¿Los gitanos no aprenden o no aprendemos los payos? Pues es hora, mi 'arma'

Manuel Valls, primer ministro francés.
Manuel Valls, ministro del Interior francés

No tenemos por qué vitorear al franco-catalán –¡y socialista!– Manuel Valls por coquetear con la extrema derecha a costa de los gitanos. Aquí tuvimos a Ensenada, que planeó su exterminio.

¿Los gitanos no aprenden o no aprendemos los payos? Pues es hora, mi 'arma'

Me parecen una muestra del perenne complejo de inferioridad hispánico las albricias que soltamos al descubrir que una personalidad internacional lleva en su sangre unos pocos glóbulos rojos de origen español. Imagino que, en algún caso, el aludido se habrá enterado por las fiestas que le hacemos desde aquí.

El último ejemplo es el del ministro del Interior francés, Manuel Valls, que mamó, diría yo, en las mismas ubres políticas que el alcalde de Badalona, el popular Xavier García Albiol.

Algunos forjadores de opinión se andan felicitando de que la expulsión de una estudiante francesa haya sido a costa del liberal-darwinismo de un político que, aparte de equivocarse de partido, nació en Barcelona. Como los que suelen lanzar bengalas en estos casos son, sobre todo, pero no en exclusiva, los patriotas de derechas, yo les aconsejaría prudencia; al fin y al cabo, Valls es francés y luego catalán, y, a estas alturas, ellos deberían caer en que eso es como estar entre Pinto y Valdemoro, o como entre Alicante y Andorra, o sea, fuera del Estado español.

Las líneas que siguen no tienen más intención que la de darles otro aviso a los hooligans de Valls: no han de cruzar los Pirineos para felicitarse de que un payo ilustre se ensañe con los romanís. Por culpa de mi primera novela, cuyo título tienen en la ficha que acompaña a este artículo, descubrí, entre otras cosas, que el tango se queda corto: veinte años no es nada, pero doscientos tampoco.

Permitan que les refresque la memoria acerca de Zenón de Somodevilla y Bengochea, más conocido como Marqués de la Ensenada. Este ministro de Fernando VI pudo haberse ufanado de imponer una fiscalidad más justa por primera vez en nuestra Historia, pasada y presente. La herramienta que ideó para ello fue la de su famoso catastro. Si me permiten, me citaré a mi mismo por boca de uno de mis personajes, el pícaro coruñés Yago Valtrueno: "Se le enraizó en el magín al ministro –también los ilustrados sueñan, aunque sueños de la Razón– que los ricos aflojaran la bolsa. Creo que hogaño, ratones de biblioteca, con y sin anteojos, dan buena cuenta del dicho mamotreto". Y es que la oposición de la nobleza acabó con tan loable proyecto y el catastro crió polvo y hongos.

No se opusieron con tal ahínco los nobles cuando el marqués urdió, con todo secreto, y con la complicidad de la Iglesia, lo que se conoce como La Gran Redada o Prisión General de Gitanos. El fin último y declarado de aquella operación era el de arrestar y, literalmente, "extinguir" a todos los gitanos de los reinos, principados y provincias de España.

Eran tiempos en los que nuestro país entraba en su crisis imperial, agravada por la guerra de Sucesión. Tras el conflicto civil, los caminos, campos y ciudades se llenaron de soldados sin oficio y de gente empobrecida, empujada por las circunstancias a vivir de lo que fuese menester. No debemos descartar que los ilustrados de la época, forofos de la uniformidad y de las ciudades trazadas a escuadra militar, tomasen a los calés por compendio de oscuridades góticas y como escarmiento de vagabundos y malentretenidos, como si la delincuencia fuese privativa de su raza, ¿verdad, Currillo Bárcenas?

En fin, que diez mil gitanos, poco más o menos, fueron arrestados en el verano de 1749 y divididos en dos grupos: hombres y niños mayores de siete años, y mujeres e infantes. Los primeros fueron enviados a minas y astilleros y los segundos a fábricas, penales y presidios africanos. La intención era que no criasen más cañís.

Aquella maquinación fue obra de gente que se ufanaba de su espíritu ilustrado; más o menos, como Valls, que se tiene a sí mismo por garante del laicismo del Estado y de la urgente necesidad de que éste no sangre por el vicio, verbigracia, de las pensiones. Un político-herramienta que usa por ambición política a los mismos socialistas que lo usan a él para frenar a la derecha; veremos si no acaba siendo un político kleenex.

En fin, que pasan y pasan los siglos, y pasan y pasan los políticos, y ni los gitanos se pliegan ni los payos les encontramos el tranquillo. Me pregunto quién fracasa más, pues, al fin y al cabo, se supone que los ilustrados somos nosotros, aunque, de momento, ilustrados a la Ensenada, incapaces de una fiscalidad justa y de no pensar en los gitanos como carne de calabozo.

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