Habrá diálogo para encontrar un arreglo: el problema catalán no tiene solución

Carles Puigdemont y Mariano Rajoy. / TV
Carles Puigdemont y Mariano Rajoy. / TV

Después del 1-O llegará la hora del diálogo, que exige el mutuo reconocimiento y que pasa por el encaje de Cataluña en España y, en justa correspondencia, Cataluña debe buscar acomodo a España. Con todas sus singularidades.

Habrá diálogo para encontrar un arreglo: el problema catalán no tiene solución

“Sigo la política española viendo lo ocupados que están ustedes decidiendo si son un país o dos”, decía hace poco el nobel Daniel McFadden en expresión tan respetuosa como irónica, asombrado por lo que está ocurriendo en Cataluña.

Como asombrados estamos los que creemos en el Estado de Derecho al ver que una comunidad, que tiene las mayores cuotas de autogobierno, se declara en rebeldía en dos sesiones en el Parlament donde la presidenta desoye al Consejo de Garantías, a los Letrados de la Cámara y aplasta la oposición y la exigua mayoría liquida la Constitución y el Estatut. Es el mayor ataque a la legalidad desde el Golpe de Tejero en aquel 23 de febrero, una agresión en toda regla a los votantes catalanes, a sus representantes legítimos y al conjunto de los españoles.

Sin entrar en las batallas legales y políticas entre Madrid y Cataluña, ni en el rumbo que tome el problema en los próximos días y meses, lo visto la semana pasada avala una primera conclusión: los dirigentes secesionistas, con su presidente que se quiere inmolar políticamente con la garantía de un retiro dorado, perdieron la reputación política -dentro y fuera- que pierden los políticos cuando no cumplen con la ley y los compromisos contraídos. Por perder, perdieron hasta la vergüenza, como ese consejero que anima a imprimir en casa las papeletas del referéndum.

En clave política, estos dirigentes en rebeldía contra el Estado, que falsifican la historia, desprecian a los demás españoles -¿de dónde les viene tanto odio?- y dividen a la sociedad catalana, también desprecian 500 años de historia en común, destruyen el edificio de la Transición levantado sobre la convivencia, el respeto y la concordia entre los españoles y están creando una crisis sin precedentes, de imprevisibles consecuencias políticas, económicas y sociales que pagaremos todos.

Es el mal fario que siempre acompaña a España. Cuenta César Antonio Molina que un amigo le dijo en París que “nunca había visto suicidarse a un país con tanta alegría”. En esos seguimos ocupados.

El Estado restablecerá la legalidad, que está por encima de las opiniones y de los sentimientos, y después es la hora del diálogo político para encontrar un arreglo –el problema catalán no tiene solución– para ir tirando otra temporada que pasa por el mutuo reconocimiento: el encaje de Cataluña en España y, en justa correspondencia, Cataluña debe buscar acomodo a España. Con todas sus singularidades. 

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