La guerra Gobierno-oposición, a garrotazos con las togas y las estatuas, de momento

Pedro Sánchez y Pablo Casado. / RR SS
Pedro Sánchez y Pablo Casado. / RR SS
En MUNDIARIO hemos defendido que era un error transformar la pandemia en un conflicto político. Los conflictos sobre las togas o las estatuas, aparentemente acotados, representan una vez más la destrucción de cualquier atisbo de racionalidad política.
La guerra Gobierno-oposición, a garrotazos con las togas y las estatuas, de momento

Se ha declarado la guerra sin cuartel entre el Gobierno y la oposición, dejando atrás la fase de polarización creciente de los últimos meses. Poco importa quien haya iniciado las hostilidades pues su rival se ha sumado gustoso a un proceso de destrucción de todos los escenarios de diálogo, de todas las oportunidades de acuerdo. No sabemos si unos y otros han leído a los teóricos del conflicto antes de aventurarse en un enfrentamiento de resultado incierto pero en el cortoplacismo de la política española podemos asumir que han descontado el resultado. Es decir, ni la oposición tiene posibilidades de hacer caer al Gobierno ni éste puede eliminar o silenciar a la oposición.

La munición empleada es de grueso calibre y de efectos colaterales desastrosos. Por ejemplo en el falso debate sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial, elevado a la categoría de problema principal a pesar de que se encuentra muy lejos de las preocupaciones de los españoles. Ni está paralizado el citado órgano, ni deja de cumplir sus obligaciones. Tampoco está bloqueado por dimisiones, lo que honra a sus miembros. Simplemente las previsiones legales que obligan a la renovación mediante pacto político, sin plazo, se están cumpliendo de forma torticera, de forma que después de dos años no hay acuerdo para la renovación. Nada que no haya ocurrido en el pasado.

Antes o después habrá acuerdo y consecuentemente una nueva mayoría en el Consejo, cuyo mandato se dilatará tanto como convenga a los interlocutores cuando corresponda renovarlo, sin perjuicio alguno ni para la carrera judicial ni para los intereses ciudadanos. Si la mayoría actual aprueba nombramientos consensuados entre sus miembros, la siguiente hará exactamente lo mismo. El interés ciudadano, si es que existe, está y seguirá estando extramuros del Consejo. A ese conflicto artificial se le ha añadido munición explosiva, involucrando sin motivo alguno al Jefe del Estado en otro asunto colateral con el único objetivo de  abrir un nuevo frente de hostilidades.

La guerra de las estatuas

La oposición contraataca retirando de la vía pública madrileña las estatuas dedicadas a Largo Caballero y a Indalecio Prieto, dos políticos socialistas republicanos, habitualmente enfrentados entre sí por representar las dos almas o tendencias principales del socialismo español, la revolucionaria y la reformista, respectivamente. El motivo oficial para retirarlas es una lectura ideológica presentista sobre su papel histórico. El motivo real es la respuesta a otras actuaciones del Gobierno: nueva Ley sobre la memoria histórica, acusaciones constantes sobre la presunta actitud antidemocrática de la oposición, incluso amenazas expresas en sede parlamentaria sobre la imposibilidad de que vuelva a gobernar. Una réplica actualizada de momentos muy oprobiosos de la historia.

En su día el alcalde Tierno Galván rechazó la posibilidad de retirar la estatua dedicada a Franco frente a los Nuevos Ministerios, argumentando que sería mejor emplazar las de Caballero y Prieto, actitud acorde con el espíritu dominante durante la restauración democrática, no hacer bandera de las luchas simbólicas ni reabrir las heridas del pasado.

En MUNDIARIO hemos defendido que era un error transformar la pandemia en un conflicto político. Los conflictos sobre las togas o las estatuas, aparentemente acotados, representan una vez más la destrucción de cualquier atisbo de racionalidad política. Colateralmente incrementan más si cabe, la desafección ciudadana hacia la democracia representativa. Dejan por otra parte un paisaje de instituciones devastadas que difícilmente recuperarán el prestigio a los ojos de los ciudadanos.

Y ya que hemos citado a dos políticos republicanos, recordemos que el fracaso de la República se inició muy pronto, acentuándose a medida que las posiciones reformistas a derecha e izquierda fueron superadas por las posiciones rupturistas o revolucionarias. Lo que vino después es demasiado sabido. @mundiario

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