El gobierno de las pasiones emocionales frente a la razón

La lucha de los trabajadores se hace intensa en España. / RR SS.
La lucha de los trabajadores se hace intensa en España. / RR SS.
Somos un país que abusa de sus emociones colectivas. Tanto que no dejamos paso a la razón y a los fríos datos de la realidad. Se ha impuesto la excitación de nuestras emociones para atrofiar el razonamiento.
El gobierno de las pasiones emocionales frente a la razón

Se dice que cada país tiene sus emociones colectivas. El nuestro tampoco es una excepción. Hace mucho tiempo que vivimos rodeados de un ecosistema pasional. Pero nunca antes como hoy nos domina tanto el mundo de las pasiones emocionales frente a la razón. No hay ámbito de la vida pública que no esté floricultivada por el lenguaje emotivo, las hipérboles, del sentimiento, de los afectos y del estado de ánimo espiritual que inundan pantallas y ríos de tinta  frente a la razón. Pero no sólo desde la clase política, sino lo que es más grave, desde también los medios de comunicación, la publicidad, las redes sociales, el arte, la economía, hasta los bares y mercados. Se ha impuesto el gobierno de las pasiones emocionales.

Casi cualquier manifestación de calado que queremos exteriorizar está cargada de narrativa emocional. Con la llegada de la pandemia, hemos intensificado el lenguaje más sensorial frente al de la razón. Sin embargo, hay filósofos que aprueban una buena política sin tener que incluir emociones. No es nuestro caso. Sí lo es que la prensa, de forma casi obscena, abuse de esta herramienta afectiva del lenguaje para llegar -creen-  a más audiencia. No pocos medios de comunicación recurren  a titulares e historias cargada de dosis emotivas para acercar presuntamente la política, por poner un ejemplo, a las masas. Llama poderosamente la atención el abuso de ciertas imágenes repetidas hasta el infinito sin aportar valor informativo entre las cadenas de TV españolas salvo el de alimentar la morbosidad emocional del espectador. Son además las mismas cadenas que en las tertulias abogan por el respeto a la privacidad cuando hay víctimas.

Nuestra prensa, cada vez más alejada de la objetividad, por lo general destaca por el exceso del fácil recurso emotivo retroalimentando así la desafección también por este actor en democracia. No es malo tomar partido, pero sí engañar al lector/espectador encubriendo en no pocos casos ocultos intereses. 

LLEGAR A LA REALIDAD A TRAVES DE LAS EMOCIONES

Cuanto más abstracto es un hecho, más emotivas se tiñen las noticias no noticias. La fría descripción de una realidad a menudo se disfraza de cargas emocionales con escaso o nulo espacio al debate de la razón, para justificar un fin no del todo claro. Y pasa ya tan desapercibido ante nuestras percepciones sensoriales que actuamos sin reaccionar como singularidad colectiva. A menudo asistimos sin rechistar, a que una verdad sin apenas interés sea eclipsada por una falsedad emocional.

Si los poderes públicos están emocionalizados, la prensa aún más entrenando en el mismo juego de roles absurdos del que se tendrían que abstener. Las abstracciones racionales mutan a la repetición (verbal, gráfica o escrita) a partir de un lenguaje reiterativo y a un storytelling emocional. En este sentido, España no parece haber madurado intelectualmente desde El Quijote de Miguel de Cervantes. Las eternas “dos Españas” siguen latente: la emocional frente a la racional. Aunque en honor a la verdad, la sobreactuación  pasional del día a día nos gana por goleada. 

Muchos son los ejemplos que nos acompaña a diario sin apenas advertir para la gran mayoría de la opinión pública, que ingiere los mensajes como quien bebe un vaso de agua sin apreciar los sabores diluidos. Poco hastío se puede esperar en una sociedad saturada de mensajes emotivos ante tal  ausencia de argumentos racionales. La razón se ha desterrado de la convivencia diaria. Véase las disputas políticas, en especial tras la aparición de la pandemia. No hay día que pase que los pronunciamientos (en el gobierno, oposición, medios y pasillos) no hayan renunciado a los argumentos fríos, abstractos y ecuánimes sin abusar del relato pasional. En casi ninguna de ellas se admite la autocrítica por ser sinónimo de debilidad.

Se podría decir que el vicio nacional no son los descalificativos ni la falta de ética, sino el rechazo a atender la factualidad o cruda realidad (o como dicen los alemanes la “Sachlichkeit”) sin un exceso de emotividad para ser detestada.  

No hay día que pase que los espacios informativos de los medios de comunicación no hayan dejado de convertirse en altavoces de aclamaciones populares y esputos viscerales de todo tipo. Uno finaliza la jornada metiéndose en la cama con la sensación de que hasta el pijama está impregnado de acrílicos pasionales. Todo indica  que el lenguaje periodístico y  político más que nunca han migrado al lenguaje publicitario, encargado este último de excitar nuestras emociones para atrofiar el razonamiento. En vez de afrontar los hechos reales con la cabeza fría y sin el corazón, pretendemos  a través de las emociones encarar la realidad.

