¿Por qué el impuesto a las grandes fortunas no afecta a los más ricos?

Billetes de Euros. / Mundiario
Billetes de euros. / Mundiario
El típico millonario español siempre ha sido a título personal y a efectos legales un insolvente con las cuentas bancarias a veces en números rojos.
¿Por qué el impuesto a las grandes fortunas no afecta a los más ricos?

Hay ciertas medidas que nuestro Gobierno actual por demagogia y con la intención de comprar el voto popular ha decidido aprobar y que, haciendo un análisis no demasiado profundo, resultan completamente ridículas. Una de ella es el impuesto a las grandes fortunas.

Para empezar conviene decir que quienes poseen las grandes fortunas nunca ponen a dedo, ni por amiguismos, a las personas que les gestionan el patrimonio. Para que ustedes lo entiendan, la competencia de los gestores de Amancio Ortega se encuentra a años luz de la competencia de cualquiera de nuestros políticos, porque cuando en lugar de gestionar lo que es de todos y no es de nadie, quieres proteger lo que es tuyo, ni colocas a los amigos y correligionarios a dedo, ni creas chiringuitos, ni tienes a más administradores de los que verdaderamente necesitas.  

De este modo, quienes más tienen no solo contratan a los mejores en su campo sino que además gozan de todo tipo de mecanismos de ingeniería fiscal para eludir impuestos. Impuestos, dicho sea de paso, completamente abusivos que en España han conseguido que los mejores empresarios salieran al extranjero despavoridos. Impuestos que, en su mayor medida, no se destinan a los profesionales que hacen que nuestro país funcione sino a una serie de castas privilegiadas que, en su mayor medida, ni han conseguido tener un trabajo honrado en sus vidas ni mucho menos levantar y mantener una empresa propia.

Castas, conviene que añadir, que durante el confinamiento votaron por no suprimir sus dietas de desplazamiento sin moverse de casa y que, hace escasos días, votaron por no seguir investigando al rey emérito, personaje corrupto donde los haya que desde el famoso pacto de la bragueta ha gozado de la inmunidad y del beneplácito de estas corruptas élites y la mayoría de los medios de comunicación a los que en su día apoyó para perpetuarse en el poder. Claro, los favores hay que devolverlos. Los favores se pagan. 

Si al rico se le hace pagar el mismo porcentaje que al pobre, por volumen de ingresos, ya está contribuyendo mucho más, no hace falta sancionar al creador de empleo ni a las personas por conseguir prosperar en sus vidas con más impuestos. Pero, como sabemos, España siempre ha sido una sociedad aristofóbica. No es por tanto de extrañar que los mejores siempre se nos vayan. 

Además, los esbirros de la agencia tributaria se han encargado casi siempre de sangrar precisamente a las clases medias. Las grandes fortunas son las que, para proteger su patrimonio, tienen desde hace tiempo la mayoría de sus bienes fuera de nuestras fronteras o disponen de una cajita de zapatos con cientos de millones de euros invertidos en joyas. 

No hace falta ser un experto en horología para saber que ciertos modelos de Phatek Philippe pueden costar diez, veinte, o hasta más de cuarenta millones de euros concentrados en relojes de poco más de cien gramos. Ni hace falta tampoco ser un experto en finanzas para saber que esas grandes fortunas no están en la liquidez de sus cartillas sino distribuidas en diversas empresas. Eso son los bienes y las entidades que poseen lo que llaman las grandes fortunas, que por supuesto son siempre inaccesibles para esa sentina corrupta que pierde más de la mitad de sus juicios conocida como Agencia Tributaria. El típico millonario español siempre ha sido a título personal y a efectos legales un insolvente con las cuentas bancarias a veces en números rojos. 

Lo demás es demagogia e intentos de fastidiar a una clase media acomodada que normalmente con el sudor de su frente, el esfuerzo de su trabajo y el de de sus familias, y en puestos conseguidos por méritos propios o con empresas levantadas erigidas asumiendo muchos riesgos han conseguido comprar unas naves, unas tierras, unos pisos en la capital o un chalet en la playa. Más vale que sean los políticos los que se quiten los privilegios y se bajen las nóminas y se dejen de sangrar al contribuyente. @mundiario

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