La hegemonía nacionalista no se vence sólo en una campaña electoral

Lazos amarillos. / La Sexta
Lazos amarillos en una pared de Barcelona.

El nacionalismo ha mantenido durante cuarenta años objetivos, estrategia y presencia en la política nacional mientras los demás grupos optaron por políticas coyunturales.

La hegemonía nacionalista no se vence sólo en una campaña electoral

La Plaza del Diamante, inmortalizada en la novela homónima de Mercè Rodoreda, creadora de un personaje inolvidable como es la Colometa, está en el corazón de la Vila de Gràcia, una suerte de pequeño pueblo adosado a la Dreta de l´Eixample, el barrio con mayor nivel adquisitivo de Barcelona. La citada plaza ha mantenido, como todo el barrio, la edificación de pocas alturas y el carácter peatonal de muchas plazas, que le confieren una idiosincrasia singular, siendo uno de los lugares más visitados. Esas características atraen y fijan un determinado perfil de residentes y visitantes, representativo de las modernas tendencias urbanas.

En uno de los ángulos de la plaza, se encuentra un establecimiento de diseño moderno en régimen de autoservicio, abierto todos los días del año y dedicado al baño e higienización de mascotas así como de sus juguetes. El solícito propietario de un animal doméstico encuentra un espacio apropiado, más adecuado que el hogar, para lavar y perfumar a su mascota. A pocos metros, en el mismo barrio, otro establecimiento reúne las funciones de bar-cafetería con las de centro de adopción de gatos. Los clientes pueden compartir mesas y espacios con sus gatos, otorgando al local un carácter atípico. Además se organizan actividades formativas para el cuidado de los citados animales.

Son dos ejemplos, espigados entre muchos, que retratan una urbe cosmopolita, muy moderna y donde todas las tendencias encuentran espacio y masa crítica de seguidores. Consecuencia del alto nivel de vida, del avanzado estado de bienestar y del individualismo característico de nuestro tiempo. En las mismas calles, los kioskos electorales de los partidos nacionalistas y la simbología del llamado procès, así como la ausencia de propaganda electoral de otros grupos, recuerdan que la lucha electoral es también lucha cultural por la hegemonía.

Que en una sociedad tan avanzada, el nacionalismo más excluyente no sólo sea mayoritario en su conjunto sino que socave los principios democráticos tratando de implantar cordones sanitarios que aíslen a sus oponentes, sólo puede sorprender a quienes no sigan de cerca la evolución política catalana. Si hace dos años el vocerío, al que se sumaron algunos partidos estatales, pretendía aislar a Vox, ahora se ha vuelto contra el PSC, justamente cuando éste, desembarazado de su facción nacionalista que le llevó al anterior hundimiento electoral, se aprestaba a ganar las elecciones catalanas.

El nacionalismo, como expresión política determinada de sentimientos de identidad lingüística y cultural ampliamente compartidos, ha creado una cosmovisión hoy hegemónica, basada como todas las ideologías en un puñado de mitos. El mito del  pueblo único, haciendo abstracción de las profundas diferencias de creencias y objetivos, el del conflicto con España (o “Madrit”), la autodefinición como progresistas, europeístas, modernos, etc. para contraponer a los presuntos defectos de los otros: reaccionarios, carpetovetónicos, anticuados, etc. o el mito de la lengua única. Es lo mismo que hizo el nacionalismo vasco, incluso con una derivada terrorista, o el actual nacionalismo escocés por citar ejemplos próximos.

De esta forma las elecciones no se plantean entre opciones ideológicas, más a la derecha, más centradas o más a la izquierda, sino entre opciones nacionalistas, más radicales, más pragmáticas o más pactistas. Es más, todas las opciones nacionalistas se reclaman de izquierdas, caso de ERC o CUP o progresistas, caso de JxCat. Que hayan gobernado como cualquier formación de derecha tradicional, ni siquiera es comentado. El imaginario se vuelca en la identidad y olvida el gobierno, la gestión o las prioridades presupuestarias. El triunfo nacionalista máximo, cifrado ahora en la independencia será un maná de bienestar y riqueza pues todos los problemas actuales procederían de la subordinación al ente político España. Es una explicación mágica que no se puede demostrar empíricamente y por ello es tan atractiva. Es como la fe religiosa, una creencia que otorga fortaleza.

La situación actual es consecuencia de los sucesivos gobiernos autonómicos, casi siempre nacionalistas, que han modulado las percepciones y asentado claramente su opción ideológica, gracias a los recursos que gestionan, entre ellos la televisión pública, las ayudas a los medios de comunicación, las subvenciones a entidades de todo tipo y el control de la educación. Una situación que no se revierte en una campaña electoral ni desde la ingrata labor de oposición. Se requerirán años de labor constante tanto política como ideológica y cultural para lograr una oposición capaz de ser alternativa.

Las elecciones del pasado día 14 han devuelto al electorado a la situación clásica, con el PSC como principal partido de la oposición pero mayoría nacionalista suficiente para gobernar. En los extremos del arco político, CUP y Vox se retroalimentan. Ambos se sitúan fuera del marco habitual de la política catalana. De ahí que ERC trate de neutralizar al primero incorporando a En Comú-Podemos a un gobierno cuatripartito.

Lo relevante de esa compleja situación política es que afecta poco a la vida real. La economía, los bancos, las universidades, la industria o el comercio, se resienten de la falta de reformas estructurales, pero su nivel de desarrollo y competitividad es suficientemente alto como para resistir. La pobreza, los conflictos sociales o la inmigración irregular existen, pero una potente estructura de servicios sociales se ocupa de mantener los problemas dentro de marcos manejables. A pesar del griterío político incesante, los ciudadanos pueden seguir con su actividad cotidiana, sin dejar de cuidar a sus mascotas de la forma tan civilizada que hemos citado. @mundiario

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