La marcha del juez Marchena convierte nuestra democracia en presunta democracia

Sánchez y Casado./ El Huffington Post
Sánchez y Casado./ El Huffington Post

No es necesario vivir bajo el yugo de un régimen militar como el franquismo para experimentar qué es una dictadura.

La marcha del juez Marchena convierte nuestra democracia en presunta democracia

No es noticia ya que la partitocracia de PP y PSOE ha dilapidado el Poder Judicial.

  La marcha del juez Macherna y los bochornosos mensajes de wasap de los que hemos sido testigos confirman la decadencia de un sistema político que lleva décadas haciendo aguas.

Se podrá disfrazar la verdad con cualquier clase de falacia más o menos vendible, con más o menos apariencia de verosimilitud, pero el rubor, el ridículo y la sensación unánime de que la democracia ha volado por los aires desde la propia sistémica de los partidos es ya un dogma.

Lo democrático (y estoy con Foucault) aún puede escapar al fariseísmo de alcaldes, senadores y ministros. Lo democrático aún discurre por plataformas ciudadanas, organizaciones no gubernamentales, medios digitales, aulas de Secundaria y Bachillerato, periodistas que, sin subvención alguna, se atreven a demonizar a la clase política.

Y es que la demonización se queda corta, porque hemos tenido que aguantar el pacto sibilino de PP y PSOE para elegir a quien ha de dirimir futuros y recalcitrantes casos de corrupción que involucrarán todavía a las cúpulas de los partidos y a toda una estructura clientelista.  

Lo inaudito es que Podemos los ha acompañado en este viaje. Lo inaudito es que aquellos que portan el lazo amarillo, dentro de su improvisada y quijotesca maniobra independentista, empiezan a tener razón.

Y eso es doloroso.

La marcha del juez Marchena llega tarde y es la esperpéntica demostración de que, en España, la heroicidad no se viste por los pies y que los validos nos dejarán solos cuando vengan los tiempos recios, como diría Santa Teresa.

Lo han hecho siempre. Y esta vez, como han hecho siempre, habrá alguna dimisión de poca monta para adecentar uno de los episodios más bochornosos de la historia de nuestro país.

Seguramente, ahora que lo pienso, Franco, los Franco, están más vivos que nunca y no es necesario visitar el Valle de los Caídos para rememorar al dictador. Quizá baste con encender el televisor y esperar a los informativos. Y ahí está. Y ahí están. Vivos, sonrientes, amables, engominados; estrellas de cine, carne de coachers, malos aprendices de Padrino.

Habrá que empezar a creer en Dios para salvarse de la quema.

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