La huella del 15-M, indiscutible, propició el cambio, pero sin la profundidad pretendida

15-M en Madrid. / RTVE
15-M en Madrid. / RTVE
El 15-M fue original por el cuestionamiento de la representación política y el uso de formas inéditas de organización de las protestas.
La huella del 15-M, indiscutible, propició el cambio, pero sin la profundidad pretendida

Hace ahora diez años, aparecía el llamado “movimiento 15- M”. Cuando surgieron aquellas manifestaciones y acampadas protagonizadas por un gran número de personas –con un porcentaje muy mayoritario de jóvenes- en el mes de Mayo de 2011, se registraron reacciones divergentes en la opinión pública y en la publicada. Hubo, sin duda, simpatía expresa o tácita en muchos sectores sociales que padecían una doble frustración: la derivada de las penalidades asociadas al impacto de la crisis económica en sus condiciones de vida y la que suscitaba el papel de los gobernantes –que, en el caso del gobierno del Estado, pertenecían a un partido político que se autoidentificaba en el universo de la izquierda- en la gestión del desastre económico. Aún estaba caliente, en la memoria colectiva, el espectacular giro realizado por Rodríguez Zapatero un año antes –Mayo de 2010-, modificando sustancialmente su programa electoral para ejecutar las directrices emanadas de la “troika”.

El “movimiento de los indignados” era –como en otros casos históricos anteriores: OTAN, Prestige, guerra de Irak– una expresión del fuerte malestar presente en una parte del cuerpo social. La originalidad del 15- M radicaba, por lo menos, en dos vectores novedosos: el cuestionamiento del propio sistema de representación política y la utilización de formas inéditas de organización en el desarrollo de las protestas. En las ocasiones precedentes, lo que se pedía era el cambio en determinadas políticas (salida de una alianza militar, nueva regulación del transporte marítimo, final de una iniciativa bélica) y la dimisión de los cargos gubernamentales responsables. En este caso, lo que se colocaba en primer plano tenía que ver con la modificación de las reglas de juego de la democracia vigente. La crítica indiscriminada a las fuerzas políticas presentes en las instituciones (“no nos representan”; “le llaman democracia y no lo es”) iba acompañada de propuestas alternativas más o menos elaboradas.

El 15- M mereció, inicialmente, la desconsideración o la indiferencia de la casi totalidad de las fuerzas políticas existentes. El PP fue, sin duda, la más beligerante a pesar de que esas movilizaciones masivas aceleraban el desgaste del gobierno de Zapatero. El Partido Socialista quiso repetir la táctica de 11 de Marzo de 2004 y trató de encontrar una mínima empatía capaz de evitar el desastre electoral que anunciaban las encuestas.  IU, sorprendida por la envergadura del movimiento, hizo todo el posible para constituirse como referente político-electoral del clima de indignación que mostraban las protestas. El BNG no fue capaz de comprender la importancia de lo que estaba surgiendo en las calles y mantuvo un distanciamiento crítico que reforzó la dinámica de pérdida de apoyos sociales que venía padeciendo.

La buena imagen y la simpatía que suscitaron las plataformas vinculadas al 15- M alimentaron un debate que ya había aparecido en otras situaciones análogas: ¿el movimiento de los “indignados” debería seguir siendo una expresión, más o menos organizada, del descontento frente al sistema económico y político o debería dar los pasos requeridos para comparecer en las citas electorales? La presencia de Podemos como partido político en los comicios al Parlamento europeo celebrados en el año 2014 aclaró semejante dilema. A partir de ese momento, los defensores del bipartidismo tradicional cambiaron significativamente su posición discursiva: pasaron de exigir a los manifestantes que abandonaran las calles y participaran en la vida política institucional a emitir fuertes críticas a las nuevas formaciones que ocupaban escaños en los ayuntamientos y parlamentos.

Con la perspectiva que proporciona el tiempo transcurrido, se puede afirmar que la huella del 15- M en el sistema político resultó indiscutible. Su existencia alimentó un clima social más favorable a la realización de cambios relevantes en la relación entre los partidos y sus votantes, en el desarrollo de la propia vida interna de las organizaciones políticas y en el comportamiento ético de las personas que forman parte de estas. Ciertamente, los cambios no tuvieron la profundidad que se reclamaba en los manifiestos fundacionales puesto que las viejas prácticas seguían estando muy enraizadas en una parte del sistema político y contaban con la complicidad o la benevolencia de importantes segmentos sociales. Por lo demás, las formaciones políticas que bebieron en las fuentes del 15- M cometieron algunos errores relevantes en la gestión de las responsabilidades que le otorgó una parte del electorado en los distintos comicios celebrados en la segunda parte de esta década. @mundiario

Comentarios