Así se entienden las acaloradas disputas dialécticas en los frentes, pero también en los editoriales y tertulias, hasta en los salones de belleza. Las actuales giran en torno a los indultos, al procés, a las hemerotecas, a la  conveniencia de acudir a concentraciones públicas pero sin salir en una foto, pero también a los efectos de la pandemia y/o a afrontar una crisis económica grave que pasa de soslayo sin la suficiente atención por parte de los poderes públicos. En otros casos, figuras que se estrenan en política tras haber mercadeado con anterioridad con grupos de comunicación a cambio de talones bancarios. 

EL ABUSO DE LAS EMOCIONES  FAVORECEN LAS ARRUGAS 

Frente a la resistencia de cualquier reforma estructural, pendiente desde hace decenios para reconducir a España por la senda del progreso y la libertad con amplio consenso exento de carga emocional, se viene imponiendo por contra el gobierno pasional. Nunca antes tras la guerra civil nos habíamos apartado tanto de la razón y la serenidad discursiva como hoy. Lo malo es que el pato lo pagan siempre los más débiles que no dejan de ser más débiles. Otra consecuencia evidente, el auge de las arrugas que dejan rastro por el abuso de tanta emocionalidad. 

Prueba de ello, la permanente justificación del gobierno de coalición socio-comunista ante cualquier obviedad contradictoria para seguir lustrando el poder desde la Moncloa. En lugar de afrontar los problemas reales y emprender acciones pragmáticas de calado parece que nos ha arrollado el lenguaje de los reproches, de los embustes, de la judicialización, de las manipulaciones con el beneplácito de una prensa que ha dejado de ser el “cuarto poder” para convertirse en otro poder subvencionado.

La reencarnación de Franco con la exhumación, la ley de la eutanasia que tanto en falta echábamos, la gestión de la pandemia, los miles y miles de de fallecidos ocultados de los que nunca se hablan pero sí con exceso de un crimen machista, el lenguaje inclusivo que tanto urgía para llegar a fin de mes, las ayudas de Bruselas, la subida de los impuestos o de la tarifa de la luz que tanto negaban en otros tiempos recientes, la excarcelación de los golpistas, la crisis de Marruecos, sin olvidarnos de la alergia a la transparencia o todos aquellos graves apuros y aprietos diarios que ya sobrecargan nuestras mochilas por tanta pasividad de gestionar  la cruda realidad, son solo unos cuantos ejemplos. No es broma que tengamos un paro histórico, una deuda histórica, numerosos conflictos territoriales, lingüísticos, diplomáticos, pero también otros tantos déficits estructurales, por la negativa egoísta de unos cuantos a tomar decisiones de calado sin levantar la contrariedad de la oposición que aspira a emular la misma indolencia cuando lleguen al poder, tal y como han demostrado en el pasado. 

En la cuneta quedan sin embargo los débiles de siempre, los excluidos, la mayoría silenciosa, la España vacía, los jóvenes y la generación mejor preparada pero más frustrada de todos los tiempos, los parados sin perspectiva de reinserción, los jubilados, los autónomos, los sanitarios, los educadores, por no hablar de la alergia  a abordar todos aquellos cambios de paradigmas que traerá consigo la revolución ecodigital o la descarbonización del planeta como consecuencia de la emergencia planetaria que seguimos procrastinando.

En el mundo tampoco nos consuela la falta de abstinencia de los mensajes emocionales. Lo vimos durante el mandato populista de Donald Trump, con el Brexit, con Angela Merkel ante una de las primeras olas de refugiados de Siria a Alemania, pero también con el cambio climático, las vacunas, el uso de la fuerza en las antiguas repúblicas soviéticas o más recientemente con las últimas  indolencias del reino de Marruecos. Ha tenido que ser el último premio Princesa de Asturias en literatura, Emmanuel Carrère, quien exaltara una verdad como un templo al igualar la excesiva emotividad española con la rusa. De los rusos, pocos sin embargo se fían en Occidente. ¿Y de nosotros?

Por eso el caso particular de España nos tiene que hacer reflexionar. Porque el abuso de tanta jerarquía emocional y exaltación visceral tanto en política, en los medios como en la ciudadanía y en la convivencia diaria, nos está obnubilando  la ética. Hay generaciones que están creciendo sin referentes, o con referentes poco éticos, por abusar del postureo, la verborrea fácil y hasta los embustes para esconder la realidad, la incertidumbre del futuro, pese a que a muchos les pagamos el sueldo. Qué será de nosotros y del lenguaje expresivo cuando nos dominen los algoritmos, la inteligencia artificial y se imponga un mundo sin carbono.

La abundancia de tanta emotividad negativa ha conseguido que las emociones se hayan vuelto ambivalentes. Bien está recurrir a la intuición, pero el abuso de ella a falta de la razón, degrada el ecosistema nacional. Hay que reconocer que  padecemos muchos problemas complicados para las soluciones racionales lógicas y aunque admitan intuiciones, éstas no siempre dan respuestas. Puede que haya llegado el momento de ahorrar también en los excesos emocionales a favor del entendimiento factual. @mundiario 

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