¿El "Imprimatur" y el "Nihil obstat" siguen vivos?

Sala Alcalá.
Sala Alcalá.

El poder censor –de que tanto saben los libros, los periódicos y el arte- siempre acecha desde quienes tienen miedo a la mayoría de edad de los demás.

¿El "Imprimatur" y el "Nihil obstat" siguen vivos?

Ha tenido relevancia una exposición reciente, en Alcalá 31 (Madrid), de la fotógrafa Montserrat Soto. Versaba sobre los inicios de la marca obligatoria que muchos de nuestros libros tuvieron todavía: el Imprimatur.  Las piezas fotografiadas más antiguas –siempre con el libro como referencia objetual- eran medievales, y la última fecha explícita de las mismas el 23.05.1777, en que un inquisidor explica que “vivimos en un tiempo en que la libertad de pensar en todas las materias amenaza lo más sagrado de la Religión, y no menos la pública tranquilidad del estado”. La muestra, no obstante, insinuaba las dificultades para la libertad de expresión en lo escrito después del siglo XVIII con la inclusión de muebles domésticos  en los paneles fotográficos, con algunas grafías para reorientar la mirada del visitante y con una cita de Orwell en 1984: “Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”.

El título de la muestra vendría  -según su folleto-  de que “el Tribunal de la Santa Inquisición aceptaba la publicación de un texto”. Dos citas del Index librorum prohibitorum de 1640, más algunas de Erasmo (1529), Zwinglio (1524) y Lutero (1522), marcaban al espectador el envés de lo que mostraban las fotografías: lo que estuvo siempre ante los fieles, no lo que las autoridades eclesiásticas querían que no vieran ni leyeran. Citas adicionales de Luis Vives (1534) y Teresa de Jesús (1567) reforzaban la ambigüedad advirtiendo sobre los peligros de “hablar o callar”. El propio Cervantes (1615)  apelaba al “prudenrte” lector, en plena Contrarreforma, para que juzgara lo que le pareciere “que yo no debo ni puedo” (en El Quijote, II, 24).

De haberse explicitado el tiempo en que se fraguó esta obligación de  llevar el Imprimatur, habría mejorado la lectura de lo expuesto. La facultad para imprimir un libro  seguía  al Nihil obstat, en que un censor decidía que no tenía riesgo doctrinal ni moral. Este protocolo para la impresión legal de libros y folletos rigió desde 1487, en que el papa Inocencio VIII intentó, con la bula Inter multiples, que el invento de J. Gutenberg estuviera bajo vigilancia de la curia papal o de los obispos diocesanos. Esta fue la razón de su origen y no la Inquisición, fundada en 1184, con otros métodos para prohibir lo herético o peligroso; el propio Inocencio VIII los había empleado en 1486 contra proposiciones de Pico della Mirandola.

De lo que se ve a lo que se intuye

Las fotografías de Montserrat Soto mostraban libros que aparecen en pinturas y esculturas de carácter religioso. Lo exhibido por estas no es, ante todo, expresión de lo censurado, sino símbolo exaltador del dogma católico y sus fuentes. Casi siempre representan un único libro: la Biblia y, a veces, sus glosas e intérpretes autorizados. Por ello, después de la condena de la “libre interpretación” de Lutero en Trento, se acrecentó la exigencia del Nihil obstat y la vigilancia –de la Inquisición, pero no solo- sobre el Imprimatur: lo confirma la guía de los rechazados en el primer Index librorum prohibitorum, de 24.03.1564 (Pío IV).

Quienes tengan oportunidad de ver esta muestra donde quiera que se repita o repasen sus bellos paneles fotográficos, si se dejan llevar por las sugerencias  de la grafía interpretativa, verán que el deleite de lo que se ve ayuda a reflexionar sobre lo que no se ve: o porque no se quiere que se vea –una libertad de expresión limitada- o porque le hayan coartado a uno de raíz la capacidad de ver, pues el capital cultural con que viajamos es el que la educación familiar e institucional han propiciado. En todo caso, se advertirá pronto que, en la cristiandad occidental, la censura –fruto del miedo a la libertad- es muy anterior y posterior a la existencia formal del Imprimatur y su previo Nihil obstat. Las historias de Galileo y en parte la de Goya –a las que hay mención en esta muestra- lo ejemplifican. Podrían haber sido las de Hipatia, Giordano Bruno o, entre otras muchas recientes, las de las bibliotecas, periódicos y revistas de la postguerra española.

Andanzas de personajes otrora famosos como José María Pemán o la propia historia de TVE -en todo su recorrido hasta el presente- documentan bien la actualidad del Imprimatur. En la vida social –y en la escuela-, el baremo censor de lo que piensen o puedan decir otros lo impone siempre algún absolutismo dogmático antiilustrado…. ¿Por nuestro bien? @mundiario

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