El iberismo sin Saramago: ¿queda algo de aquel sentimiento?

El presidente de Portugal / Tiago Costa via Compfight
El presidente de Portugal / Tiago Costa via Compfight

Tras la muerte de Saramago, el MPI propone, antes de una unión política, aproximar ambas naciones dentro del marco de la economía integrada, primer paso para unir los dos países.

El iberismo sin Saramago: ¿queda algo de aquel sentimiento?

Tras la muerte de Saramago, el MPI propone, antes de una unión política, aproximar ambas naciones dentro del marco de la economía integrada, primer paso para unir los dos países.

Un prestigioso historiador portugués, nada menos que A.H. de Oliveira Marques, dice que Portugal pareciera un accidente de la historia, pues tan vinculada está ésta a España como la de España al hermano ibérico. Para empezar, el Condado de Portugal (868-1071) era un feudo del Reino de Galicia. En 1139, Alfonso I es proclamado Rey de Portugal y consigue el reconocimiento del Reino de León cuatro años más tarde; pero no se conquista Lisboa hasta 1147. Pasarán muchos años, hasta 1179, en que el Papa Alejandro III, a través de la bula “Manifestus Probatum”, reconoce Portugal como un país independiente y como vasallo de la iglesia cristiana.

Con la llegada de la dinastía Avís, Portugal entró por la puerta grande de la historia. Primero, venciendo a Juan I de Castilla en la famosa batalla de Aljuberrota (1385). El pequeño país de navegantes abre a Europa el conocimiento de otros mundos. Conquista Ceuta en 1415, pero sus habitantes, en 1640 preferirán seguir siendo españoles y por eso España posee esa plaza africana.

Es una pena que las grandes descubiertas de los las grandes marinos como Enrique el Navegante, Vasco de Gama o Pedro Álvares Cabral en gran medida acaben en manos inglesas, como un regalo, tal es el caso de las puertas de la India, donde los portugueses conservarán Goa y Macao en China. Y perdurarán largo tiempo en Brasil, y hasta nuestros días en Angola, Cabo Verde y Mozambique.

En 1494, por el Tratado de Tordesillas, España y Portugal se reparten el mundo (Los ingleses se preguntan cínicamente "En qué parte del testamento de Adán dice eso"). Menos de un siglo después, España ya había creado las primeras universidades en sus territorios. La primera universidad de Brasil es de 1930, sí mil novecientos treinta. Lo dicen los propios brasileños al señalar la diferencia con España.

Felipe II, hijo de portuguesa, el gran amor de su padre, fue breve rey de Portugal, ahí seguimos –aunque la administración real del país estaba en manos de portugueses, no de españoles- hasta que el duque de Braganza, primero fiel españolista, se suma a la revuelta. Cuando en 1640 se sublevan los catalanes, una primera provisión era mandar tropas portuguesas a someterlos. Los lusitanos habían luchado bravamente ya en los campos de batalla de Europa al leal servicio de España. Con la ayuda de Richelieu, el Braganza de hizo con el trono.

Andaba España metida en tantas guerras al mismo tiempo, que no teníamos soldados para sostener tantos frentes: someter a los catalanes, participar en la Guerra de los Treinta años, y sofocar las revueltas cíclicas de los territorios italianos.

En gran medida, la historia de Portugal de los últimos siglos pasa por Inglaterra, no sólo por la impronta y desarrollo de la economía del vino, sino por la propia tutela que le supondrá tener un aliado poderoso ante el vecino español. Y tienen razón, pues algunos de los últimos borbones llegaron a elucubrar más de una vez con invadir el país de los lusitanos.

En su estudio sobre el llamado “Iberismo” (doctrina de confluencia de España y Portugal en la que yo creo como tantos portugueses), Germán Rueda escribe:

En las décadas centrales del siglo XIX se constata, con más fuerza en Portugal que en España, una tendencia iberista. Aparecen diversas corrientes convergentes en la idea de lograr una unión, más o menos estrecha, para constituir Iberia o la Federación Ibérica, nombres, entre otros, que se propusieron para tal fusión. La pregunta implícita común a todos los que se plantearon el iberismo es si, ahora que España y Portugal podían unirse, era ventajoso y conveniente hacerlo. Muchos técnicos en comunicaciones e ingenieros dieron una respuesta positiva y aportaron a los políticos argumentos de mejora económica

Y añade que en Portugal, a la altura de 1853 y 1854 la idea de unión ibérica gozaba de muchas simpatías entre buena parte de políticos e intelectuales de Lisboa y Oporto, pero no de emodo generalizado y citando a J.A. Rocamora, la falta de decisión de los iberistas españoles produjo que los portugueses contuvieran su inicial entusiasmo.

Dice a este respecto Rueda aclara:

El idioma y la historia de España y Portugal habían sido semejantes. Pero esa semejanza no implicaba identidad. Les separaban relativamente la lengua y, por parte portuguesa la historia, especialmente desde el siglo XVII, que en la imaginación colectiva de parte de los que constituían la opinión pública portuguesa se resumía en la idea de una potencia vecina que estaba al acecho para llevar a cabo la anexión. La diplomacia y la política españolas cometieron graves errores que, lejos de eliminar las suspicacias históricas, las aumentaron. Su disposición a intervenir en Portugal a lo largo del siglo XIX, casi siempre sin afanes de dominio territorial (salvo el intento de Godoy en ingenuo acuerdo con Napoleón), daba argumentos para pensar en un vecino prepotente que más que una unión podría llevar a cabo una anexión.

Pese a la insistencia en promover la unión, de escritor José Saramago, en Portugal sigue hoy en día presente el recuerdo de lo que significó la independencia de 1640, Fiesta Nacional, que exalta precisamente el ejercicio de la soberanía nacional y la plena recuperación de la identidad nacional. Desde luego, de quedar algo de ese sentimiento, habrá que ubicarlo en el país vecino, sin que entre nostros aliente, salvo algunas visiones puramete intelectuales o sentimentales tal coincidencia.

Es curiosos constatar que las fronteras entre España y Portugal, a lo largo de 1.200 kilómetros apenas han variado desde que fueron fijadas hace casi 800 años. Los habitantes de las “rayas” forman una comunidad natural, por encima de los Estados, especialmente en Galicia.

Tras la muerte de Saramago, el Movimiento Partido Ibérico (MPI) propone, antes de una unión política, aproximar ambas naciones dentro del marco de la economía integrada, primer paso para unir los dos países. En este sentido, conviene tener presentes la penetración de capitales de una nación en otras, del que es buen ejemplo la impronta de las empresas cementeras lusitanas en Galicia. A la larga se piensa una confederación  ibérica, e incluso una federación de estados, pero por ahora las propuestas se concretan en las ventajas económicas derivadas de la unión.

En Galicia somos especialmente sensibles a esa especial relación con los portugueses, e incluso, la desatención que, en ocasiones padecen algunas de sus regiones, por parte del gobierno central, provocan sucesos como lo ocurrido en Valença do Minho hace unos cuantos años,  cuando sus 15.000 habitantes quedaron, debido a los recortes, sin Servicio de Atención Permanente y hubieron de ser atendidos en España. Aparecieron espontáneamente en sus casas miles de banderas de España para denunciar el abandono de Portugal y en señal de agradecimiento a sus vecinos de Tui por prestarles el servicio que Lisboa les negaba.

Lo que tiene más sentido práctico es O Eixo Atlántico; en realidad una recuperación, al menos geográfica, de lo que fue la gran Galicia romana.

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