La nada cotidiana

Pedro Sánchez. / Mundiario
Pedro Sánchez. / Mundiario
El presidente Pedro Sánchez acostumbra, sea cual sea la cuestión, a emplear los axiomas como justificación de lo que sea menester.

El título, copia de la novela homónima de la cubana Zoe Valdés, alude en este caso al cúmulo de estereotipos, diálogos sin otro interés que el suyo propio, reiteraciones y vacuidades con que diariamente nos aburren, a través de los medios, quienes han accedido a los cargos de mayor visibilidad, haciendo patente a diario que, a medida que se asciende en la escala de representatividad y consiguiente difusión, mayor la tendencia a generalizar y hacer de las banalidades el núcleo de sus discursos.

Se diría que la nadería es el imperativo que marca el estilo a los de más arriba y, cuando las polémicas se disipan, no quedan las obras como dijera Octavio Paz sino, para aquellos a quienes me refiero, su ausencia, unida al tedio de los destinatarios por la previsibilidad de su consabida verborrea teñida de ideología en lugar del empeño exigible para mejorar la realidad. Ahí tienen como ejemplo a Vox, afirmando en su día que “Franco salvó a la sociedad”, lo que con independencia de su verosimilitud  tiene poco que ver con los problemas a que nos enfrentamos. Pero convendrá personalizar en algunos de los máximos jerifaltes para justificar, más allá de unas siglas, lo antedicho.

El presidente Pedro Sánchez acostumbra, sea cual sea la cuestión, a emplear los axiomas como justificación de lo que sea menester, y así, “La protección de la salud por encima de todo” o “Estamos aquí para tomar medidas” (que debieran ser por una vez las adecuadas, solemos repetirnos). El Rey y sus discursos navideños, o en días laborables otros, abundan en un más de lo mismo (“Democracia sin fisuras en un país que para sí querrían la mayoría…”). Dejaré a un lado a Casado por cansino y, de llegarnos al Papa, las novedosas aportaciones no tienen desperdicio: solidaridad, amor al prójimo y, en su visita a Irak, “No más violencia” porque “La religión está al servicio de la paz”. Por si no se hubieran percatado y Santa Inquisición aparte. O, en su reciente estancia en Hungría, “La ternura sin límites que Dios tiene por cada uno”; por eso, seguramente, algunos “sedientos de nuestro tiempo”, pues así se refirió a los emigrantes, terminan ahogados de huir sobre una patera.

Total: un ensamblaje entre egolatría y trivialidad para señalarnos el camino, aunque de fijarnos en lo que hacen, más allá de cuanto dicen, se les caen a todos los palos de su cómodo sombrajo. Aunque poco les importe, y sigan en la verbosidad y el momio como si tal cosa. @mundiario

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