Hubo en el Congreso de los diputados barullo de fiesta y el hemiciclo parecía un hormiguero

Congreso de los Diputados. / change.org
Congreso de los Diputados. / change.org

Sí, un hormiguero, pero no por ser muchos, o por parecer pequeños, sino por valientes, trabajadores moviéndose a la velocidad de las hormigas.

Hubo en el Congreso de los diputados barullo de fiesta y el hemiciclo parecía un hormiguero

Creo que es obvio decir que el día 13 juraron o prometieron sus cargos los diputados electos, como suele ser habitual cada cuatro años. Pero ¿qué más? Se hizo lo que había que hacer, lo que marca la ley. Aunque, como novedad, en esta legislatura habrá muchos más diputados jóvenes que en cualquiera de los comicios celebrados en otras ocasiones: hombres y mujeres dispuestos a comerse el mundo. Con ardor de impaciencia, la mayoría sonriente, hambrientos de sol; bajo la brillante mano de pintura política que ellos mismos dieron al congreso, de manera que este estaba como nunca antes lo había visto nadie así.

Puede que estuviesen un tanto alborotados, eso sí, pero sería por lo de novedoso que la ceremonia tuvo para ellos; algunos algo nervios, tal vez por lo del bebé que iba de brazos en brazos por los escaños. Aunque lo más hermoso, alguna lágrima que se escapó sin querer, pero sería una lágrima sentida, como llegan ciertos sentimientos en esos momentos. Y muy importante, que se vieron claros signos de agonía bipartidista, por mucho que a algunos (tal vez a muchos) les hubiese gustado conservar lo de los dos grandes grupos. Única forma de poder, frente a los errores, de echarle las culpas al otro. Pero yo no creo que vaya a ocurrir. Sí era claro que había aires nuevos de nuevos tiempos, vertiginoso y cambiante, al tiempo que duros y nobles tal vez; difíciles pero clarificadores; dolorosos, pero del todo ilusionantes.

Así al menos lo sentía yo, aunque he de reconocer que muchos tienen escasa experiencia, que no de conocimientos, porque cultura y preparación no falta; y, sobre todo, tenaces, deseosos de hacer una España mejor. Una país en que el humanismo solidario cree hombres y mujeres dignos, para los que el trabajo nunca sea la caridad cristiana de una mísera ayuda, sino el franco deber de lo bien hecho y, en contrapartida, correctamente remunerado. Ya han pasado suficientes legislaturas en España, de modo que arranquemos de una vez las máquinas y alcancemos niveles semejantes a cualquiera de nuestros vecinos y socios europeos, modelando la democracia.

Decía John Dunn en su libro Democracia. El viaje inacabado: "El más levado elogio jamás pronunciado hacia la democracia se encuentra en las palabras de la oración fúnebre por los héroes atenienses que Tucídides pone en boca de Pericles". “Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las sesiones privadas; y no tanto por a la clase social que pertenece como por sus méritos”.

Este texto, que por los años que tiene podría considerarse como rancio y lejano de los momentos actuales, no es otra cosa que lo que ahora pretende imponer España. Mejor dicho: el pueblo español. Pues ya va siendo hora de este país se sacuda las pulgas. Sí. Y mancha azul de mar en el cielo.

Las terribles y caducas son las dictaduras, el poder unipersonal, todo en manos de un pequeño diocecillo, que tanto elogian y desean los beatos de la ‘democracia radical’.

Hora va siendo ya de que nos alejemos de pataletas imposibles y clavar los ojos en la realidad. Esa realidad que se merece España: la de contar con gobernantes honrados, serios, trabajadores, dignos de ocupar el escaño que los ciudadanos les han otorgado. El resto sobra.

Sí, un hormiguero, pero no por ser muchos, o por parecer pequeños, sino por valientes, trabajadores moviéndose a la velocidad de las hormigas. Pensando en el mensaje que les ha encomendado en las urnas. Y el deber de no defraudar.

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