La insoportable levedad del ser occidental

open arms
El Open Arms.

¡Qué fácil nos resulta a los ciudadanos del primer mundo aplacar nuestros remordimientos de conciencia! Los griegos le echaban la culpa de todo a sus dioses inventados, nosotros se la echamos a nuestros dioses elegidos y, ¡a vivir, que son dos días...!

 

La insoportable levedad del ser occidental

Es la leche el brote de empatía oral, ciberespacial, personal pero transferible, claro, con el que nos hemos preocupado y okupado este verano, oye. Ese hermoso y conmovedor sentimiento que se ha extendido este agosto por los chiringuitos, por las terrazas, ante una cervecita bien fría, una tapa de pulpo de esas que amenazan con cotizar en Bolsa y un móvil embarazado de selfis al sol que más calienta en playas paradisíacas. Esto de ser occidental, ciudadano sujeto de derechos y deberes democráticos, habitantes de ese pedazo del planeta al que llaman primer mundo, es que es talmente un chollo, aunque se cruce uno por las calles con un exceso de excepciones que confirman la regla.

Sobre el complejo y sobrecogedor asunto de los refugiados, de los barcos que los recogen en el Mare Nostrum, de los puertos que los vetan y de los gobernantes que silban un blues mirando hacia los cielos mientras navegan a la deriva hacia ninguna parte, me gustaría que me saliese un grandilocuente artículo, pero me viene inevitablemente a la cabeza aquella frase de Groucho Marx extensible a la práctica totalidad de mi prójimo, empezando por mi: “no quiero pertenecer a un club donde admitan a tipos como yo” Me confieso, padre, de haberme unido a ese incalculable coro de cínicos que nos hemos rasgado la vestiduras mientras un tal Salvini y una tal Calvo, elevados a la categoría mitológica de dioses/as de los olimpos, jugaban con insignificantes humanos intentando la nueva odisea de llegar a una Ítaca.

Esto del cinismo, como todo el mundo sabe, lo inventaron los ciudadanos de la Grecia Clásica para encontrar una explicación a todos sus males por exceso o por defecto, por acción u omisión, por la comodidad que supone echarle la culpa a aquellos seres inaccesibles de antes y estos seres inaccesibles de ahora que, curiosamente, se mantenían y se mantienen en un sepulcral e inquietante silencio. Aquellos, los inventados, en su célebre Monte Olimpo y, estos, los elegidos, en sus distintos y distantes Parques de Doñana. Total, colegas, que por los siglos de las siglas mantenemos esa adición de los pobres mortales a la mitología. Solo que los dioses de antes eran vitalicios, o sea, podías invocarlos o ciscarte mismamente en ellos desde que nacías hasta que la palmabas, y no como los de ahora que, cada cuatro, cada ocho, incluso, ocasionalmente, cada casi cuatro interminables legislaturas, tenemos que aprendernos sus nombres y los de sus progenitores cada vez que tenemos la reincidente tentación de acordarnos de sus santos padres o sus santas madres.

Creo, con toda humildad, que he encontrado una solución, ¡eureka!, para aplacar los reducidos y delegados remordimientos de conciencia de los gobernantes y los extendidos y delegables remordimientos de conciencia de los gobernados. Verás, si yo fuera Presidente, como consecuencia de un improbable proceso de enajenación mental transitoria que me hubiese inducido a presentar mi candidatura, naturalmente, salía hoy mismo por la tele anunciando urbi et orbi, a escala nacional, claro: “Españoles, en La Moncloa y en las casas de cada uno de los miembros y las miembras de mi gobierno vamos a acoger un mínimo per cápita de media docena de migrantes del Open Arms” Por un lado sería una forma innovadora de predicar con el ejemplo oficial y, por otro, de poner a prueba al pueblo y esperar a ver si cundía el ejemplo en una sociedad civil, ¡oh, nosotros los españoles!, aparentemente especializados en hacer mucho ruido y sospechosamente aficionados a salirnos por la tangente, multiútil o multiinútil, según se vea, que trazó Miguel de Unamuno: que humanicen, que recojan, que acojan, “Que inventen ellos...”

Porque, no nos engañemos, cotidianamente hablando, nosotros a lo nuestro: al twit lacrimógeno, al columnismo previsible, a la tertulia plausible, a la sesión de manis como fugaz terapia de grupo con mediática repercusión cuantitativa y escasa repercusión cualitativa, a arreglar este perro mundo a base de gestos y esperar a que las gestas surjan de los dioses con pies de barro y cerebros de serrín de un G-7, de una cumbre, de un olimpo trashumante como ese en el que estos días se ha deliberado o delirado, ¿qué se yo?, en Biarritz: el paraíso al que tantos españoles, in illo émpore, peregrinaron para ganarse el jubileo de haber visto “Emmanuelle” No confundir con Emmanuel Macron.@mundiario

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