Inventan enfermedades, pero padecemos la peor: sordera a nosotros mismos

proserpina, de dante rosetti
Proserpina, la diosa estacional, según Dante Rossetti.

Ya empezó la recurrente nadería temporera de los medios y la publicidad: ¡Llegó la astenia primaveral!... Lo raro es que la hayamos oído llegar, porque vivimos en eterna sordera.

Inventan enfermedades, pero padecemos la peor: sordera a nosotros mismos

Empiezan los tediosos reportajes sobre la astenia primaveral. En la pool position, como siempre, los antiguos suplementos de fin de semana de los diarios, hoy convertidos en catálogos de venta. Los otros suplementos, los vitamínicos, se apretujan ya en los anaqueles de parafarmacia.

Nos encanta que nos inventen enfermedades. Tiene explicación. Eso ayuda a ordenar y clasificar los miedos y las ansiedades; la medicina no ha perdido del todo su origen hechicero. Perdemos incertidumbre aunque ganemos amargura. Mejor un sólido valle de lágrimas que el inestable horizonte de un mar de oportunidades.

Llega la primavera. Lo decreta, como siempre, El Corte Inglés. Los grandes almacenes tocan diana para estos reclutas de la vida en que nos hemos convertido. Reclutas por bisoños, aunque peinemos canas. Porque, igual que adolescentes, ni escuchamos ni nos escuchamos. Sólo atendemos al ruido ambiente. Son tan conscientes de ello quienes marcan el compás, que acaban de sacar vitaminas con forma de gominolas. Para adultos…

La primera víctima de esa sordera es nuestro propio cuerpo. Hace tiempo que no nos interesa lo que dice. Es muy antiguo y bastante pesado: cuando coge una gripe, se queja. ¡Cómo si hubiera tiempo para eso! Hay que someterlo, obligarlo, dominarlo, como a la Tierra, como al Agua, como al Cielo, como al resto de animales. Y si no, lo callamos con placebos, analgésicos y sobredosis de vitaminas A, B, C... X, Y y Z.

Y el cuerpo habla. Y mucho. Y bien. Ahora mismo, cuando los días se alargan y la luz y el calor ganan poco a poco –significa 'despacio', 'con paciencia'– la batalla, nuestro cuerpo recuerda que una vez vivió casi como las marmotas, los osos y los árboles de hoja caduca: en letargo invernal. Tiene que doler el despertar, cómo no. La sangre vuelve a correr con fuerza; los músculos, anquilosados, quieren recuperar su dimensión; los pulmones, arrugados como un fuelle, ansían llenarse otra vez de aire. Claro que duele despertar, siempre duele la consciencia.

Pero la soberbia de andar erguidos pudo más que la memoria de los ciclos. Quizá por eso, se diría que la Tierra planea hacer borrón y cuenta nueva con nosotros. No oímos nada, no recordamos nada, no entendemos nada, no nos paramos ante nada (como si fuera una virtud). Ni siquiera ante lo que los vendedores de vitaminas llaman astenia, que no es otra cosa que el despertar del letargo. No nos dejan desperezarnos, ni bostezar, ni estirarnos, ni bañarnos con ese sol nuevo. Nos quieren asténicos para supervitaminarnos y mineralizarnos, como Super Ratones de la cadena productiva.

Este artículo debería ser una oración a Proserpina. Una oración pagana, pues el Dios de los cristianos y los hebreos hace tiempo que se alió con los mercaderes que desprecian los ciclos. Oración y bienvenida, porque la hermosa reina del Hades, hada madrina de la Primavera, abandona ahora la morada de su esposo, Plutón, para cubrir la Tierra de vida. Luego, en otoño, volverá a la oscuridad. Y entonces, los catálogos de venta de fin de semana con nombre de periódico dirán que padece síndrome postvacacional y que necesita más vitaminas. Sordos, pero sordos como una tapia. Y también ciegos, como topos que nunca salen de su madriguera.

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