La crisis está poniendo en su lugar a Sánchez e Iglesias por su ambición

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una imagen de archivo.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en una imagen de archivo.
Su nefasta gestión los hará pasar a ambos como el binomio que se vio arrastrado por una tormenta que pudieron prevenir en lugar de aferrarse a su codicia de poder.
La crisis está poniendo en su lugar a Sánchez e Iglesias por su ambición

Era una tarde de verano de 2018 cuando el hemiciclo del Congreso de Diputados consagraba a Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Había llegado hasta ahí tras botar del caballo a Mariano Rajoy mediante una moción de censura que apoyó, cómo no, Unidas Podemos. Sin haber sido votado por -casi- nadie en las urnas, Sánchez había dado rienda suelta a su codicia de poder y se presentaba a sí mismo, junto con Pablo Iglesias porque estos dos no se explican el uno sin el otro, como los próceres de la transparencia y la justicia. Hoy, casi dos años después, una sopa de murciélago ha demostrado que los dos siempre fueron emperadores caminando desnudos.

La crisis del Coronavirus ha retratado la falta de aptitud y competencias de este Don Quijote y Sancho Panza, quienes estaban muy bien avisados de la tormenta que se avecinaba. Y es que la cosa había tomado a Italia metiéndose al closet y, por tanto, apenas había tenido tiempo de reaccionar. Su ejemplo sirvió para países como Dinamarca, que ordenó el confinamiento antes de que siquiera muriera uno de los suyos. Pero no, La Moncloa pensó que eso no les pasaría. Ni Sánchez ni Iglesias se creyeron que la situación les iba a rebalsar, a ellos, que con una descarada sonrisa habían firmado un acuerdo de Gobierno apenas meses antes tras obligar a los españoles a la vergüenza de votar dos veces; a ellos, que pese a no contar con el apoyo absoluto de las urnas decidieron que eso importaba poco y que había algún decreto que no conocíamos que los hacía merecer el poder; a ellos, que incluso apadrinaron que los ministros salieran casi a burlarse de la naturaleza con sus palabras de reto al virus. Su afrenta a la naturaleza les pegó donde más les duele, pues sus parejas están ahora encerradas padeciendo la dichosa enfermedad.

Sánchez se metió a una fiesta de la que él mismo se había ido por voluntad propia y luego regresó sin que nadie lo invitara. Su segundo advenimiento, escudado por Iglesias, le hizo ponerse ropas de santidad y de justicia, mas sin la capacidad para agrupar al partido en torno a sí mismo y menos de convencer al grueso de los votantes, desoyó las recomendaciones de la prudencia y se lanzó a por la presidencia de nuevo. Ahora que la tienen él y el jefe de Podemos, que también codiciaba La Moncloa como fruta prohibida, estarán preguntándose en qué diantres estaban pensando. Ambos son ahora rehenes de sí mismos, de su ambición de poder. Lejos queda ya la imagen del Cid Campeador que defendió a los españoles del bochorno de ver a su presidente de Gobierno declarar en el banquillo de testigos por el caso Gürtel. La hecatombe del Covid19 los hará pasar a la historia como el dúo que no supo jamás como manejar una crisis que los superó desde el primer minuto. La realidad los ha bañado de pies a cabeza, y con el país convertido en el ejemplo de todo lo que no se debe hacer en estos casos, con el permiso de Italia, la única forma de desprenderse de eso sería renunciando, pero eso terminaría de hundir la poca legitimidad y dignidad política que les queda.

El Coronavirus los hizo humanos a ambos. Al hombre que pensaba que 120 diputados era sinónimo de apoyo de la gente, y del otro, que le prometió apoyarlo en la salud y en la enfermedad si le daba un hueso, hasta que, precisamente, una enfermedad los rompió a ambos. La historia los recordará a los dos por esto.

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