A la III República podría, debería ir la vencida

Bandera de la República española
Bandera de la República española

Sin la mínima animadversión a Felipe VI, creo, Majestad, que en este país empieza a extenderse un penetrantemente aroma a III República. ¡Ojalá que no sea consecuencia de unas oportunistas y opacas municipales, que no tenga que salir usted por otra Cartagena, que se le reconozcan los servicios prestados y no haya que calzarse las botas de la guerra, sino simplemente hacer el legítimo y transparente recuento de los votos de la paz!

A la III República podría, debería ir la vencida

Digo yo que, esta vez, más que nada para variar, podríamos hacerlo bien. Sin Generales Serrano, sin Presidentes de la República relámpago, sin Pavías sometiendo a un asedio al Congreso, sin anarcos destejiendo por las noches lo que sus Señorías iban tejiendo a la luz del día, sin monárquicos nostágicos, sin cansinos Alfonsinos, sin funambulistas Carlistas, sin Cantones tocándonos los cohones, con perdón, a lo largo y ancho de todas Las Españas. Digo yo que, esta vez, más que nada para que la historia no le repita a nuestras próximas generaciones y acabe dándole la razón a Victoria Beckham: ¡España huele a ajo!, podríamos aceptar que corriesen exclusivamentre ríos de tinta por las cuencas hidrográficas de libertad de expresión, en vez de incurrir en error, ¡qué inmenso error!, de que la sangre volviese a llegar al río procedente de venas por las que corren resesas gotas de sangre roja jacobina o cuágulos fósiles de sangre azul jurásica.

¡Si hay que ir a la Tercera República, se va, hombre! Pero sin semanas trágicas de Barcelona, sin Companys aprovechando aguas revueltas para obtener ganancias de pescadores de independencias, sin conatos de Pactitos de San Sebastián como esa última cena entre Junqueras y Pablo Iglesias en el que, uno de los dos, por lo menos, estaba emulando talmente a Judas Iscariote, sin volver a jugarse a los dados las miserables piezas sueltas del poder centripeto y centrífugo de ese puzzle, en permanente camino a El Calvario de la historia, al que nunca acabamos de poder llamar España.

Ni oportunistas 14 de abril, ni golpistas 18 de julios

Yo no quiero mas oportunisas “catorces” de abril ni golpistas “dieciochos” de julio; yo no quiero más hazañas con Azañas ni más alzamientos con principios fundamentales de Movimientos; yo no quiero más Guernicas de Picasso ni más Paracuellos del Jarama; yo no quiero más reyes huyendo de madrugada por Cartagena ni más Machados que no puedan descansar en paz en sus Campos de Castilla. Tiene que haber otra forma, otras formas de decidir para el pueblo, por el pueblo, pero con el pueblo, qué coño queremos que sea España. No lo que quieren tipos de paso como Rajoy, como Sánchez, como Iglesias, como Rivera y sus respectivos mariachis, sino lo que queremos la gente corriente, the ordinary people, la poca masa parlanchina y la inmensa masa silenciosa que crece, se multiplica, a su trabajo acude, con su dinero paga los trajes que le cubren y la mansión que habita, el pan que le alimenta y el lecho donde yace, tras haber depositado el preceptivo porcentaje de los frutos del sudor de su frente en la fría, calculadora y opaca ventanilla de Hacienda.

Volvemos a estar hasta los cohones de todos nosotros

En la fugaz Primera República, en esta España en la que escribir fue llorar para Larra, discutir había sido liarse a garrotazos para Goya y sobrevivir pasó a la posteridad con la descriptiva escena entre un ciego vidente y un evidente pícaro Lazarillo, el primer Presidente del Poder Ejecutivo, Estanislao Figueras, no pudo contenerse en plena sesión de un Consejo de Ministros: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.

En la tortuosa Segunda República, durante extenuantes sesiones constituyentes en las que se aplicaba el pillaje o saqueo ideológico, resonaba en el hemiciclo aquella exclamación de Ortega, como portavoz de un grupo de intelectuales llamado familiarmente El Olimpo: ¡no es esto, no es esto!

Servidor tiene la esperanza de que a la Tercera, ¡que todo se andará!, vaya la vencida. Que no haga falta calzarse las botas de la guerra y lo resolvamos todo con los votos de la paz. Que prevalezca la fuerza de la razón de los argumentos y desaparezca la razón de la fuerza de los armamentos. Que nadie vuelva a sentir la imperiosa necesidad de escribir “donde yo no me hallo no se halla hombre más apenado que ninguno”, la impotencia de anhelar que su pluma valiese las pistolas de los otros o el horror de ser vilmente asesinado, con nocturnidad y alevosía, a la luz de la luna lunera reflejada en algún anónimo olivar en el que llevan décadas brotando aceitunas con hueso abonado de huesos, precozmente descarnados, de un genial, generoso, libre y permanentemente añorado Poeta en Nueva York.

Mientras mi corazón espera, también hacia luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera de una III República pacífica, civilizada, sin vencidos que se sientan vencedores ni vencedores que sientan vencidos, no me queda más remedio que rumiar entre dientes lo que me siguen susurrando al oído, ¿no los oís? millones de españoles muertos y millones de españoles vivos incapaces de digerir tal como éramos y tal como seguimos siendo: ¡estamos hasta los cojones de todos nosotros!

 

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