Maldito verano: Tragedia, drama y esperpentos en un país sin rumbo

Primeros momentos tras el descarrilamiento del tren en Santiago.
Primeros momentos tras el descarrilamiento del tren en Santiago.

La tragedia estaba servida, casi planificada, para algún momento de este verano, o de cualquier otro. Pero, según las precipitadas declaraciones de Adif, la culpa era del maquinista.

Maldito verano: Tragedia, drama y esperpentos en un país sin rumbo

Ciudadanos confiados en el sistema esperábamos el encuentro con la llegada del tren. Confiados viajeros preparaban su inminente descenso en Santiago. Ninguno de nosotros sospechaba que nuestra convivencia –sus vidas- estaba seriamente amenazada por el absurdo obstáculo de una torpe planificación de la seguridad en la que confiábamos. Una infraestructura en la que se sucedían, sin una congruente solución de continuidad, un tramo supuestamente de velocidad alta y un tramo de velocidad lenta, quebrados por una curva sin señalización. Un tren que circulaba por una infraestructura con cuyos sistemas de seguridad y de frenado automático era imposible que dialogara.  Y un sistema de seguridad no escrito (no instalado) en la infraestructura, en el tren, en la señalización, sino en un manual en papel que el maquinista debía consultar a cada momento.

La tragedia estaba servida, casi planificada, para algún momento de este verano, o de cualquier otro. Pero, según las precipitadas declaraciones iniciales del presidente de Adif, Gonzalo Ferre, la culpa era del maquinista. Un sospechoso y prematuro señalamiento de la liebre, para que todos corriéramos tras ella. Mientras tanto, los responsables de Adif y de Renfe, establecieron de urgencia todas aquellas señales y medidas de seguridad de las que el sistema carecía; al parecer porque no eran tan modernas como el diseño pretendido de la velocidad alta. Pero sí eran seguras. Aunque retrasaran el viaje ¿cuánto, cinco minutos?

No resto responsabilidad a un maquinista que debía orientarse con referencias ajenas a la señalización de la vía (edificios, u otros detalles visuales) para saber por dónde iba, y que al parecer se despistó. Pero me niego a que su fragilidad humana me distraiga de pensar en otras responsabilidades. Desde quienes planificaron deficientemente hasta quienes –muchos meses después de inaugurada tal incongruencia- no han cuidado que los sistemas de seguridad automática de la infraestructura y del tren, y la señalización, suplieran o disminuyeran el riesgo del fallo humano. Y no hablo solo de responsabilidad penal –que también- sino empresarial, técnica y política.

Maldito verano, por una evitable tragedia que ha descuajado tantas esperanzas de vida, de amor, de amistad y de convivencia.

El drama. Un presidente de gobierno comparece, contra su voluntad, en el Parlamento para confesar –sin consecuencia alguna- su “equivocación” en una historia de corrupción que duró veinte años. Con múltiples ramificaciones territoriales, personales y estructurales en el partido que gobierna en España. Reconoce el “error” que tiene imputados a varios tesoreros del PP, con uno de ellos en la cárcel y ejerciendo como extraño testigo de cargo. Admite en su partido el pago de sobresueldos a ministros -él mismo cuando lo era- que, por razón de su cargo, tenían incompatibilidad para cobrarlos. Y tal desaguisado pasa sin mayores consecuencias políticas, con un irresponsable presidente de gobierno que no solo no se siente compungido por lo que confiesa, sino que se permite el uso de una altanería y agresividad casi chulescas contra quienes le exigen responsabilidades. El drama reside en que el presidente del gobierno degrada nuestra Democracia: no asume responsabilidades, judicializa la política, y limita su responsabilidad democrática a los resultados (qué largo me lo fiáis) de las pesquisas judiciales. Ese es el drama de este maldito verano: la democracia puesta entre paréntesis, y un presidente de gobierno voluntariamente esposado a un presidiario preventivo, en el desesperado intento de ganar tiempo hasta las próximas elecciones.

Los esperpentos son múltiples, por desgracia. Pero hay dos que no sabemos si son una maniobra de distracción política, o una mera chapuza que degrada el escaso prestigio del gobierno que los españoles han elegido por mayoría absoluta: Marruecos y Gibraltar.

   Los gobiernos del PP, ni en la guerra ni en la paz han sabido llevar dignamente las relaciones con Marruecos. Nos hicieron pasar aquel ridículo internacional y nacional de Perejil, y el todavía ministro Margallo ha convertido en un vodevil una iniciativa de colaboración y entendimiento con el país vecino en el más alto nivel. Chapuza que ha provocado un sonrojo nacional y airadas reacciones populares en Marruecos, que obligaron a su monarca a dar explicaciones a la población indignada. El esperpento reside en que el gobierno de Rajoy no sabe ni elaborar a derechas una lista de presos para que cumplan la condena en cárceles españolas. Y enlaza con el drama, porque hasta la fecha, mientras en Marruecos han cesado a un director general, en España ni terminamos de conocer quiénes son los responsables, ni nadie está pagando políticamente por tal desatino.

Y eternamente Gibraltar. La enardecida guerra de los bloques de hormigón arrojados al mar en la costa gibraltareña. Un gobierno que acaba de cometer el desaguisado de modificar la ley de Costas sin reparar en consecuencias medioambientales, toma represalias por esos bloques. Pero no unas represalias como dios manda, ante las instancias de la UE, ni con una protesta formal ante el Reino Unido, sino contra los ciudadanos que cada día entran o salen del Peñón. Mezclando la agitación entre los pescadores con las imprecaciones contra el paraíso fiscal de Gibraltar. Como si no hubiera, en uno y en otro caso, infinidad de actuaciones eficaces y serias que desarrollar.

Maldito verano, y lamentable funcionamiento de un país al que, por un estúpido prurito liberal-comercial, algunos pretenden convertir en una marca. En lugar de trabajar seriamente para consolidarlo como un espacio decente de convivencia democrática y de honradez laboriosa y eficiente. Como se merecen unos ciudadanos que –aunque se equivocaran en una votación- saben responder solidaria y serenamente a las tragedias, enfrentarse con dignidad a las políticas del desaguisado, y responder con el sonrojo y el desprecio a las sobreactuaciones de un gobierno, que naufraga en el intento de desviar nuestra atención para ocultar sus vergüenzas.

Comentarios