La corrupción, un invitado non grato y corrosivo en la sociedad española

Luces en la oscuridad.
La corrupción bajo cualquier forma mina la legitimidad de las instituciones. Deteriora la economía, merma la solidaridad y degrada el respeto por lo público.
La corrupción, un invitado non grato y corrosivo en la sociedad española

Edur8 via Compfight

Atendiendo a la RAE  “la corrupción es la práctica que consiste en hacer abuso de poder, de funciones o de medios para sacar un provecho económico o de otra índole”. O sea, el mal uso del poder público para obtener una ventaja ilegítima. Tráfico de influencias, soborno, extorsión o fraude son algunas variables  que la acompañan.

Manipular lo público en beneficio propio o al servicio de terceros viciando el objeto en menoscabo del la ciudadanía. Nada nuevo bajo el sol de la historia. S. Juan en su Evangelio acusa a Judas Iscariote: “no le preocupaban los pobres, sino que era ladrón, y como tenía la bolsa de la comunidad de discípulos de Jesús, se llevaba lo que echaban en ella”. El caso del Duque de Lerma reinando Felipe III es paradigmático. Significativo que el género literario llamado novela picaresca sea algo propio de España. El Siglo de Oro ofrece jugosos relatos, a los que posteriormente surgieron imitadores. Reflejan de forma áspera e irónica una sociedad donde el pícaro es alumno aventajado del fingimiento y corruptelas que son oficio de sus ilustres señores a los que intenta emular.

Es penoso que tras varios siglos, en un estado que pretende reconocerse democrático permanezca subyacente como un cáncer cuya metástasis corroe el sistema y que de acuerdo con todas las encuestas demoscópicas pulveriza la confianza de la sociedad en sus representantes. Esto, y no otras causas que a veces esgrimen sectores muy conservadores, caso de las manifestaciones y huelgas de los agredidos en sus derechos, es lo que devalúa nuestra imagen y los esfuerzos de esa fantasmagórica campaña, “Marca España”. Padecemos una realidad que nos hace envidiar el lugar de los países escandinavos en el ranking de trasparencia y prácticas de lo público encabezado por Finlandia, bien distante de nuestra magra posición.

La corrupción repugna siempre. Pero es inaceptable en una democracia con teóricos mecanismos de contrapoder para evitarla. La corrupción se entiende propia de países con gobiernos no controlados por la opinión pública. Pero se vuelve más ofensiva cuando golpea a una ciudadanía que sufre el drama de una crisis a la que es ajena en su génesis y gestión. Perturba el contrato social sobre el que reposa la credibilidad del sistema y genera alarma social ante la constante aparición de protagonistas individuales y colectivos en los medios de comunicación. Impotencia e incredulidad al observar a los protagonistas de actos lesivos del interés público conservando impunes sus posiciones y el fruto de sus rapacerías. Saltimbanquis de lo público a lo privado o renovando sus escaños. Irritante es la pendencia grosera - cada vez menos creíble -, entre las organizaciones políticas afectadas avalando a los suyos y denigrando al contrario, mientras muestran una tenaz resistencia a trazar una frontera férrea en orden a erradicar tal lacra de la vida publica. Obviando con tal conducta,  lo trascendente es que si no hay voluntad de acabar con la corrupción, se acaba formando parte de ella.

Seria injusto por vía de ejemplo, referir algún nombre singular u organización concreta cuando el aceite se propaga lamentablemente por el escenario político de forma invasiva. Siendo esto muy grave, se agrava al afectar inicuamente el buen nombre de quienes honran uno de los ejercicios más dignos y solidarios que puede desempeñarse: el servicio público. Solo por grotesco señalar un corrupto a quien sus actuaciones le producen un efecto similar a la viagra, rubricándose, “em-Palma–do”. Al impudor del saqueo de lo público añade la ordinariez. La misma que los mafiosos, tras sus grotescos y costosos trajes intentan paliar, sin poder evitar por ello que  tras la hopalanda no halla mas que delincuentes sin escrúpulos.

Desterrar la corrupción no es tarea fácil, pero si inexcusable para quien gobierna. Y habrá de concluirse que si el que gobierna no puede resolver el problema,  quizás el problema es el. Enfrentarla no es una opción, es una exigencia ineludible. Limitando de una vez por todas los mandatos. Poniendo en alza el servicio publico como tal y no como un empleo vitalicio. Entregando a la ciudadanía la capacidad de castigar al corrupto a través de listas abiertas. Fortaleciendo los diversos mecanismos de control. Haciendo de la transparencia obligación…Un largo prontuario tan conocido como eludido por los llamados a aplicarlo.

La corrupción bajo cualquier forma mina la legitimidad de las instituciones. Deteriora la economía, merma la solidaridad y  degrada el respeto por lo público. El profesor Tierno Galván recomendaba que “los bolsillos de los gobernantes deberían ser de ser de cristal”. Por ello algo que socava el sistema y dimensiona la desigualdad de oportunidades no puede ser otro tema más que acabe en la mesa de “pendientes”

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