El horizonte enseña un camino inhóspito, plagado de penurias

Meritxell Batet, futura presidenta del Congreso. / Twitter
Meritxell Batet, presidenta del Congreso. / Twitter

El arranque de la XIII Legislatura ha puesto en evidencia las dificultades que van a conformar el nuevo periodo. Cronos debe traer responsabilidad y equilibrio, dejando aparte pruritos partidistas o personales.

El horizonte enseña un camino inhóspito, plagado de penurias

Concluida la parte ritual (donde el ciudadano parece concurrir como protagonista cuando, en el fondo, solo es un aparejo formal), viene ahora la conformación del Parlamento y Senado. Ambas Cámaras deberían respirar por ese pulmón que el pueblo trasplanta, tal vez solo lo aparente y se deje embaucar, a políticos -ellas y ellos- para asegurarse los objetivos que exige el principio que fundamenta el Estado de Derecho. Inexiste el Estado Democrático, “cuando no hay una unidad política que organice jurídicamente la sociedad y que, en cuanto expresión de la voluntad popular, genere derechos y garantice los que le son propios al ciudadano”. Bien es verdad que tal rito electoral pudiera considerarse un lance figurativo, menor; pero ustedes, amables lectores, razonando el curso de los acontecimientos vertebrales, esos que prefija la Carta Magna, deben encontrar o no motivos para el desencanto, más allá de los cánticos de sirena que saturan el espacio nacional.

Convendría, antes de proseguir, conceptuar lo legal y lo legítimo. Legal significa que está establecido por ley o conforme con ella. Lo legítimo presenta una consideración compleja y con aspectos cambiantes. Quizás su mejor expresión sea: “Capacidad de un poder para obtener obediencia sin necesidad de recurrir a la coacción”. Es básico en las relaciones de poder e implica consenso con la mayoría. En una democracia, lo legal es esencia, substancia; lo legítimo, aviene cuando se consensua el poder. La primera es fácil de advertir o ignorar; el segundo -casi imbricado en la primera- precisa algún asiento aclaratorio. Por ejemplo, el Estatuto de Autonomía de Cataluña, aprobado en dos mil seis, es legal, pero (objetivamente y desde mi punto de vista) ilegítimo pues el Referéndum para su aquiescencia tuvo una abstención superior al cincuenta por ciento y su asentimiento neto próximo al treinta y seis coma cinco por ciento; es decir, fue invalidado por mayoría. Su legalidad proviene de una acción ilegítima, fraudulenta.

Sí, el día veintiuno empezó a levantarse el telón de ese teatro (con alarmantes perfiles de pertinaz inclinación) en que se ha convertido el Parlamento español. Necio sería ocultar programa parecido para el Senado. Ambas Cámaras tienen a su frente políticos del PSC, circunstancia que por sí misma no debiera levantar ninguna sospecha, ni reproche. No obstante, méritos anteriores hacen precipitarse algún recelo disuelto entre vapores de escepticismo, de desconfianzas. Acaso sean los mejores para conducir el curso parlamentario de una legislatura que presiento movida, si no fugaz. Los primeros movimientos ¿inerciales? de la señora Batet sobre la suspensión de los diputados presos, ha calentado -casi fundido- la Mesa del Congreso. Va a remolque porque quiere cocinar una tortilla sin romper huevos, olvidando la servidumbre de su cargo motu proprio o por imposición. Desde casi las dos, sé que ha imperado la ley frente al dividendo o acaso hayan pesado tenebrosas conjeturas.

Tal vez fuera una premonición, pero la Mesa de Edad estaba formada por un señor del PSOE barbadohiperbólico -sosias de Valle-Inclán- y dos “jóvenas” de ERC y Podemos, respectivamente. El escenario, hueco de contenido, de mensaje, lo ocupaban diversos actores huidos, medrosos, porque ahora tocaba representar la obra por provincias. El vigorizado elenco socialista se encuentra aquietado por el césar Sánchez. Una ola de servilismo, impregnada de tensa espera, bate las huestes perplejas del sanchismo. ¿Acabarán sentados con Podemos, perceptible extrema izquierda, inaugurando una aventura temeraria? En un marco capitalista, la extrema izquierda conforma el peor acompañamiento posible. Esa gran victoria que cantaban con exceso de jactancia, les obliga a “bañarse”, no sé si con regocijo, entre pirañas. Se acabó la “ayuda desinteresada”; llega el momento del aro. No perdamos de vista alguna otra colaboración lúgubre. Estamos, como siempre, en manos de minorías disgregadoras y nadie quiere poner remedio.

Casado está recogiendo la semilla infértil que sembró denodadamente un Rajoy lánguido, enroscado en su apocamiento. Sesenta y seis diputados, supone el récord, un desastre sin paliativos. Casi con total seguridad, las próximas elecciones no mejorarán los resultados y hay quien apuesta por verlo cadáver político. Me gustaría saber qué recambio ocupa esas mentes adivinas. ¿Juan Manuel Moreno? ¿Núñez Feijoo? ¿Alguien de incógnito? Moreno no tiene entidad y a Núñez Feijoo lo inhabilita su edad, cincuenta y ocho años, cuando todo el banquillo exuda juventud (Entre los treinta y ocho de Casado y los cuarenta y siete de Sánchez). Además, ninguno despliega maneras de líder, de haber logrado nada por sí mismo. Aquel, sin ganar, consiguió la presidencia de Andalucía por hastío. Este, aprovecha el terreno que le dejó Fraga, salvando el paréntesis de Pérez Touriño. Casado, lejos de ser un portento, hoy no tiene rival, pero debiera contenerse, en ocasiones, mientras ha de tajar sin remilgos, en otras. El PP necesita ideas nuevas, claras y limpieza, mucha limpieza.

Ciudadanos, hoy por hoy, confunde su papel. Es evidente que el pueblo español quiere gobiernos de centro izquierda o derecha con el apoyo exigente de un tercero, cuyo protagonismo le toca hoy al partido naranja. Alejados nacionalismos y extremismos del poder por voluntad popular, que no por acuerdo para cambiar la nefasta ley electoral, solo cabe, invocando patriotismo y responsabilidad política, que Albert Rivera (insisto, hoy) sea la llave del equilibrio, de la gobernabilidad. Si actúa de forma distinta y deja a Sánchez en manos de Podemos y nacionalistas regresaremos a épocas terribles. Eso sí, ha de dejar claro a Sánchez y al PSOE posterior que ya está bien de jueguecitos guerracivilistas. Son necesarios pactos sobre educación, economía, pensiones, política exterior, etc. etc. Ahí es donde se necesitan acuerdos y dejar de una vez para siempre politiquillas de partido, de usar y tirar. Caso contrario, más pronto que tarde, estaremos abocados a los extremismos. PSOE, PP y Ciudadanos disponen de ocasión ideal para demostrar que son los partidos que demanda el Estado, su filosofía, su génesis.

Haciendo una analogía entre vida y política, finalizo con un pensamiento recogido en el film Amelie: “La vida no es más que un interminable ensayo de una obra que jamás se va a estrenar”. @mundiario

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