El independentismo catalán, de corte burgués, tiene grandes expectativas económicas

Barcelona.
Barcelona.
Los desafíos territoriales de España a los que el independentismo catalán trató –y trata– de imponer una solución unilateral siguen ahí, aparcados. El encaje de Cataluña en España, también. Mientras, se solapan las claves políticas y culturales, aunque el problema de fondo sea más económico.
El independentismo catalán, de corte burgués, tiene grandes expectativas económicas

El Estatut fracasó para unos y para otros, no hay acuerdo de financiación autonómica, la crisis económica de 2008 derivó en una fuerte tensión social y política, y el procés se volvió violento, con presos, condenados y fugados de la justicia. No parece fácil resolver todo esto, ni siquiera aplicar la conllevanza de la que hablaba Ortega y Gasset.

La situación de Cataluña ha llegado a un punto en el que o bien Madrid negocia, a sabiendas de que tendrá que hacer concesiones, o se planta. Lo que no cabe a estas alturas es decir que hay que dialogar para luego monologar. Obviamente, con negociación o sin ella, en un escenario de no violencia. Antes del 10-N no habrá grandes novedades, pero el futuro Gobierno está llamado a mover ficha.

¿Tiene mucho o poco que ver el independentismo con la economía? No siempre lo parece ni siempre se dice, pero las motivaciones económicas están en su ADN, especialmente a raíz de la crisis de 2008. La burguesía catalana hace negocios con el resto de España pero en general se siente poco o nada afín. Su cultura es industrial y reacia a asumir el papel que la UE le concede a España: un rol turístico con mucho empleo ligado a los servicios. Dicho de modo coloquial, para Alemania los españoles vendrían a ser los camareros de Europa y los catalanes no lo aceptan. En realidad, este modelo no le causa entusiasmo a casi nadie en España pero una vez que pinchó la industria del ladrillo no quedan muchas más alternativas. 

La resignación imperante en casi toda España, salvo en el País Vasco –industrializado y fiscalmente independiente de Madrid–, tampoco es asumida por Cataluña, cuya clase política nacionalista ha convencido a mucha gente –incluso no nacionalista– de que el independentismo es la mejor manera de no depender fiscalmente de Madrid y de desarrollar su economía industrial en Europa. Subyacen, por supuesto, importantes ingredientes culturales, la defensa del idioma catalán, pero lo esencial es la economía.

Muchos independentistas no pasaron siquiera por el nacionalismo –entendido en su sentido político y cultural–, de modo que dejaron de ser apolíticos o incluso charnegos  para convertirse en ‘indepes’. Suelen estar convencidos de al menos tres cosas: España es una rémora, se lleva parte de sus impuestos y ellos, si alcanzan la independencia, podrán ser ricos y grandes en el marco de la UE. Poco les importa que sea discutible que España sea una rémora o que no sean del todo ciertas ni la clave fiscal ni la pertenencia a la UE si se separan de España; al menos durante un tiempo. Pero les da igual.

Alguien podría preguntarse: si se trata de una revolución burguesa, ¿qué pinta Esquerra? Si bien es cierto que ERC se declara de izquierdas, no lo es menos que tanto en los años 30 como tras la recuperación de la democracia no ha formado parte del club de partidos de izquierdas de origen sindical y filiación marxista o socialista. Su cultura política nada tiene que ver con los orígenes del PCE o del PSOE, ligados a centrales sindicales (CC OO y UGT). Ni siquiera sería homologable a la UPG en Galicia, un partido marxista leninista, también independentista, pero sindicalista, al ser el germen de la CIG. ERC no solo es diferente a los partidos de izquierdas peninsulares, sino que tampoco es homologable a otras fuerzas de izquierdas de Europa occidental, de raíz sindical. Es otra cosa... @J_L_Gomez

Cataluña, un país cosmopolita e innovador

ERC es más bien un partido de intelectuales, generalmente de militancia escasa, que sabe conciliar con la burguesía catalana representada ahora por el PDeCat y antes por Convergència. En los últimos años han nutrido sus filas no pocos militantes procedentes del PSC, partido hermanado con el PSOE, hegemónico en Cataluña tanto en elecciones locales como generales. Desde la transición hasta el procés, CiU solo ganaba las autonómicas y ERC pintaba realmente poco. Hoy encabeza las encuestas.

En el imaginario nacionalista, Cataluña es un país cosmopolita e innovador –industrializado– que no lo es más por culpa del atraso español y de su asfixiante presión fiscal. Una Cataluña independiente sería más próspera en Europa, con su propia cultura. En el fondo, la argumentación independentista no es distinta de la utilizada desde el Reino Unido contra la UE o de la que usa la extrema derecha de otros países europeos frente a  Bruselas. Está cargada de una profunda carga económica. @mundiario

––––––––– PROTAGONISTAS –––––––––

> Jordi Sànchez, líder de la ANC.- El independentismo político se ampara en dos movimientos sociales: la ANC y Òmnium. La primera tiene dimensión social e integra no pocos cristianos de base, mientras que la segunda tiene una raíz cultural ligada al empresariado nacionalista.

> Quim Torra, presidente de la Generalitat.- Ningún gran empresario catalán dirá que le representa pero no está en el Palau por casualidad: lo puso ahí Carles Puigdemont, a quien había designado Artur Mas, que sí representaba –y representa– a la burguesía y a la derecha de Cataluña.

> Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.- El encaje de Cataluña exige un estadista, un político, pero no un intérprete del marketing político acomodaticio de un tal Iván Redondo. Sin política de calidad no habrá solución a un problema de raíz económica y cultural. Esto no va de postureo.

> Pablo Casado, líder del PP.- Es evidente que alguien le ha asesorado bien. Ya no comete errores de adolescente –se los deja todos a Albert Rivera– y se ve que sabe que esto no va de negociar con la izquierda sino de hablar entre dos derechas: una de Barcelona y otra de Madrid. @mundiario

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