Los grandes partidos parecen empeñados en que 2018 también acabe en escombros

Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / Twitter.
Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / Twitter

La gran preocupación ahora del PP y el PSOE es que el éxito de C’s no se extienda por la piel de toro. La concepción de la política es electoralista. 

Los grandes partidos parecen empeñados en que 2018 también acabe en escombros

La hoguera política que hizo de 2017 un año de cenizas mantiene la misma intensidad y, si alguien (¿quién?) no lo remedia, 2018 también acabará en escombros. Como dijo José Saramago: “Yo no soy pesimista. Mire usted el mundo y dígame cómo lo ve”. El gran incendio lo prendieron los secesionistas catalanes, que se aprovecharon de años de artificios y dejación de los gobiernos centrales para inyectar en la población los más perversos sentimientos nacionalistas, pero la revuelta contra el sistema constitucional ha desvelado –por si había dudas– la vacuidad del Ejecutivo de Rajoy, incluso para aplicar la ley, el desfondamiento del PP, fatuo en sus propias vergüenzas, y a un PSOE fantasmagórico, dividido y poco fiable.

Populares y socialistas han demostrado invalidez para vigorizar la España plural, coligada y moderna. Han llegado al punto de generar, por distintos motivos, cierta desconfianza como garantes de lo que hicieron bien sus mayores. El régimen nacido en el 78 tiene hoy más amparo en la sociedad civil que vivió la Transición que en buena parte de la vida pública. El grueso de la ciudadanía no se opone a las reformas que, en buena lid, requiera la Constitución, ni siquiera es tarea que ocupe su interés, lo que ocupa e inquieta es el creciente escepticismo que producen los partidos tradicionales, la bisoñez y ambivalencia de Ciudadanos y la actitud corrosiva de los otrora grupos antisistema que, encabezados por Podemos, lograron asiento en las instituciones.

Las dos formaciones que durante más años han regido nuestro destino no han unido su fuerza y su responsabilidad histórica en defensa de los valores constitucionales inalienables, al menos no de manera inequívoca, ni han actuado con uniformidad y solidez contra el independentismo trepidante y sus adláteres de distinta índole. Y tampoco, en puridad, lo ha hecho Ciudadanos, cuyo innegable mérito y gratas expectativas se empañan estos días de un excesivo triunfalismo que puede conducirlo a grandes equívocos. El joven partido de Rivera, que tiene en la prisa un mal monitor, se emplea últimamente en triquiñuelas con techo de cristal: critica iniciativas parlamentarias de grupos de izquierda e independentistas, y después se abstiene en las votaciones con la única intención de propiciar la derrota del Gobierno, aunque ello conlleve la reducción de penas por delitos de terrorismo o asesinato de menores.

Salvo en la aplicación constreñida del artículo 155, los partidos constitucionalistas han volcado su mayor esfuerzo en remarcar las diferencias entre ellos. Durante la impúdica campaña del 21-D nunca estuvo claro que si la suma de C’s, PSC y PP obtenía mayoría de escaños Cataluña tendría ahora el gobierno de concentración que la situación requiere. PP y PSC-PSOE no se lo habrían puesto fácil a Inés Arrimadas. Nada más conocer los resultados pusieron pies en polvorosa. Su gran preocupación ahora es que el éxito de C’s no se extienda por la piel de toro. La concepción de la política es electoralista y mezquina. Deprimente. Los secesionistas mantienen sus pretensiones. ¡Cómo no! @mundiario

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