Los indultos, un posible punto de partida

En esta última década, en Cataluña ha fracasado la política entendida como el arte de buscar soluciones a problemas complicados.
¿Qué pensaríamos de alguien que, para analizar las características de una película densa y prolongada, nos proyecta el contenido y la forma de un fotograma particular de la misma? Lo normal sería considerar que esa valoración es sumaria y/o superficial. Necesitaríamos visualizar todo el relato filmográfico para estar en condiciones de emitir una opinión suficientemente amplia y profunda.
Los indultos que, previsiblemente, va a aprobar el Gobierno de Pedro Sánchez en favor de los presos independentistas catalanes constituyen sólo una escena -por más espectacular que resulte- de esa “película” que se viene proyectando ante nuestros ojos desde el momento en el que el Tribunal Constitucional modificó una parte significativa de la reforma del Estatut que previamente había aprobado la mayoría del cuerpo electoral catalán. A partir de entonces -junio del año 2010- se sucedieron diversos acontecimientos socio-políticos que se pueden sintetizar en tres vectores destacados: 1)aparición y desarrollo de un amplio movimiento social en favor de la independencia de Cataluña; 2) viraje del partido fundado por Jordi Pujol -CDC- hacia posiciones independentistas tratando de encabezar el clima dominante en su electorado y 3) falta de voluntad y/o incapacidad del PP -a pesar de disponer de mayoría absoluta en el Parlamento del Estado- para resolver el conflicto político suscitado, procediendo a su “externalización” judicial a través de una querella criminal presentada por el fiscal general ante el Tribunal Supremo.
En esta última década, en Cataluña ha fracasado la política entendida como el arte de buscar soluciones a problemas complicados. Durante este tiempo, el PP -cuya importancia como partido estructural del sistema político español es indiscutible- erró gravemente en el diagnóstico de lo que estaba pasando en el seno de la sociedad catalana (patentando la teoría del sufflé, pensando que estábamos ante una inflamación pasajera que desparecería con el paso del tiempo) y se equivocó en la terapia aplicada (negativa a negociar mejoras substantivas del autogobierno, progresiva judicialización del contencioso y utilización electoral del mismo fuera de Cataluña) asumiendo con sorprendente naturalidad su progresiva situación de marginalidad en el universo político catalán. Simultáneamente, el independentismo acumuló las mayores fuerzas posibles y lanzó un órdago al Estado que carecía de viabilidad práctica. La conclusión está a la vista: la sociedad catalana está fuertemente dividida (así se ha constatado en las distintas consultas electorales realizadas) y la distancia entre las opiniones y sentimientos existentes a ambos lados del Ebro han aumentado hasta niveles difícilmente manejables. La última muestra de este singular abismo se puede ver en los estudios demoscópicos sobre los posibles indultos: muy mayoritariamente aceptados en el cuerpo social catalán y simétricamente rechazados en el resto del territorio estatal (con la excepción de Euskadi).
Desde la muerte de Franco, ha habido todo tipo de indultos (entre ellos a relevantes personajes condenados por el 23-F o por la guerra sucia de los GAL). Reducir este asunto a un debate jurídico supondría renunciar a usar los recursos políticos que están disponibles en las democracias de calidad contrastada. La pregunta fundamental que hay que contestar es esta: ¿se quieren buscar fórmulas políticas que faciliten, en el medio plazo, la reconstrucción de los puentes destruidos en Cataluña y en el Estado español? Ciertamente, ese punto de encuentro no se halla en la independencia de Cataluña, pero tampoco en el mantenimiento del actual statu quo jurídico-constitucional. ¿Será posible tal objetivo o estamos condenados a una cronificación agravada de la desestabilización que hemos conocido en estos años? Colocados en esta tesitura, los indultos pueden se el punto de partida para ese deseable reencuentro.