Las generaciones más jóvenes no se guían por los editoriales de The Times

Jeremy Corbyn. / RRSS
Jeremy Corbyn. / RR SS

No hay por que ser ni Manuel Valls ni Susana Díaz ni Abel Caballero. Corby demuestra que hay espacio para una socialdemocracia más o menos genuina que sea capaz de empatizar con las masas.

Las generaciones más jóvenes no se guían por los editoriales de The Times

En política hay derrotas que son victorias y victorias que son derrotas. Theresa May convocó elecciones anticipadas para machacar el Partido Laborista y negociar con manos libres el dossier del Brexit. El listón lo puso en el mantenimiento de la mayoría absoluta. May fue a las urnas seducida por el mito de Jeremy Corbyn como líder inelegible, una construcción de la prensa de la derecha y del ala social-liberal del Labour Party. Si Corbyn no juega, yo gano sin bajar del autobús, sin siquiera ir al debate televisivo. Pero las generaciones más jóvenes no se guían por los editoriales de The Times y tienen pensamiento propio. Corbyn gusta porque simboliza el fin de los recortes, la refutación de la estética de alcanfor de la engolada vieja política y un cierto retorno a la intervención en la economía desde el sector público, keynesianismo frente a neoliberalismo, no para safarnos del capitalismo, sino para que la debacle de este sistema no nos ponga en manos del fascismo (un poco la línea Varoufakis, pero sin gotas de marxismo académico).

El excelente resultado de Corbyn –en números absolutos vuelven las cifras de Blair, en escaños por encima del score de Gordon Brown– muestra también que la evolución hacia el social-liberalismo no es inevitable en las filas de la izquierda reformista. O sea, no hay por que ser ni Manuel Valls ni Susana Díaz ni Abel Caballero. Hay espacio para una socialdemocracia más o menos genuina que sea capaz de empatizar con las masas.

May jugó todo a la baza de absorber el electorado del UKIP. Fue un error. En política si te mueves de tu espacio hay quien lo irá a ocupar por ti. Ese movimento hacia la ultraderecha fue hábilmente aprovechado por los lib dem, que resurgen de sus cenizas y lo hacen sobre la base de un programa de corte más socialdemócrata que conservador. Los de Tin Farron, al otro lado del más, defienden un nuevo referéndum para el retorno de UK a la UE. Esta fue una cuestión central en la campaña. May adhirió el hard Brexit para tornar desnecesaria la existencia del UKIP, de hecho los segmentos más tibios del electorado prefieren una solución light al contencioso con Bruselas. Así, Corbyn –partidario de un desenganche suave de la Unión– fue percibido como más moderado que May en el asunto estrella de las elecciones.

May ganó pero en tener políticos perdió (13 escaños menos, goodbye a la mayoría absoluta) y Corbyn perdió pero en tener políticos ganó (29 escaños más, su consolidación cómo líder alternativo). No es una antinomia de Kant. Es pura política.

La otra gran noticia de la noche es la caída del SNP. Relativa (pierde 21 escaños, pero obtuvo 35, 59 por ciento de los que se eligen en Escocia). El Scottish National Party continúa siendo el partido más votado, y con mucho, en su país, pero es cierto que acusa ciertos síntomas de agotamiento. La apuesta de Sturgeon por un nuevo referéndum –dentro de un instante en que los ojos están más puestos en la negociación del Brexit que en la independencia– no acabó de cuajar ni siquiera entre las bases electorales del partido nacionalista escocés. Con todo, en Westminster, los escaños del SNP pueden dar mucho juego, sobre todo sien el seno del Conservative Party se abren brechas respecto a la política europea (recordemos que la formación nacionalista escocesa es ardiente defensora del reingreso en la UE).

El Plaid Cymru incrementa su representación, al obtener cuatro escaños (1 más) y el Sinn Fein confirma su momento dulce, con su mejor resultado de siempre en las elecciones británicas, 7 escaños en Westminster, 3 más que en 2015. La polarización en los condados del norte de Irlanda es total entre el partido de Gerry Adams y una DUP –unionista de derechas– sin la cual el Conservative Party directamente no podría gobernar.

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