De líderes como Kohl, Mitterrand o González, la UE pasa al nivel Juncker

Parlamento europeo. / P.E.
Parlamento europeo. / P.E.

Desde Bruselas, políticos tecnócratas que no son gestores les imponen a otros colegas que sí lo son las medidas políticas que deben aplicar en sus países.

De líderes como Kohl, Mitterrand o González, la UE pasa al nivel Juncker

Desde Bruselas, políticos tecnócratas que no son gestores les imponen a otros colegas que sí lo son las medidas políticas que deben aplicar en sus países.

 

Los tiempos de Kohl, Mitterrand y González como estrategas europeos o de Delors como gestor desde Bruselas hace tiempo que pasaron a mejor vida. Y nada hace prever que afloren en el horizonte políticos –y medidas políticas- como entonces.

La elección de Jean-Claude Juncker como el candidato del Partido Popular Europeo a presidir la Comisión Europea, avalado por Mariano Rajoy, es una prueba más de cuál es el nivel de la política del viejo continente. Como escribe el fino analista político Javier González Méndez en Mundiario, “un tal Jean-Claude Juncker, ¿Jean-Claude, qué?, procedente del Liliput de Luxemburgo”, puede convertirse en una especie de presidente de Europa, si el gris socialdemócrata alemán Martin Schulz no le planta cara. Pero es lo que hay, y lo que habrá durante un tiempo.

España lleva ya más de un cuarto de siglo (1986-2014) integrada en la Unión Europea, un período sin duda espléndido para la economía y, más en general, para la modernización social del país, que tocó techo en 2008 con la llegada de la crisis y de severos ajustes presupuestarios. Su acceso a la entonces llamada CEE se había producido en plena efervescencia de la democracia y en tiempos de ilusión política, hoy venida a menos.

En medio del marasmo, desde Bruselas, unos políticos tecnócratas que no son gestores les imponen a otros colegas que sí lo son las medidas políticas que deben aplicar en sus países o comunidades. Con una particularidad: los primeros no son elegidos democráticamente, sino designados, mientras que los segundos responden de su gestión ante las urnas.

Cuando se redactó la Constitución en 1978 no existían las autonomías como se conocen ahora y España no había ingresado en lo que hoy es la Unión Europea (UE). Veinte millones de españoles de entre 18 y 53 años no han tenido ocasión de pronunciarse sobre la Carta Magna. Es lógico, por tanto, que se produzcan desajustes de alcance en la maquinaria de las distintas administraciones que nos gobiernan y, por esa misma razón, que las nuevas instituciones traten de encontrar el mejor engranaje para atajar el conflicto o deshacerse del lastre. Si cabe, la complejidad aumenta más a medida que se producen intervenciones directas de la UE o del Banco Central Europeo (BCE), fenómeno reciente pero de un calado extraordinario, debido a la gravedad de la crisis financiera de España, especialmente a partir de mayo de 2010.

El primer problema de España –en buena medida causante de la destrucción de empleo, junto con la débil competitividad de España en el mundo- sigue siendo su elevado endeudamiento, cuya causa inicial fue más el sector privado que el sector público. La combinación de todos esos males es lo que limita la capacidad de crecer y, por tanto, de crear empleo, que es lo que le preocupa a la gente. Si al atinado diagnóstico del profesor Antón Costas en ese sentido, añadimos el debate sobre la propia estructura del Estado y la posible independencia de Cataluña ya tenemos todas las cartas sobre la mesa.

Mejorar la competitividad depende de los españoles, pero las demás cosas no solo de los españoles: también de la eurozona, es decir, de Alemania, que controla el BCE como si fuese suyo. En las próximas elecciones europeas están, por tanto, cosas importantes en juego. A pesar de que estos comicios no son el cauce adecuado para resolver los problemas de Europa, tampoco son tan intrascendentes como parecen. @J_L_Gomez

Comentarios