¿Qué margen de maniobra tienen los partidos ante el ciclo económico español?

Billetes de euros. / 123rf.com
Billetes de euros. / 123rf.com

De cara a las próximas elecciones, el debate sobre el modelo económico a implantar en el país debería ser más relevante que la estimación del crecimiento de PIB y empleo durante el próximo año.

¿Qué margen de maniobra tienen los partidos ante el ciclo económico español?

Uno pierde la cuenta sobre la cantidad de instituciones, públicas y privadas, que realizan previsiones sobre la evolución económica. Lo cierto es que dichas estimaciones suelen ser objeto de atención mediática relevante y de inmediata explotación por parte de los partidos políticos. De hecho, en función de los intereses de cada cual, se esgrime una u otra cifra tal que fuesen profecías emitidas por insignes nigromantes.

Y normalmente las diferencias entre las múltiples publicaciones no pasan de unas pocas décimas. ¿Por qué? Pues porque los modelos de cálculo que se utilizan son similares y las series de datos las mismas. Entre la batería de variables que manejan, la subjetividad apenas puede alterar los resultados en alguna medida pero no, sin embargo, la orientación de la predicción.

Factores críticos

Surge, por tanto, una cuestión que se me antoja esencial: ¿es la economía un área sometida al designio de los ciclos sin más alteración posible que la de menores matices? O por el contrario, ¿pueden las distintas políticas incidir en la evolución económica? La respuesta precisa de un cierto desarrollo.

La variable fundamental que se emplea es el crecimiento del PIB. Se supone que a partir de esa cifra, distribuida entre sus distintos elementos (demanda interna, inversión, sector exterior), se deberían deducir el resto de magnitudes básicas, entre ellas el nivel de empleo. ¿Cómo se alcanza una predicción sobre el PIB entonces? A partir de un patrón de comportamiento observado durante una serie temporal y respecto a las variables que inciden sobre el propio PIB. Se trata, en consecuencia, de un cálculo realizado sobre sucesos pretéritos que no tienen en cuenta incidencias difíciles de prever, tales como:

> El grado, más o menos elevado, de aleatoriedad de los agentes económicos, sean consumidores, empresarios, inversores, entidades financieras, etc.

> La posibilidad de emergencia de fenómenos disruptivos que, por definición, resultan escabrosos de pronosticar. Una guerra podría ser el ejemplo más obvio y extremo.

> Un cambio en la relación tradicional de las variables. Un ejemplo hipotético: hasta la fecha, el consumo en España tendría una correlación determinada con el nivel de empleo y las rentas salariales; tal vez esa correlación se haya modificado debido al aumento de la precariedad laboral.  

Aquéllos que otorgan un papel substancial a la política económica, tenderían a incluir en la relación anterior precisamente la estrategia que en esta materia siga el gobierno de turno. El propio título de este artículo se preguntaba por el margen de maniobra de un ejecutivo –nacional, autonómico, incluso municipal– para alterar la marcha prevista de una economía.

La política contra el ciclo

En esta batalla entre estrategia e inercia, la cosa termina en tablas. Gana el ciclo en el corto plazo y en el trazo grueso; vence la estrategia en el horizonte amplio y el análisis a fondo. Nos explicamos:

Salvo que surja un elemento descontrolado con gran repercusión, de carácter normalmente geopolítico (un conflicto bélico tal como se citó, un golpe de Estado en un mercado relevante, un accidente de gravedad extrema, etc.), la fuerza del ciclo impondrá sus leyes durante al menos dos o tres trimestres. Sería muy difícil que un cambio de política económica pudiese alterar de manera significativa la tendencia que definen los modelos de previsión.

La inercia también se impone cuando se habla de cifras generales, sin depurar, sin analizar. El PIB puede crecer, es el caso de España, alimentado por factores externos (precio del petróleo, caída del euro frente al dólar) y por la profundidad de la recesión la cual provocó que el rebote fuese asimismo de mayor intensidad. Por esos factores externos, que no estaban en ningún modelo, el crecimiento fue en algunos trimestres mayor que el previsto. Ahora ocurre lo contrario: el relativo parón de la economía china y la caída, inesperada en su crudeza, de otros mercados emergentes como Brasil, están corrigiendo las estimaciones a la baja.

La política económica entra en juego cuando se pretenden realizar previsiones a plazos más largos. La elección entre una estrategia o la contraria incidirá, por ejemplo, en la duración de un ciclo económico. E influirá especialmente en la traslación del crecimiento a los agentes económicos, es decir, a los distintos segmentos sociales. Se puede crecer por aumento del excedente empresarial a costa de una mayor productividad del trabajador, aunque esta productividad se genere por la ampliación de las jornadas laborales y el deterioro de las retribuciones. El excedente se puede dedicar a la acumulación de riqueza y a la inversión en activos improductivos a la espera de que éstos aumenten de valor al calor de la supuesta mejora económica. El resultado de este proceso será el incremento de las desigualdades sociales y la concentración de la producción en actividades de escaso valor añadido, con lo cual el país renuncia al progreso y al bienestar sostenidos. Si el excedente que se obtiene se grava en escasa medida, como es el caso en España, ocurre que el déficit y la deuda públicas se agravarán salvo que se eleven los impuestos a las clases medias. Vuelve a aumentar la desigualdad lo que, antes que después, afectará a la demanda interna provocando con ello el acortamiento del ciclo expansivo.

Hay otra forma de crecer, naturalmente. Y es dedicando los excedentes a actividades de innovación, a nuevas inversiones en sectores de vanguardia, en mejoras de competitividad vía optimización de procesos (no de salarios), etc. Y trasladando las mayores rentas que genera el crecimiento hacia los trabajadores de forma que se fortalezca la demanda interna. De este modo, estaríamos consolidando una economía capaz de competir en sectores de valor añadido que a su vez generan unos mayores márgenes de explotación y, en consecuencia, mayores rentas, mayor progreso y mayor bienestar sostenido.

Son dos modelos o formas de entender la política económica que, quizás, no incidirán en las previsiones del PIB a corto plazo pero sí influirán en el tipo de economía que será España en, pongamos, 5 años. ¿Cómo explicar estas diferencias esenciales a un electorado acostumbrado a decidir sobre vagas impresiones e ideas generales e inmediatas? Pues ese es el reto que algunos tienen por delante. Les quedan dos semanas.

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