿quién va a hacer de Toro Sentado tras unas posibles nuevas elecciones, ¿eh? O sea, ¿quién es el guapo, entre las distintas tribus del frente popular y populista, que consigue aglutinar a En Mareas, Compromis, independentistas, comunistas, Colauistas y demás pieles rojas ideológicos contra los rostros pálidos conservadores? Porque, no nos engañemos, si los subsiguientes resultados de unas hipotéticas elecciones en junio se parecen a los precedentes resultados de las patéticas elecciones de diciembre, ya podemos empezar a darnos por jodidos, macho. Ni Pedro Sánchez ha demostrado hechuras de Toro Sentado de la cosa; ni  Pablo Iglesias ha asumido el decisivo papel de Caballo Loco, con su paranoica y bipolar obsesión de practicar a la vez el fuego amigo y el fuego al enemigo; ni Oriol Junqueras ha sido precisamente la réplica del trascendental guerrero cheyen Dos Lunas, sino el paradigma de un hombre entre dos alucinaciones, la republicana, la de Esquerra, que deberían ser complementarias, a ver si me entiendes, pero han resultado ser contradictorias. Y luego está el pobre Alberto Garzón, ¡angelito mío!, que empezó bailando sólo, intentó bailar pegado a todos, igual que baila el mar con los delfines, y acabó dándose cuenta de que, en realidad, estaba bailando con lobos.

La que se avecina

Así, habría sido imposible acabar con Custer. Así, ha sido imposible acabar con Mariano. Así, si los españoles seguimos insistiendo en este insulso guión de un western de serie B de indios y vaqueros, es mejor que nos vayamos preparando para otear en Horizontes Lejanos, muy lejanos, en busca de síntomas de la esperanza perdida. Rajoy, ya ves, partiendo de sus profundas raíces gallegas: velas vir, echarse para atrás e deixalas pasar, ha alcanzado una sofisticada adaptación a la milenaria doctrina de Confucio: sentarse en la puerta de La Moncloa a esperar que vayan pasando los cadáveres de sus enemigos. Pedro Sánchez, que para mí que no ha entendido El Quijote, se empeña en todo lo contrario que el Ingenioso Hidalgo de la cosa: sólo ve inofensivos molinos de viento cuando, en realidad, está rodeado de gigantes socialdemócratas al acecho. Y Pablo Iglesias no se ha enterado que no es a la segunda, sino a la tercera, si llega a la tercera, claro, cuando va la vencida. Y Albert Rivera va a llegar a las próximas generales como Machado a su último viaje: ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar. Esto, España, se parece un horror al plató en el que se ruedan los disparatados capítulos de La que se avecina.

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