¡Gloria a los vencidos! ¡Honor a los muertos!

Donald Trump, presidente de Estados Unidos, en rueda de prensa en la Casa Blanca. Twitter.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, en una rueda de prensa en la Casa Blanca. / Twitter.

Ni siquiera en momentos luctuosos cede el afán de poder, con argumentos de pacotilla y en nombre de la libertad, para más INRI.

¡Gloria a los vencidos! ¡Honor a los muertos!

¡Gloria victis! es lo que correspondería en este momento: proclamar el honor y el recuerdo a los miles de muertos que ya se ha llevado por delante esta COVID-19: ¡Gloria victis!, diría un clásico romano si todavía el latín fuera la lingua franca en Hispania. Parece, sin embargo, que lo que se impone decir –o parece que quieran muchos que digamos- es: ¡Vae victis! (¡Pobres de los vencidos!).

En esta otra exclamación, pronunciada fríamente, solo importa lo cumplidores que somos, como si realmente sintiéramos algo lo acontecido aunque nos importe un bledo. Sin embargo, es la que parece imponerse.

La Biblia de Trump

Es una utilización de los muertos en provecho propio, junto a lo más sagrado que puedan tener los creyentes en su imaginación. Aunque hubiera constancia de que a este presidente le importan las creencias de cuantos invocan la Escritura judía,  sería un abuso. Utiliza ese símbolo religioso “en vano”, para salirse con la suya a cuenta de lo que sea.  Según Trump, Dios tendría que estar de su parte en cuanto hace, dice, pregona y decreta por estúpido que sea; sobre todo en momentos de  elecciones. Invocando de este modo a Dios se invoca a sí mismo: un ególatra malcriado como norma de todas las cosas. Uno de los teólogos más reconocidos, Karl Barth, solía decir que, casi siempre, “cuando hablamos de Dios, no es de Dios de quien hablamos”. Menos parece que a Trump le importe algo el Dios cristiano que, -frente a cuanto provoca en EEUU-, ponía como contraste de calidad la mirada hacia el pobre, hacia el necesitado y hacia el perseguido (Mt. 25, 34-40).   

El luto

No habíamos terminado el luto oficial  de nuestros muertos de aquí y ya vuelan por los aires en el Congreso, como dibujaría muy bien Goya, si anduviera entre nosotros. Para no desmerecer de una Historia más reciente que el Cuaderno C del aragonés,  han vuelto a ser motivo para el odio y el insulto, y para el desprecio a los vivos que estaban viendo y oyendo a sus señorías en la tele con estupor.

Pongamos que sea complicado contabilizar su número de muertos. Es una reminiscencia de la aritmética de tenderos que nos enseñaban, con el Dalmau en una mano y el pizarrín en la otra; no daban para más aquellas cuentas en que  el robar del tendero era la moral de estraperlo establecida.  Tardaremos en tener la metodología para saber sumar los 19 sumandos autonómicos sin que cada cual sise algo para parecer más listo que el vecino.

Pongamos también que Marlaska lo ha hecho bien en otro momento de su hoja de servicios a la patria. A poco que se descuide porque alguien cercano sea incompetente o se la haya jugado –que bien pudiera ser-, o que más de un informe pueda estar trucado para cargarle la culpa de no estarlo haciendo bien, a los ojos de la oposición ya no suma sino que resta. De la noche a la mañana ya le cae un chaparrón de insultos que le dejarán mella en el ánimo. Menos mal que algunos se alegrarán de que siga ahí, como siempre estuvo en su Juzgado.

Muchos no pararán de incordiarle -y alguno o alguna lo mirará ahora de lado-, como si se liberaran así  de su propio pasado y, al mismo tiempo, fueran los campeones de nuestra libertad. Es lo peor de este luto raro en España, esperando que este luto presente nos haga torpes con la memoria. Los que más le insultan pareciendo que quieren su bien, olvidan sus propios embrollos, incluido el de la gestión de ese Ministerio de Interior, siempre pro domo sua. No es momento, en todo caso, de jugar otra vez al “y tú más”, camino muy fácil de repasar en Google, sino de saber que los argumentos de pacotilla existen. De otro modo,  no  existiría la sentencia evangélica: por sus obras les conoceréis, repetida en Santiago, 2, 14.  Por supuesto que, con la bendición del Premio de la Concordia, del Princesa de Asturias, para que los sanitarios callen la boca, no es suficiente para encubrir lo que no se está haciendo bien desde hace mucho tiempo.

Pongámonos de gran luto, y no solo por el honor de los que han muerto a destiempo, sino por nosotros mismos. De seguir con este absurdo ajuste de cuentas, a quienes hacen lo que no dicen y dicen lo que no hacen no les importa nuestro riesgo. Se afanan en tapar que, hace unos días, en este Madrid de todos los milagros, se haya obstaculizado que los mayores de las residencias no fueran trasladados a hospitales para que les atendieran; hace dos días –en plena pandemia todavía-  han hecho la última privatización de un hospital y, según cuentan los sindicatos, también parece que las contrataciones de sanitarios que habían prometido para suplir carencias  -que los mismos gestores de la Sanidad  habían dispuesto en días pasados- , solo se están cumpliendo en un tercio.

No es un futuro esperanzador para la ciudadanía, como tampoco lo es para sus hijos, que hayan dejado fuera –en esta Comunidad- a 14.000 docentes; como si impidiendo un Estado de todos para todos fueran a vivir más libremente. Tanto quieren a los ciudadanos –que no sean sus amigos concretos- que han hecho saber que tan preparados estamos para salir de este lío, que hicieron un hospital en IFEMA más rápido que los chinos y lo han desmontado porque no hacía falta. El gran problema serían los incompetentes que, por envidia, no le darán a Madrid la FASE 87 -si existe- al final de la desescalada. ¡Qué vergüenza! ¡Con la necesidad que tiene la hostelería para disponer de todas las aceras, para que nos juntemos como locos en sus terrazas o ir corriendo a las playas gallegas…!

Defoe

Estos que así actúan no entienden que la COVID-19 siga ahí, pero cuando despertemos,  quieren seguir como si nada. A punto de que cumplamos tres meses de confinamiento, las últimas líneas del amargo Diario del año de la peste, que publicó Defoe en 1722, retratan muy bien nuestra situación: “Para el común de las gentes –escribía el inglés-, puede decirse de ellas, sin faltar a la verdad, lo que se dijo de los hijos de Israel después de que fueron liberados de las huestes del Faraón, cuando atravesaron el Mar Rojo, volvieron la vista atrás y vieron a los egipcios arrollados por el agua: que alabaron Su nombre, mas pronto olvidaron Sus obras”. @mundiario

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