Las instituciones en las actuales democracias latinoamericanas y su legitimidad

Banderas de los países latinoamericanos /  Francisco Puñal
Banderas de los países latinoamericanos. / Francisco Puñal.

En la actualidad, desde los organismos de los poderes de Estado hasta los partidos políticos, han caído en un innegable descrédito que no han podido superar.

Las instituciones en las actuales democracias latinoamericanas y su legitimidad

Es innegable que en la actualidad la democracia —en términos generales— atraviesa por una crisis que muchos, a lo largo y ancho del mundo y por variadas razones, se resisten a aceptar o reconocer. En el caso particular de América Latina, existen elementos de análisis únicos, que, a pesar de las similitudes que puedan presentar con otras latitudes del Globo, merecen un tratamiento separado y concienzudo, en virtud de los acontecimientos históricos que indudablemente han llevado a la conformación de los Estados tal como hoy día los conocemos, y cuyas raíces puede aseverarse que son verdaderamente profundas y diferenciadoras (inclusive, independientemente del ángulo u objetividad del punto de vista desde el cual se vea, que por supuesto, es un detalle de capital importancia).

En tal sentido, para un análisis verdaderamente objetivo en la temática, no puede separarse la práctica (o diversas prácticas) que vemos en la actualidad, de los hechos históricos, especialmente en aquello que concierne a la delegación del poder y al ejercicio de éste en el marco de los llamados sistemas democráticos, sistemas en los que la institucionalidad de los Estados es vital, dado que de allí se desprende en gran medida, la solidez o debilidad, según sea el caso, de dichos sistemas.

Han caído en un innegable descrédito que convierte a la institucionalidad en una suerte de frágil constructo con el que la colectividad no se siente identificada

En la actualidad, desde los organismos de los poderes de Estado hasta los partidos políticos que en los sistemas democráticos son los vehículos mediante los cuales, por antonomasia, se accede al poder gubernamental, han caído en un innegable descrédito que convierte a la institucionalidad en una suerte de frágil constructo con el que la colectividad no se siente identificada (y mucho menos representada) y que al mismo tiempo genera pérdida del poder ciudadano que, en teoría, es el punto de partida de dichos sistemas.

Más allá del descontento que los grupos sociales puedan manifestar en algún momento como producto del incumplimiento de sus expectativas y como efecto en muchos casos de ofrecimientos populistas (en este sentido es importante hacer ver que el populismo no es exclusivo de una u otra corriente de pensamiento o postura ideológica, donde las haya), existe una realidad que refleja desencanto y enfado popular, pero que no trasciende el umbral de los hechos que logren un cambio real y perdurable en el tiempo.

Un Estado con institucionalidad débil, es un Estado susceptible de permeabilidad, lo cual, en la práctica, se convierte en esa suerte de círculo vicioso, repetitivo, que obviamente le torna frágil ante los embates de un variopinto abanico de intereses, que, en muchos casos, excluye el interés colectivo que debe primar en el actuar de todo verdadero estadista. La institucionalidad de un Estado es importante, sin duda, pero también lo es la credibilidad que esta tenga ante la ciudadanía, porque ello no sólo les da la legitimidad del procedimiento legal que sustenta su existencia, sino también la legitimidad de sus resultados. @mundiario

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