La monarquía se tambalea

Felipe VI. / Anamaría Tudorica
Felipe VI. / Anamaría Tudorica

La decisión del nacionalismo catalán de romper relaciones institucionales con el Rey crea un grave precedente, al cuestionar su legitimidad y abrir una senda de provocaciones institucionales que refuerzan tanto la idea de ruptura querida al nacionalismo, como el final de ciclo de la institución monárquica.

La monarquía se tambalea

En sus cuatro años como Jefe del Estado, Felipe VI se ha esforzado en ofrecer una imagen austera, funcional y moderna de su papel, marcando claras distancias con el mandato de su antecesor Juan Carlos I. Sin embargo la sociedad actual, muy cambiada respecto a la que acompañó al anterior monarca durante su mandato, es hoy más crítica y exigente con relación al Jefe del Estado. De un lado cuestionando el propio carácter hereditario de la institución y por tanto su propia existencia. De otro como parte del descrédito de las instituciones y de la política, agudizado tras la crisis y el surgimiento de los nuevos partidos políticos, para nada deudores de la Transición ni de sus acuerdos.

A todo lo anterior se han añadido dos factores de difícil control. En primer lugar los escándalos que han afectado al anterior Jefe del Estado, que ahora reverdecen con la filtración de supuestas conversaciones que inciden en los temas habituales: corrupción, amistades peligrosas, posibles delitos fiscales. Que sean ciertas o no es ya irrelevante. Han suministrado munición para un acoso parlamentario que puede tener largo recorrido y final incierto. Además la trama urdida por su hermana y su cuñado, hoy en la cárcel, y la escasa simpatía hacia la Reina consorte, de la que se ofrece un retrato en los medios de comunicación habitualmente frívolo, han terminado por aislar a Felipe VI, preso de un círculo de malas noticias que neutraliza su propia actuación.

El segundo factor es la decisión del nacionalismo catalán de romper relaciones institucionales con él que  ha creado un grave precedente, al cuestionar su legitimidad y abrir una senda de provocaciones institucionales que refuerzan tanto la idea de ruptura querida al nacionalismo, como el final de ciclo de la institución monárquica. De hecho en la coalición parlamentaria que ha aupado al actual Gobierno, los apoyos a la institución son mínimos. Poca duda cabe de que una reforma constitucional como la que se defiende, terminaría alterando la forma de la Jefatura de Estado.

Frente a esa situación que empeora visiblemente, el Rey no tiene capacidad de actuar. Sus limitadas facultades no se lo permiten. De hecho depende del Gobierno para cualquier actuación relevante, estando por ver que sea una prioridad política para el Ejecutivo reforzar su figura.

El cortafuegos inmediato, a través de la comparecencia del Director del CNI en el Congreso, tiene poco recorrido. La propia institución que dirige ha jugado un papel oscuro, de encubrimiento según lo publicado, que resta credibilidad a sus explicaciones. Por otro lado el episodio inmediato de las grabaciones, se produce en el contexto de otros conflictos, en los que personajes turbios de la Policía y de la prensa, han hecho del seguimiento y filtración de vidas ajenas, un cómodo negocio.

La actitud estrictamente institucional del Rey, alejado de movimientos sociales o de causas que gocen de buena imagen con la excepción del deporte, no facilita la empatía. Sólo, aislado y alejado es una presa fácil tanto para quienes debilitar la institución como para quienes simplemente hacen caja a partir de los escándalos.

La razón principal para reformar la Constitución sería adaptar las instituciones a la sociedad actual, mejorando su funcionamiento tras cuarenta años de democracia. Pero los riesgos de ruptura son tan elevados que no es probable que se den las condiciones para intentarlo. Seguiremos con una monarquía en equilibrio precario y sujeta a un desgaste similar al de otras muchas instituciones democráticas. Como tantas veces, ni lo viejo  acaba de morir ni lo nuevo acaba de nacer. @mundiario

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